
Haré un paréntesis para hablar un poco de mí.
Empecé a escribir en el 2001. Lo hice con una novela llamada El Pacto, que para algunos de los que siguen este blog puede ser familiar por las veces que la he mencionado. Fue la primera. Y no puedo negar que en su momento creí con firmeza que era muy buena. Han transcurrido ocho años desde entonces y ya son varias las novelas que llevo escritas, al menos, eso pensé cuando las daba por terminadas al teclear el último párrafo. Digo pensé, porque comprendí después que eran simples bosquejos de novelas. Cada una de ellas contenía una historia interesante, pero sin el acabado final que convierte una historia en una obra digna de ser presentada a una editorial.
¿Por qué digo esto? Porque seis años después, cuando empecé a corregir “La búsqueda”, mi segunda novela, llegué a comprender que no es suficiente tener una buena idea, desarrollarla y escribirla. Se necesita mucho más que eso. Se requiere tener la humildad necesaria para escuchar críticas, y aceptar que se puede estar equivocada. Que es importante seguir consejos, porque no somos infalibles. Que los que escribimos, vemos nuestras creaciones sin objetividad por más que nos esforcemos en ser autocríticos, y que muchas veces no sabemos siquiera en qué fallamos, de manera que es improbable que podamos corregir si no sabemos dónde y cómo hacerlo. Y que cuando damos a leer nuestros manuscritos lo hacemos más por el deseo de ser leídos y reconocidos que por ser calificados. Ansiamos con fervor que nos digan lo que queremos oír, y cualquier argumento que nos señalen, por más razón que tenga nos parece un oprobio a nuestra supuesta capacidad intelectual, y simplemente nos cerramos al escuchar la frase: no sabes escribir. Y lo cierto es que si no se interioriza en ello, no se puede aprender.
Me paseo por muchos blogs de escritores que ven con frustración cómo su obra es rechazada por las editoriales, y mientras la solidaridad de los amigos que siguen el mismo rumbo es encomiable desde el punto de vista humano por el apoyo incondicional, todo su esfuerzo se reduce a seguir intentándolo, una y otra vez, sin tomar en cuenta el factor más importante, el que quizás marque la diferencia, pues no se trata de “luchar”, “intentar”, “no perder la fe”, de que algún día una editorial dé la respuesta tan esperada. Se trata de preguntarse: ¿Por qué no desean publicar mi libro? Y examinar la situación. Tantas editoriales y tantos evaluadores no pueden estar equivocados, pues demasiadas coincidencias, solo indican que existe una realidad, que el manuscrito necesita una buena revisión, que es necesario buscar ayuda para saber en qué se está fallando. No importa cuántos consejos se lean acerca de cómo publicar, o cómo buscar un agente, o cuál es la mejor manera de presentar un manuscrito. Si el material carece del mínimo valor estilístico, si la historia por más interesante que sea está mal planteada, si los diálogos son acartonados como los de una telenovela, si en lugar de narrar se explica lo que sucede, si el autor no logra alejarse de la trama y en lugar de ello opina; si en suma, es incapaz de crear un vínculo con el lector que haga que éste se involucre en la obra, difícilmente puede esperar que un evaluador de editorial preste la atención suficiente a la novela como para engancharse con ella y decidir que tal vez con unas pocas mejoras, valdría la pena publicarla.
Porque no debemos engañarnos: toda novela por muy bien escrita que esté, pasa por la mesa de un equipo de edición, y no lo digo yo. Lo dicen escritores renombrados, como un García Márquez, un Vargas Llosa o un Vázquez-Figueroa. Pero la materia prima debe tener un mínimo de calidad, de coherencia, de luz propia, que indique al lector de editorial que es la obra que estaba buscando. Y no hablemos de temas, pues a estas alturas es casi imposible inventar nada nuevo, lo difícil es tomar lo que existe para contarlo de otra manera. Claro que de vez en cuando, surge algún genio como Patrick Süskind y escribe una obra como “El perfume”, o un Umberto Eco, que nos plantea su genial “El nombre de la rosa”; pero son los menos, la gran mayoría tenemos que ingeniárnosla para reinventar lo inventado.
No voy a aconsejar a nadie, sólo cuento lo que por experiencia llegué a comprender. A veces el ensayo y error deja más huella que el aprendizaje regular. Pero no quiero dejar pasar este espacio sin mencionar a la persona que significó para mí un giro de ciento ochenta grados en la forma de ver la escritura, un hombre que sin ser escritor, sino médico, tuvo la suficiente claridad, la paciencia de lidiar con mi escaso coeficiente intelectual, y el desprendimiento de dedicar muchos meses a mi aprendizaje, para lograr que yo al fin entendiera de qué trata todo este asunto de escribir para otros, pues cuando uno escribe es para que otros comprendan con absoluta claridad lo que se intenta contar. Fue el que hizo posible que la Editorial Roca se fijase en mi novela “La búsqueda” y le diese una oportunidad.
Dedico pues, esta entrada a mi buen amigo Fernando Hidalgo, sin cuya enseñanza hoy yo no podría haber imaginado llegar a publicar, ni hubiera soñado en contar con Antonia Kerrigan, una de las mejores agentes literarias de la actualidad, que ha hecho posible que mi próxima novela “El legado”, tenga fecha de lanzamiento: 19 de mayo de 2009, y que la siguiente, “Dimitri Galunov”, esté camino a su publicación.
Lamento no poder dar más detalles de la editorial que publicará “El legado”, pues es una empresa que empezará funciones en la fecha señalada, y supongo que por cuestiones de marketing, no estoy autorizada a divulgar su nombre, pero llegado el momento será conocida por todos los que nos movemos en este mundo literario e iniciarán su singladura con mi novela.
Publicar no sólo es posible, es la consecuencia natural cuando se sigue la senda correcta. Lo he aprendido a lo largo de ocho años.
B. Miosi
Empecé a escribir en el 2001. Lo hice con una novela llamada El Pacto, que para algunos de los que siguen este blog puede ser familiar por las veces que la he mencionado. Fue la primera. Y no puedo negar que en su momento creí con firmeza que era muy buena. Han transcurrido ocho años desde entonces y ya son varias las novelas que llevo escritas, al menos, eso pensé cuando las daba por terminadas al teclear el último párrafo. Digo pensé, porque comprendí después que eran simples bosquejos de novelas. Cada una de ellas contenía una historia interesante, pero sin el acabado final que convierte una historia en una obra digna de ser presentada a una editorial.
¿Por qué digo esto? Porque seis años después, cuando empecé a corregir “La búsqueda”, mi segunda novela, llegué a comprender que no es suficiente tener una buena idea, desarrollarla y escribirla. Se necesita mucho más que eso. Se requiere tener la humildad necesaria para escuchar críticas, y aceptar que se puede estar equivocada. Que es importante seguir consejos, porque no somos infalibles. Que los que escribimos, vemos nuestras creaciones sin objetividad por más que nos esforcemos en ser autocríticos, y que muchas veces no sabemos siquiera en qué fallamos, de manera que es improbable que podamos corregir si no sabemos dónde y cómo hacerlo. Y que cuando damos a leer nuestros manuscritos lo hacemos más por el deseo de ser leídos y reconocidos que por ser calificados. Ansiamos con fervor que nos digan lo que queremos oír, y cualquier argumento que nos señalen, por más razón que tenga nos parece un oprobio a nuestra supuesta capacidad intelectual, y simplemente nos cerramos al escuchar la frase: no sabes escribir. Y lo cierto es que si no se interioriza en ello, no se puede aprender.
Me paseo por muchos blogs de escritores que ven con frustración cómo su obra es rechazada por las editoriales, y mientras la solidaridad de los amigos que siguen el mismo rumbo es encomiable desde el punto de vista humano por el apoyo incondicional, todo su esfuerzo se reduce a seguir intentándolo, una y otra vez, sin tomar en cuenta el factor más importante, el que quizás marque la diferencia, pues no se trata de “luchar”, “intentar”, “no perder la fe”, de que algún día una editorial dé la respuesta tan esperada. Se trata de preguntarse: ¿Por qué no desean publicar mi libro? Y examinar la situación. Tantas editoriales y tantos evaluadores no pueden estar equivocados, pues demasiadas coincidencias, solo indican que existe una realidad, que el manuscrito necesita una buena revisión, que es necesario buscar ayuda para saber en qué se está fallando. No importa cuántos consejos se lean acerca de cómo publicar, o cómo buscar un agente, o cuál es la mejor manera de presentar un manuscrito. Si el material carece del mínimo valor estilístico, si la historia por más interesante que sea está mal planteada, si los diálogos son acartonados como los de una telenovela, si en lugar de narrar se explica lo que sucede, si el autor no logra alejarse de la trama y en lugar de ello opina; si en suma, es incapaz de crear un vínculo con el lector que haga que éste se involucre en la obra, difícilmente puede esperar que un evaluador de editorial preste la atención suficiente a la novela como para engancharse con ella y decidir que tal vez con unas pocas mejoras, valdría la pena publicarla.
Porque no debemos engañarnos: toda novela por muy bien escrita que esté, pasa por la mesa de un equipo de edición, y no lo digo yo. Lo dicen escritores renombrados, como un García Márquez, un Vargas Llosa o un Vázquez-Figueroa. Pero la materia prima debe tener un mínimo de calidad, de coherencia, de luz propia, que indique al lector de editorial que es la obra que estaba buscando. Y no hablemos de temas, pues a estas alturas es casi imposible inventar nada nuevo, lo difícil es tomar lo que existe para contarlo de otra manera. Claro que de vez en cuando, surge algún genio como Patrick Süskind y escribe una obra como “El perfume”, o un Umberto Eco, que nos plantea su genial “El nombre de la rosa”; pero son los menos, la gran mayoría tenemos que ingeniárnosla para reinventar lo inventado.
No voy a aconsejar a nadie, sólo cuento lo que por experiencia llegué a comprender. A veces el ensayo y error deja más huella que el aprendizaje regular. Pero no quiero dejar pasar este espacio sin mencionar a la persona que significó para mí un giro de ciento ochenta grados en la forma de ver la escritura, un hombre que sin ser escritor, sino médico, tuvo la suficiente claridad, la paciencia de lidiar con mi escaso coeficiente intelectual, y el desprendimiento de dedicar muchos meses a mi aprendizaje, para lograr que yo al fin entendiera de qué trata todo este asunto de escribir para otros, pues cuando uno escribe es para que otros comprendan con absoluta claridad lo que se intenta contar. Fue el que hizo posible que la Editorial Roca se fijase en mi novela “La búsqueda” y le diese una oportunidad.
Dedico pues, esta entrada a mi buen amigo Fernando Hidalgo, sin cuya enseñanza hoy yo no podría haber imaginado llegar a publicar, ni hubiera soñado en contar con Antonia Kerrigan, una de las mejores agentes literarias de la actualidad, que ha hecho posible que mi próxima novela “El legado”, tenga fecha de lanzamiento: 19 de mayo de 2009, y que la siguiente, “Dimitri Galunov”, esté camino a su publicación.
Lamento no poder dar más detalles de la editorial que publicará “El legado”, pues es una empresa que empezará funciones en la fecha señalada, y supongo que por cuestiones de marketing, no estoy autorizada a divulgar su nombre, pero llegado el momento será conocida por todos los que nos movemos en este mundo literario e iniciarán su singladura con mi novela.
Publicar no sólo es posible, es la consecuencia natural cuando se sigue la senda correcta. Lo he aprendido a lo largo de ocho años.
B. Miosi