sábado, 26 de marzo de 2016

Ser escritor por amor al arte

En un artículo publicado por el agente literario Guillermo Schavelzon, “De qué vive un escritor” afirma, según su experiencia, que ninguno escribe para ganar dinero. Para explicarlo con más claridad, el ganar dinero es una circunstancia posterior, no es el que motiva a escribir el primer libro.

Estoy de acuerdo con él hasta cierto punto.  Escribí mi primera novela y ni siquiera tenía intenciones de publicarla. Seguí escribiendo hasta juntar cinco manuscritos por simple placer y, cuando decidí que tenía que publicar al menos uno de ellos, fue porque se trataba de la vida de mi esposo y deseaba darla a conocer. Solo eso.

Con el tiempo y al haber experimentado que las historias que contaba interesaban a la gente, me fui volviendo más ambiciosa, deseaba llegar a más público, y empecé a preguntarme si tal vez algún día podría ser famosa. Creo que todo escritor se ha hecho esa pregunta en algún momento. Fue cuando di el primer paso y empecé a autopublicar en Amazon, no porque mis manuscritos fueran invariablemente rechazados, no es mi caso. Lo hice porque comprendí que era el futuro: lectura al alcance de todos a precios accesibles y distribución internacional.  Fue después cuando supe que tendría acceso a mis reportes de venta y que recibiría el pago puntual cada mes por los libros vendidos.

Ahora que lo pienso, fue lo que cambió de manera radical mi punto de vista acerca del mundo de la escritura. Anteriormente me conformaba con publicar. Hacerlo a través de una editorial significaba que me había convertido en una escritora. Un libro avalado por un sello editorial demostraba al mundo que era capaz de escribir bien, de lo contrario mi obra no hubiera pasado por el filtro editorial. De la misma manera pasé por el filtro de una de las mejores agentes, y seguí publicando sin contratiempos y sin que me importara cuánto y cuándo me irían a pagar. Mi satisfacción radicaba en haber publicado, era suficiente para mí. No prestaba interés al porcentaje, ni que mis anticipos fuesen repartidos entre mi agente y los impuestos. ¡Publicaba en librerías de grandes superficie de España! Lo máximo a lo que puede aspirar una escritora desconocida.

Sin embargo, aquellos libros que me animé a publicar por mi cuenta en Amazon hicieron la diferencia. Empezaron a venderse y empecé a recibir un pago por ellos. Tomé conciencia entonces de que no solo se trataba de publicar un libro para que la gente disfrutara, sino que era justo que a cambio de mis ideas, el trabajo y el tiempo invertido, recibiera una compensación monetaria. Empecé a pensar como una empresaria, sin que por ello dejase de sentirme escritora. Hay la creencia de que los escritores que piensan en dinero son unos mercenarios. ¿Acaso los pintores dejan de serlo porque venden sus obras al mejor postor?

Por otro lado vender los libros que escribo me proporciona una enorme satisfacción, porque sé que me leen. Habrá muchos que sigan pensando que viven para escribir y no les interesa vivir de lo que escriben. No es mi caso. Me gusta vivir de lo que escribo; lo digo sin ambages ni hipocresía, y cuando escribo estas líneas me viene a la mente el cuento de Esopo: La zorra y las uvas.

Es claro que no es fácil. Me he convertido en mi agente literaria además de escritora a tiempo completo, lo que incluye escribir, asistir a tertulias literarias para seguir aprendiendo y a charlas. Asisto a  presentaciones de libros de amistades, porque vivo en un país donde no se venden mis libros, ya que la mayoría se compran a través de Amazon, una plataforma a la que solo se puede acceder con tarjeta de crédito que permita compras internacionales y, como la mayoría sabe, en Venezuela es algo que no está permitido, pero me hago cargo de promocionar mis libros en las redes sociales, y de hacerme conocida de muchas maneras creativas, como por ejemplo llevando un programa de radio semanal: La Hora Amazónica, diseñar imágenes publicitarias para mis libros, responder entrevistas, que por suerte llegan sin que tenga que solicitarlas, pero es un mundo enriquecedor que me aporta más de lo que doy.  He descubierto seres humanos valiosos que de otra forma dudo mucho hubiera podido conocer. La imagen del escritor encerrado entre cuatro paredes creando su próxima obra es lejana para mí. Y lo más importante: He aprendido a elegir cómo y con quién publicar, porque no solo autopublico, también lo hago a través de editoriales. Hoy en día mis libros se venden en tres formatos: digital, papel y audible; así como he logrado un contrato de traducción para todas mis novelas al idioma francés. También tengo dos libros traducidos al inglés y uno al alemán. Todas las negociaciones las hago yo sin intermediarios. Y lo más asombroso es que he podido vender los derechos de una novela que aún no tengo terminada.

Como escritores tenemos el derecho de ganarnos la vida de manera digna cobrando por nuestros libros. No es nada vergonzoso. Es un trabajo que requiere de toda nuestra energía, a menos de que escribamos por hobby, como cuando lo hacía cuando empecé hace catorce años.

¡Hasta la próxima, amigos!



sábado, 5 de marzo de 2016

Autopublicación: ¿Ingenuidad o ignorancia?

Se necesita ser valiente para publicar de manera independiente. En algunos casos la valentía es consecuencia de la ingenuidad: escritores que están absolutamente convencidos de que su obra es muy buena sin que haya pasado por un lector beta o haya sido revisada por un corrector.

En otros casos esa valentía es dada por la ignorancia, como lo fue en mi caso cuando presenté mi primera novela a una editorial hace ya varios años pensando que había escrito una obra maestra y fue rechazada amablemente con una carta explicativa que abarcaba dos folios, observaciones que no podía comprender porque estaban fuera de mis conocimientos. La editorial era muy importante, tanto que albergaba en sus entrañas a escritores de la talla de Vargas Llosa, Isabel Allende, Gabriel García Márquez entre otros. Pero mi ignorancia o como dijo en una ocasión una amiga, "mi audacia", era de tal magnitud que fui a esa editorial por la simple razón de que me quedaba cerca, sin percatarme de que era probable que mi manuscrito ni siquiera fuese leído. De otra manera jamás se me hubiera ocurrido presentarlo a Alfaguara.

No me arrepiento. Estudié durante varios días la carta de rechazo. Una que según la directora de publicaciones no acostumbraban entregar a los escritores, pero algo debió ver entre líneas en mi novela que se animó a dármela. Tal vez le llamó la atención alguna expresión de mi rostro que indicaba que no entendía nada de lo que me decía. Quién sabe. Lo cierto es que al cabo de algunas semanas logré comprender lo que la carta decía. En resumen: la historia que contaba era excelente. estaba narrada de una manera que no se podía dejar de leer, pero que estaba muy mal escrita.

¿Mal escrita? ¿Por qué? No tenía errores ortográficos, fue lo primero que pensé porque me cuidé muy bien de revisarla. Y sabía que la historia era buena porque la había leído mi esposo, mi hijo, cuatro amigas y todos decían que estaba perfecta. Sin embargo, no podía dejar de lado la opinión de los expertos, y ellos eran los de la editorial.

He sido una lectora de novelas prácticamente desde que aprendí a leer. Leer es mi pasión, pero comprendí que una cosa es leer novelas, muchas, muchas, y otra cosa es ser una escritora, ya no digamos una buena escritora. Leía y releía mi manuscrito y no lograba ver las fallas que los lectores de la editorial habían encontrado. Entonces decidí que tenía que aprender, pero como no tenía tiempo de asistir a talleres de narrativa ni sabía que existían (tal era mi grado de ignorancia), empecé a frecuentar foros literarios en donde leía fragmentos de novela cuentos y textos que posteaban para ser sometidos a la crítica de los participantes. Escribí cuentos, algunos en media hora, tal era mi apuro por enterarme del resultado. Empecé a comprobar que no era nada fácil someter mis escritos al escrutinio de escritores que sabían más que yo. Veían errores que yo jamás hubiera calificado como tales y fui comprendiendo que me faltaba mucho por aprender.

Han transcurrido varios años desde esa primera etapa y todavía hoy siento que me falta mucho por aprender a pesar de los comentarios elogiosos que recibo en ocasiones. A pesar de haber publicado por editoriales de prestigio y a pesar de haber sido catalogada como la escritora que más libros ha vendido hasta el 2015 en Amazon en español. Por eso cuando veo libros a los que les hace falta una revisión exhaustiva publicados en Amazon me entra cierto desasosiego. Y más aún cuando esos mismos libros son promocionados por sus autores como excelentes y comprados con entusiasmo por lectores ávidos de entretenimiento. ¿A quién hacemos daño al publicar mediocridades?  Amazon no tiene la famosa criba editorial, somos los escritores quienes debemos hacernos cargo de la enorme responsabilidad de publicar libros que no solo contengan una bonita historia, sino que estén bien escritos, que el producto que llegue a los lectores los enriquezca, y hasta cierto punto incremente su cultura, no deforme nuestro idioma o emita conceptos equivocados.

Es una responsabilidad que será nuestro legado en estos días en que es tan sencillo publicar. La lectura es un entretenimiento, como lo he dicho en muchas ocasiones, procuremos que sea uno de altura. Será en beneficio de todos y acallaremos las voces que dicen que lo que publican los escritores independientes es de mala calidad, porque nos engloba. Todos caemos en el mismo saco y no es para nada justo. No al menos para los que tratamos de brindar un buen producto.

¡Hasta la próxima, amigos!