PARAÍSO, B. Miosi
Sentado frente a la ventana, Pedro divisaba con insistencia enfermiza el horizonte. Un camino que se perdía tras las colinas por el que rara vez pasaba un vehículo. El único que llegaba de vez en cuando al pueblo era el que recogía la cosecha de boniato. Los habitantes lo llamaban caserío: el Caserío del Río. Un nombre inventado por Dios sabe quién. Lo cierto era que el río quedaba bastante lejos, y el agua la traían desde allá por una acequia que cruzaba por el centro de las cuatro casas sirviendo de agua y desagüe al mismo tiempo, y cada cual se las apañaba como mejor pudiera para su uso.
Se puso de pie y dejó la ventana, sería otro día más en el que ella no regresaría. Caminó tirando de su vieja mula con pasos lentos y la cabeza gacha. Tantos años siguiendo la misma rutina que los demás ya ni caso le hacían. Había pasado a formar parte del caserío como la acequia o las cochineras. Casi arrastrando los pies se adentró en el bosque, pensando en el tiempo transcurrido. Ella le dijo que volvería y aún no lo había hecho, ¿por qué prometería algo así?, ya ni recordaba bien su rostro. Sólo sensaciones. La suavidad de su piel trigueña, el olor de sus cabellos que se agitaban al viento como el velo de una novia, las florecillas alrededor de su frente; el sonido de las panderetas. Y sus palabras... «Algún día estaremos juntos, mi cielo, debo ir a arreglar unos asuntos, y cuando deje todo en orden regresaré, mi vida.» Y se había ido con el resto de las muchachas que formaban el sainete que pasó por allí hacía tantos años, cuando el caserío tenía quince casas y parecía que seguiría creciendo, pero que después de la malaria se redujo a como era ahora, casi un pueblo fantasma.
Tropezó con una piedra y el trastabillón le hizo llorar. No por el dolor causado en uno de los dedos de sus pies descalzos, ni por la astilla que se clavó en su otro pie. Lloró porque entendía que era un inútil, una piltrafa, un bueno para nada. Porque sospechaba que durante toda su vida se había aferrado a una esperanza ilusa, y que los demás, que no eran mejores que él, lo miraban compasivamente. Incluyendo a su mula, que a través de su vieja mirada de pestañas blancas parecía cómplice de su tristeza. Lloró por estar en ese caserío inmundo, donde todo tenía olor a cloaca y de donde nunca decidió apartarse por esperarla. Pero él sabía que fue un pretexto para no hacer nada, y que había desperdiciado su vida, y que siempre culpó a una mujer que ni se acordaría de su existencia. Ya no tenía memoria de la última vez que fue tratado amablemente. Sólo ella, que lo llevó detrás de las tiendas y le acarició el rostro. Sólo ella, que con un beso en la boca selló su amor y él pensó que ya no había nada mejor que aquello, hasta que la vio quitarse la blusa y ofrecerle su cuerpo.
Se dobló por la fuerte punzada en el pecho, mientras las lágrimas buscaban camino por su rostro curtido de otear el horizonte. Siempre supo la verdad, pero se aferró a su mentira. Agachado, no reparó en una sombra lejana que por momentos cubría la luz del sol que se colaba entre los árboles. Estaba concentrado en acomodar el nudo que últimamente había hecho correr tantas veces, pues en ello le iba la vida. Se limpió la humedad de sus ojos de un manotazo, y con la dificultad que acarreaban sus años, logró lanzar la cuerda y pasarla al otro lado de la rama generosa del árbol que tantas veces acariciara, como ella lo hiciera el lejano día en que por primera vez escuchó los gemidos que quedaron grabados en su alma. Un árbol fuerte, que parecía darle la bienvenida con sus brazos abiertos. Puso la cuerda alrededor de su cuello y azotó con el látigo a la vieja mula que por primera vez se comportó a la altura, pegando un fuerte salto para lanzarse a la carrera, con tan mala suerte que el cuerpo colgado del árbol se lo impidió.
La figura que se acercaba lentamente, titubeante, indecisa, como cuando no se sabe qué hacer ni qué decir en un momento crucial, corrió los últimos metros al percatarse que lo que sus ojos cansados no habían sabido apreciar, era un hombre colgado de un árbol. Haló a la mula que, terca, no quiso moverse ni un centímetro hacia atrás. Se arrodilló, desesperada alzó la vista y gritó: «Pedrito, he vuelto, lo hice por ti». Pedro clavó su mirada en ella con la sombra de la muerte velándole los ojos.
Reconoció en la anciana a la gitana de los besos de fuego, y supo que finalmente había tomado la decisión correcta, sonrió satisfecho, había llegado al paraíso.
B. Miosi
Se puso de pie y dejó la ventana, sería otro día más en el que ella no regresaría. Caminó tirando de su vieja mula con pasos lentos y la cabeza gacha. Tantos años siguiendo la misma rutina que los demás ya ni caso le hacían. Había pasado a formar parte del caserío como la acequia o las cochineras. Casi arrastrando los pies se adentró en el bosque, pensando en el tiempo transcurrido. Ella le dijo que volvería y aún no lo había hecho, ¿por qué prometería algo así?, ya ni recordaba bien su rostro. Sólo sensaciones. La suavidad de su piel trigueña, el olor de sus cabellos que se agitaban al viento como el velo de una novia, las florecillas alrededor de su frente; el sonido de las panderetas. Y sus palabras... «Algún día estaremos juntos, mi cielo, debo ir a arreglar unos asuntos, y cuando deje todo en orden regresaré, mi vida.» Y se había ido con el resto de las muchachas que formaban el sainete que pasó por allí hacía tantos años, cuando el caserío tenía quince casas y parecía que seguiría creciendo, pero que después de la malaria se redujo a como era ahora, casi un pueblo fantasma.
Tropezó con una piedra y el trastabillón le hizo llorar. No por el dolor causado en uno de los dedos de sus pies descalzos, ni por la astilla que se clavó en su otro pie. Lloró porque entendía que era un inútil, una piltrafa, un bueno para nada. Porque sospechaba que durante toda su vida se había aferrado a una esperanza ilusa, y que los demás, que no eran mejores que él, lo miraban compasivamente. Incluyendo a su mula, que a través de su vieja mirada de pestañas blancas parecía cómplice de su tristeza. Lloró por estar en ese caserío inmundo, donde todo tenía olor a cloaca y de donde nunca decidió apartarse por esperarla. Pero él sabía que fue un pretexto para no hacer nada, y que había desperdiciado su vida, y que siempre culpó a una mujer que ni se acordaría de su existencia. Ya no tenía memoria de la última vez que fue tratado amablemente. Sólo ella, que lo llevó detrás de las tiendas y le acarició el rostro. Sólo ella, que con un beso en la boca selló su amor y él pensó que ya no había nada mejor que aquello, hasta que la vio quitarse la blusa y ofrecerle su cuerpo.
Se dobló por la fuerte punzada en el pecho, mientras las lágrimas buscaban camino por su rostro curtido de otear el horizonte. Siempre supo la verdad, pero se aferró a su mentira. Agachado, no reparó en una sombra lejana que por momentos cubría la luz del sol que se colaba entre los árboles. Estaba concentrado en acomodar el nudo que últimamente había hecho correr tantas veces, pues en ello le iba la vida. Se limpió la humedad de sus ojos de un manotazo, y con la dificultad que acarreaban sus años, logró lanzar la cuerda y pasarla al otro lado de la rama generosa del árbol que tantas veces acariciara, como ella lo hiciera el lejano día en que por primera vez escuchó los gemidos que quedaron grabados en su alma. Un árbol fuerte, que parecía darle la bienvenida con sus brazos abiertos. Puso la cuerda alrededor de su cuello y azotó con el látigo a la vieja mula que por primera vez se comportó a la altura, pegando un fuerte salto para lanzarse a la carrera, con tan mala suerte que el cuerpo colgado del árbol se lo impidió.
La figura que se acercaba lentamente, titubeante, indecisa, como cuando no se sabe qué hacer ni qué decir en un momento crucial, corrió los últimos metros al percatarse que lo que sus ojos cansados no habían sabido apreciar, era un hombre colgado de un árbol. Haló a la mula que, terca, no quiso moverse ni un centímetro hacia atrás. Se arrodilló, desesperada alzó la vista y gritó: «Pedrito, he vuelto, lo hice por ti». Pedro clavó su mirada en ella con la sombra de la muerte velándole los ojos.
Reconoció en la anciana a la gitana de los besos de fuego, y supo que finalmente había tomado la decisión correcta, sonrió satisfecho, había llegado al paraíso.
B. Miosi
Que hermoso relato Blanco, muy intenso.
ResponderEliminarMe encanta cuando nos regalas tus cuentos, todavía queda en mi recuerdo el de la mujer que no podía salir de su casa.
Tu novela tiene que llegar a la Argentina, tengo muchas ganas de leerla!
ResponderEliminarEstremecedor y precioso relato. Gracias por publicarlo. besos
ResponderEliminarGracias, Carla, por leer mi cuento. No sé aún cuándo llegarán mis novelas a Argentina, espero que lo hagan algún día.
ResponderEliminarBesos!
Querida Winnie, ¿te pareció estremecedor? me gusta que lo hayas percibido así.
ResponderEliminarMuchas gracias por decírmelo.
Besos,
¡Dita sea! Voy a recuperar un viejo escrito y lo publico en breve. Es parecido con otro final. Por supuesto no es como este, que parezco yo el ahorcado... de lo que me he implicado en su lectura. Por eso, creo, que Winnie, mi sobri, se estremece.
ResponderEliminarEs precioso.
Un beso,
Tito, creo que es algo que tiene que ver con el pensamiento global.
ResponderEliminarMe gustaría leer tu cuento, ¡porfa!
Gracias por decir que es precioso.
Un beso,
Blanca...
ResponderEliminarEn medio monitor te leo, mientras en la otra mitad te comento (maravillas del Windows Vista)...
... Me encanta esto !!!
Ya de por si una obra que se titula PARAISO atrapa mi atención como caramelo a un niño.
Cuantos CASERIOS como el que relatas hay en la campiña, la vida rural tiene estas cosas perdidas en el tiempo entre tantos aquellos que ya se fueron, y los pocos que vendrán.
Lo que dices del agua es una realidad actual, para aquellos que nacimos en ciudad, y hemos sido en general metropolitanos el agua viene del grifo o en botella, y se va por el desagüe, pero en zonas aisladas el agua es de manantial, río, o pozos.
Es obvio que Pedro vivía en la tempestad de la espera, ese aguardar a que los anhelos se hagan realidad, a que los sueños sean materia, a que lo abstracto se haga tangible.
Como un gesto de cariño queda anclado así en la vida de los que tienen un mundo pequeño ???
Y digo lo de mundo pequeño pues en la tierra grande la pasión se ha mutado en descartarle, solo los poquitos románticos sentimos a flor de piel la caricia como valiosa.
Mi amiga, aquellos que son creyentes piensan que en el otro lado de la frontera vital nos encontraremos con los seres amados que partieron sin regresar. Yo soy agnóstico, mas debo aceptar mi envidia por los que pueden creer en algo mas que yo que solo veo como cierto EL DESTINO.
Mas alla de mis pensares me gustaría mucho que tu PEDRO encontrara a la gitana de los besos ardientes y el calor de aquel fuego sea pasión descontrolada hoy en el corazón de ambos.
Me encanto tu obra, pero eso no es raro, me gusta todo lo que escribes.
Un cariño grande y sincero.
Carlos Hugo Becerra
Carlos, encuentro en tus palabras un rezago de melancolía, quiero atribuirlo al paraíso del cuento.
ResponderEliminarDices bien, en los pueblos pequeños se fijan más los recuerdos, y tratándose de un individuo coo el Pedro del cuento, además, una sensación que jamás volvió a percibir en su vida.
Me gusta tu final feliz, pero la vida en los cuentos también tiene sus tragedias, y particularmente son afecta a los finales tristes.
En la vida real me encantan los finales felices, eso sí. Como el que vislumbro en tu destino.
¡Ánimo! amigo,
Besos
Maravilloso cuento, a la par trágico y tierno. El amorío que narras me ha recordado vagamente a la historia de amor de dos de los protagonistas de la novela gráfica Stardust (un joven de pueblo y una gitana), sólo que en este caso el final es trágico.
ResponderEliminarY dices bien, los relatos no siempre tienen que tener un final feliz.
Besos!!!
Blanca, en tu cuento se relata la desesperación de un hombre que espera a la mujer de su vida, a la única que conoció,y que vive en un lugar tan vacío como él. Por ello decide terminar con su vida tal como el caserío se muere.
ResponderEliminarDescribes muy bien el ambiente y la pérdida de la ilusión de Pedro, prácticamente los sientes y ves. Tu final, como acostumbras, es una ironía del destino.
Me gustó mucho. Enhorabuena.
Cariños,
Venator
¡¡Qué intensidad en tan pocas líneas!! Umm... me enternece el uso que haces de la melancolía como fuente de inspiración, Blanca. El ser amado que ya se fue, y el ser amago que quedó esperando, paciente, día tras día, cuya esperanza va ahogándose poco a poco, hasta quedarse en algo difuso. Reconozco destellos parecidos al de los Visitantes, pero diferentes. Tus finales son, a mi parecer, encriptados, y hacen de ellos, que el lector dude, y cuando dudas, piensas, y se te encoge el corazón porque no sabes qué tierra pisas ni dónde debes aferrarte.
ResponderEliminarLo dejas "cao".
Un besote.
Que maravilla de historia Blanca,
ResponderEliminarAlgo triste pero a la vez romántica, intensa, estremecedora...
El final me encantó.
Un abrazo,
Cris
El miércoles, mi relato...
ResponderEliminarPrecioso, Blanca. ¿Es triste? no sé que decirte, al final se marchó feliz ¿no?
ResponderEliminarTe mando un beso
La espera, al igual que la soledad, son enfermedades que van encogiendo los corazones arrinconados hasta consumirlos por completo dejando los cuerpos sin alma, huecos; Pedro, ante tal vacío, olvidado, partió.
ResponderEliminarUna historia tristemente encantadora, como la vida misma.
Enhorabuena Blanca, la narración, el aire que decora el lugar me envolvió hasta intentar mover la mula para salvar a ese infortunado hombre... quizá fue lo mejor para él.
Un abrazo.
Blanca, una vez más me quedé sorprendida y encantada con tu cuento. Las descripciones, estupendas. Ese poblado de cuatro casas, ese hombre tirando de la vieja mula... pude verlo!
ResponderEliminarY luego el mensaje contenido en esta frase: "él sabía que había sido un pretexto para no hacer nada". (Lloró por estar en ese caserío inmundo, donde todo tenía olor a cloaca y de donde nunca decidió apartarse por esperarla, pero él sabía que había sido un pretexto para no hacer nada, y que había desperdiciado su vida, y que siempre había culpado a una mujer que ni se acordaría de su existencia.)
Cuántas veces nos quedamos sentados esperando... ¿qué? ¿a quién? y todo por miedo a lo desconocido, o por cobardía, o por comodidad... todo es posible.
El final, tremendo. Siempre consigues buenos finales!!!
Un abrazo y feliz semana.
Conchi
Desgarrador, duro y contundente ese momento de la muerte: "...y supo que finalmente había tomado la decisión correcta". ¿Como puede una mujer con tus ojos, Blanca, escribir algo tan duro y fuerte como ese final del relato? Frio, medido, concienciado, cuando se es consciente de que será lo último que haga. Es impactante; mejor, eres impactante. No te conozco personalmente, pero tus ojos traicionan esta forma de expresarte. Deberías usar gafas de sol para estos casos. Enhorabuena, siempre es un gran placer leerte.
ResponderEliminarBlanca,
ResponderEliminarMi opinión no es ilustrada, ya que sólo puedo decir que me gusta o no, o expresarte, mal, mis sentimientos.
Cuando he terminado de leerlo me ha entrado mucha tristeza, pero que sepas que he disfrutado haciéndolo.
¡Un beso!
MIGUEL
Gracias, Javier, siempre es bueno saber que lees mis cuentos. Los finales felices o tristes siempre deben ser finales que no te dejen frío. Me refiero a que no me agradan los finales planos.
ResponderEliminarUn abrazote, amigo!
Blanca
Venator: Has captado lo que di a entender con el final: una ironía del destino. Sabes cómo me gusta jugar con ese ingrediente.
ResponderEliminarUn beso, amigo,
Blanca
Ja, ja, Devoust, "No sabes qué tierra pisas..." buena descripción de mis finales. Tienes razón, en este cuento podría interpretarse que después de verla, murió satisfecho. O que después de verla tan anciana, murió feliz por no tener que vivir a su lado, o que creyó verla y que había llegado al paraíso.
ResponderEliminarGracias por tu comentario, amigo,
Blanca
Cristina, muchas gracias, eres tan amable, amiga, me gustó mucho la entrevista a Alberto V-F, y su respuesta, esa que a ti te gustó, ¡Es que el hombre se las trae, ¿eh?
ResponderEliminarBlanca
MJesus:
ResponderEliminarPreciosa amiga, sé que la historia tiene un final ambiguo, pero pienso que dependerá del estado de ánimo de cada lector para su interpretación, así que si te parece que fue un final feliz, ¡Así sea!
Besos!
Tito: No me perderé el cuento. Seguro.
ResponderEliminarMian, ¿mover la mula? ja, ja, qué lindo! es lo mejor que me han dicho de un cuento! gracias amigo,
ResponderEliminarBesos,
Blanca
Querida Conchi, esa interpretación, como todas las tuyas es magnífica. Tienes razón, muchas veces dejamos de enfrentar la vida por cobardía. O por comodidad.
ResponderEliminarMuchas gracias por visitarme, sabes que aprecio muchísimo tus comentarios,
Besos!
Blanca
Señor Incongruente:
ResponderEliminarDespués de tenerme olvidada por varios, ¡muchos! meses, se aparece usted ahora con un comentario tan precioso que no puedo reclamarle nada.
Seguiré su consejo y usaré gafas de sol.
Muchas gracias por la visita
Un beso,
Blanca
Miguel: Para mí es suficiente que lo que escribo llegue a los sentimientos. Me encanta que te haya gustado,
ResponderEliminarun beso, amigo,
Blanca
gitana de los besos de fuego....
ResponderEliminarEsta frasees como la guinda en el final, me ha encantado, destila poesía.
Me ha gustado mucho Blanca, siempre es un placer leerte.
Pobre Pedro, la punzada emocional, mantenía el dolor como una llaga sangrante. La soledad, cuando no se sabe llevar, conduce a una trágica decisión.
ResponderEliminarLa imagen que Pedro obtuvo de la anciana, la corroborará, cuando despierte del sueño de la muerte.
Buen trabajo querida amiga.
Un beso,
Daniel DC
Qué duro, Blanca, duro y hermoso cuento. Lo que más me ha sorprendido es que tengo uno muy parecido, jajaja. Está ya todo inventado. En realidad es de un argumento muy distinto pero también acaba en suicidio y del mismo modo y lo que más impacta de un relato es lo que más perdura en la memoria. Ambos quedarían como dos cuentos de suicidas con una historia detrás. Me ha gustado.
ResponderEliminarUn abrazo.
Blanca, anoche estuve poniendo una entrada en mi blog y buscando documentación sobre el Guernica me acordé de ti, de tu libro El Legado... cualquier motivo es bueno para que nos recordemos... Si te pasas entenderás por qué, jeje.
ResponderEliminarUn abrazo y gracias por tus palabras.
Conchi
Blanca, ahora me he dado cuenta de que TitoCarlos también habla de otro relato parecido. Qué curioso ¿verdad?
ResponderEliminar¿Telepatía literaria? Estamos conectados por fuerzas ocultas, jajaja.
Un abrazo.
Arlett, que placer verte por aquí, y qué bien que te haya gustado!
ResponderEliminarMuchos besos!
Blanca
Así es, Daniel, la soledad cuando no se sabe llevar es dolorosa. Para otros es libertad.
ResponderEliminarPedro encontró su paraíso.
Besos!
Conchi, ´pasé y vi tu Guernica, ¡Fabuloso! Ya comprendí por qué lo asociaste con _El legado,
ResponderEliminar¡Gracias!
Besos,
Maribel, creo que es cierto lo de la telepatía literaria, ja, ja, voy a leer el cuento de Tito mañana, y el tuyo?
ResponderEliminarBesos!
Hola
ResponderEliminarBonito relato. En lo que respecta al estilo, muy bueno. Elegante, nada recargado... El final muy abierto, ciertamente, se puede interpretar de una forma o de otra. Personalmente, mi interpretación es que llega al paraíso porque se muere, pero claro, es que soy bastante pesimista.
¡Ah! Y la psicología del protagonista, qué bien... Eso sí, lo describiría con un neologismo que ha nacido en internet (en España han hecho una película de eso y todo). Así que lo digo: Pedro es un "pagafantas". Un "pagafantas" es una persona que ama de forma obsesiva a otra a pesar de que es imposible que estén juntos. O sea, es, por ejemplo, un hombre para el que la vida gira en torno al amor de una única mujer que, normalmente, no le ama a él. La monogamia está muy bien, pero no cuando la persona amada no siente lo mismo por ti. Es un tipo de persona que jamás conseguirá estar con la persona por la que está obsesionada, ya que casi nadie se siente seducido por alguien que no tiene más vida que satisfacer a su pareja.
Un hombre que no sea un "pagafantas" haría como la Penélope de la canción de Joan Manuel Serrat, acabaría pensando después de cierto tiempo que si no vuelve será porque no le quieren tanto, y reharía su vida, en vez de quedarse en un pueblo muerto a esperarla. Y le diría, como ella: "Tú no eres quien yo espero".
Pero Pedro es el prototipo de persona débil que por el amor de otra que, probablemente, no siente nada por él, es capaz de detener su vida en espera que ese sueño se realice. Así que lo reflejas perfectamente. Muy bien. Ese tipo de personas, hombres principalmente, existe, y es muy habitual.
Un saludo.
Juan.
Juan, entiendo entonces que es un "traspaso de responsabilidades" ¿verdad? aqué que ama y que en nombre de ese amor echa a perder su vida... eso de pegafonte, me gusta, una nueva palabra, ja, ja,
ResponderEliminarMuchas gracias por tan interesante comentario, Juan, pasaré a visitarte, que estos días estoy de vaga, tengo que visitar a los amigos, vale.
Besos!
Blanca
Querida Blanca, qué cuento maravilloso. La cadencia con que está narrado, acorde con el tiempo y el lugar de lo narrado. Las descripciones de ese caserío y las cuatro casa, el ambiente que logras con ellas, muy bueno, como siempre; nos transportas ahí. Ese pobre suspirando por su amada toda la vida, pero me deja una reflexión, no sé hasta qué punto se satisface con su “desgracia”, con su nostalgia por ella, porque si tan grande era el amor ¿qué le impedía ir a por ella, en vez de quedarse sentado esperando? La cobardía o la comodidad, supongo. ¿Cuántas cosas nos harán perder a las personas? Ay, ves, me quedé pensando al leer este cuento tan triste y tierno. El final es sublime, después de tanto añoranza, claro, uno se queda colgado con el recuerdo, lo idealiza, por eso te decía antes. No está exento de su pizca de ironía; muy bueno, amiga. Un gusto leer tus cuentos. Ah, y gracias por los consejos de la entrada anterior, trataré de seguirlos.
ResponderEliminarUn montón de besos,
Margarita
Me gustó!!!!
ResponderEliminarpasaré a menudo
Rosa.-
Me gustó!!!!
ResponderEliminarpasaré a menudo
Rosa.-