jueves, 28 de agosto de 2008

BUBOK, UNA EDITORIAL CON FUTURO

Desde hace días me he dado a la tarea de pedir justicia por el caso de plagio que pueden ustedes leer en los artículos: "Plagio dentro y fuera de Internet" y "Plagio o Inspiración".

JP Sánchez es un hombre sin escrúpulos que plagia obras sin importarle de dónde vengan ni de quienes sean. Fue denunciado por mí y por otros afectados en varios foros literarios, y sólo esperábamos que la editorial Bubok entrase en razón y accediera a retirar sus obras de su catálogo de autores.

La buena noticia es que Bubok lo ha hecho. Y no me queda sino reconocer que actuaron con probidad. Me imagino que incurrieron en muchos gastos en las veintidós novelas que J.P. Sánchez tenía en exhibición, pero creo que ahora tienen la credibilidad en el mundo literario, se perfilan como una editorial original, seria y honesta y los felicito de corazón.

También doy gracias a todas las personas que se comunicaron conmigo de una u otra forma, a los que participaron en Prosófagos y El Recreo a los que me enviaron correos electrónicos y en especial a Alberto Vázquez Figueroa, por haber aportado su grano de arena.

Y a usted, señor JP Sánchez le sugiero que se haga una revisión. Tal vez dentro de poco tiempo ya nadie recuerde este affair, pero usted sabe que actuó mal. Escriba, que me imagino que lo sabe hacer, pero hágalo con lo que salga de su mente.

Una abrazo a todos, sin excepción.

Blanca Miosi

PLAGIO O INSPIRACIÓN


¿Alguna vez han tenido un libro en las manos y de repente una línea salta a la vista como un aviso de neón? Cuando sucede, de inmediato nuestra imaginación se dispara y corremos a desarrollar una idea que la bendita línea inspiró. No sé si les sucede a todos, pero en mi caso sí, algunas veces. También me he encontrado leyendo palabras o pensamientos muy similares a los míos, pero suelen ser toques fugaces, dentro de un contexto similar en el que no queda más remedio que coincidir. Cuando encuentro una frase que bien podría habérseme ocurrido, me cercioro de lo fácil que es redundar en literatura.

Pero es un motivo más para tratar de ser siempre originales, de que nuestras obras sean únicas, interesantes, inauditas, raras, extremas, y yendo más lejos: excepcionales. Es el íntimo deseo de cada escritor, ser recordado por la huella que dejó en un camino tan trillado donde muchos dicen que ya no hay nada más que inventar.

Uno de esos seres excepcionales fue José Asunción Silva. Poeta colombiano y escritor controversial como suelen ser los seres inteligentes. Su obra póstuma: “De sobremesa” marcó un hito en la literatura de su país, y en las letras sudamericanas. Tanto así que muchos años después, su obra sigue editándose y su paisano Gabriel García Márquez prologó una edición con un brillante estudio que empezando por el título, En busca del silva perdido, fue tan controversial como el mismo autor de “De sobremesa”.

Si José Asunción se levantase de su tumba vería que la polémica que levantó el título de su obra fue resuelta por un peculiar personaje chileno: JP Sánchez. Él simplemente se limitó a cambiarle el nombre.

Hoy “De sobremesa” se llama “La rosa africana”. Así de simple. Lo demás sigue igual.

Tal vez suene atorrante, pero es así. Una de las novelas más importantes de la literatura colombiana del siglo XIX, precursora en muchos aspectos de insignes autores de esta tierra de gracia, que es América, ha sido plagiada por un señor que se autodenomina escritor, y tiene cerca de una veintena de libros escritos no sé si por él, ya que sus blogs estaban repletos de cuentos plagiados, (uno de ellos a mí).

Pero como bien dice la editorial Bubok, el libro escrito por José Asunción Silva, pertenece ahora a JP Sánchez, pues según ellos el susodicho ha registrado la obra a su nombre.

Y para aclararme el panorama pusieron como ejemplo en el foro:

Queríamos comentaros también que, por poner un ejemplo concreto, el libro del Quijote puede publicarlo en Bubok cualquier autor, eso sí, sin cambiarle el título ni el nombre del autor, ya que debido a que el autor lleva más de 80 años muerto la obra está libre de derechos. No es posible, como hemos leído en este mismo post, cambiar el título a la obra.

No comprendo bien la aclaratoria, pues el caso es diferente, JP Sánchez sí cambió el título. Pero respeto muchísimo ese raciocinio, ya que procede ni más ni menos de gente que publica. Se supone que ellos son los que saben.

Lo triste de todo esto es que los que escribimos lo hacemos por amor, entregamos nuestra vida, nuestros momentos de ocio, nos convertimos en ermitaños, muchas veces lo único que vemos cuando logramos mantener los ojos abiertos tras largas horas de insomnio es la pantalla, y nuestra mente divaga entre historias, diálogos, trama, vidas ajenas, esperando dejar un rastro en el camino, la huella a la que me referí al empezar este artículo. Y a José Asunción Silva le borraron la huella de un solo plumazo.

Tal vez Gabriel García Márquez desee prologar “La rosa africana”. Le preguntaré. Y esto es literal.

Y por último, dejo parte del contrato que hace firmar Bubok a sus clientes:

OCTAVO.- FACULTADES DE REVISIÓN DE BUBOK: BUBOK podrá,
libremente y en cualquier momento en que lo decida, a iniciativa propia o a instancias de terceros, llevar a cabo una revisión de la OBRA y de sus contenidos para verificar que éstos no conculcan ni lesionan derechos de terceras personas ni valores ni principios éticos y morales esenciales.
En el supuesto de que BUBOK verifique que la OBRA y sus contenidos violan derechos de terceros o atentan contra derechos, valores y principios éticos y morales esenciales, podrá llevar a cabo la retirada de la OBRA de su plataforma on-line.
El AUTOR no podrá reclamar a BUBOK ningún tipo de indemnización por esta retirada.


Pero Bubok dice que ellos nada pueden hacer sin que exista una demanda de por medio.


Blanca Miosi

martes, 26 de agosto de 2008

Plagio dentro y fuera de Internet

Hace unos días tuve una desagradable sorpresa. Un cuento de mi autoría, «El piso de la calle Ryden» publicado años atrás en varios foros literarios, entre ellos la revista virtual Letralia, apareció bajo el nombre de «Clarisa» en uno de los blogs de un tal JP Sánchez, y no figuraba mi nombre como autora. Le envié un correo electrónico y al no obtener respuesta, publiqué un aviso de plagio en el foro Prosófagos y también en El Recreo. Son los dos foros que frecuento con cierta asiduidad. Debo decir con tristeza que en El Recreo no obtuve respuesta, excepto del administrador, Papillón, parece que a nadie le interesa que sus textos puedan ser plagiados.

Pero la reacción en
Prosófagos no se hizo esperar. De inmediato varios compañeros se dieron a la tarea de investigar al susodicho JP Sánchez. Resultado: es un «prolífico escritor» pues tiene en su haber más de una docena de títulos, que son comercializados a través de la editora Bubok. Una editorial que tiene menos de un año de iniciada, que facilita la publicación gratuita de toda clase de obras. Pero además de ese peculiar dato, encontraron que en los blogs de JP Sánchez existían sinnúmeros cuentos plagiados. Algunos autores se comunicaron conmigo y otros me imagino actuarán por su cuenta. La copia sistemática de obras no se limita a participantes de foros literarios o blogeros, va más allá. Una compañera de Prosófagos descubrió que también había plagiado a poetas conocidos, escritores, y por último una de sus novelas que ostentaba en Bubok bajo el título de «La rosa africana», tenía la sinopsis copiada íntegramente del libro del verdadero autor, el escritor Silva, José Asunción (1865-1896) obviamente fallecido. Es muy probable que el contenido también fuese una copia. El nombre de la obra original es: "De sobremesa". Copio la investigación que efectuó uno de los miembros de Prosófagos:

Creo que la Editorial ha sido prudente; si bien para leer todo un libro hay que comprarlo, cada uno de ellos tenía, en la página, una suerte de "contratapa", que en algunos casos incluía fragmentos del libro. Siguiendo uno de estos fragmentos (el correspondiente a la novela "la rosa Africana" (sic)), el señor google informa que: "la claridad tibia de la lámpara caía en círculo sobre el terciopelo carmesí de la carpeta, y al iluminar de lleno tres tazas de China, doradas en el fondo por un resto de café espeso, y un frasco de cristal tallado, lleno de licor trasparente entre el cual brillaban partículas de oro, dejaba ahogado en un" es el inicio de la novela "De sobremesa"
http://www.librosparadescargar.com/ebook-1/1108687955-de-sobremesa

Sin embargo, Bubok ha declarado en un correo que recibí ayer, y que publiqué en el foro de Prosófagos, que la editorial no puede decirle a JP Sánchez que retire sus obras porque según él, «las tiene registradas a su nombre»; es decir, que si JP Sánchez se presenta con «Don Quijote de la Mancha» registrado bajo el nombre de «El caballero y su escudero», por ejemplo, Bubok podría aceptar la publicación de esa obra monumental porque estaría registrada por dicho señor.
Y ha vuelto a colocar las obras de JP Sánchez en su catálogo.

Mal comienzo para una editorial que quiere marcar pauta, y que utiliza como referencia de convencimiento al famoso autor Alberto Vásquez Figueroa.

¿Qué puede sentir una persona al saberse descubierta como plagiaria? Sus blogs han salido de la red, lo que indica que por lo menos por un tiempo estaremos a salvo, pero cuántos de estos sujetos pululan por Internet? Creo que la referencia para Bubok en adelante sería:
la editorial donde se puede publicar obras plagiadas.

Cuando uno de los afectados escribió a JP Sánchez obtuvo como respuesta: «Adelante con esas acciones legales».

Es un aviso que conviene tener en cuenta. Editoriales sin escrúpulos una vez que han invertido en la publicación, desean ganar a toda costa, pues seamos claros, nada es gratis en este mundo, menos en editoriales de ese tipo. Me pregunto qué sentirán los escritores que han publicado en Bobok, los otros, los que de verdad escriben, los que han pasado largas horas creando, poniendo a trabajar sus neuronas. ¿Considerarían justo si viene un JP Sánchez y publica lo que ellos han creado con otro título y dice que le pertenecen a él porque ha registrado las obras a su nombre, simplemente cambiándoles el título?

Pero me temo que esto no sólo se circunscribe a lo que está publicado a través de Internet. Cualquiera puede tomar un libro y plagiarlo, cambiar pequeñas partes, o simplemente el título, y nadie se dará el trabajo de verificar si la obra es original. Algunas veces sucede con la aceptación de la propia editorial, como en el caso de una amiga, una experiencia que le sucedió al presentar su manuscrito buscando publicar. Pueden leerlo en:
http://comollegarapublicar.blogspot.com/2008/02/qu-rabia.html

Y algo muy curioso entre editoriales poderosas:
Aquí

Es un mundo terrorífico, en el que nadie está a salvo, es como una jungla, el más fuerte es el vencedor. Es decir, si soy famoso, puedo apropiarme del trabajo de otro y nadie pondrá en duda que el trabajo es mío.

Bueno, amigos, es todo por hoy, aunque el tema da para mucho. Si desean enterarse con detalles: Prosófagos

Blanca
Miosi

P.D.: Para saber si un cuento o cualquier otro tipo de obra está plagiada en Internet, lo único que tienen que hacer es copiar un fragmento del texto y pegarlo en el buscador de Google. Aparecerán todos los sitios donde ha sido publicada. Si no es un lugar donde ustedes lo hayan hecho, es un plagio.

viernes, 22 de agosto de 2008

De España: "La tijera", por Antonia romero

La tijera

No tiembla su hoja ante mi mirada, me habla de seguridad y fragilidad, en un magnífico plano, en mitad del Universo ambiguo. Al borde del abismo, sujeta por mi mirada, me hace preguntarme ¿qué ocurrirá después? ¿Qué pasó antes?
Cansada del trabajo rutinario, de un mundo de papel, cartón, tela y quien sabe qué más argumentos, hastiada de no ver más allá de su vacío. Temerosa de acercarse a aquello que ama porque sabe que su beso rompe y rasga. Creada para servir y olvidada en un cajón a la espera de ser sostenida por mano firme y cálida, que susurre en su oído de metal los deseos más imposibles, los sueños y proyectos más creativos. Sueña que la dejan desfilar por colores luminosos y después permiten que se entretenga en el detalle y la forma.
Sus antepasados la contemplan desde la Antigua Grecia. Cimbrean los troncos desnudos de las flores que ha cortado. Los cabellos que ayer adornaban el rostro amado, ella los hizo caer con precisión de cirujano y dolor que no se siente. Fue ajuar funerario de tumbas lejanas, ocupó las manos de princesas y lacayos. Ha estado en permanente actividad, desde casi el principio, y cada nuevo día la convierte más en lo que fue. Apenas ha cambiado su aspecto desde aquellos tiempos de la antigüedad, tan perfecta es su forma que no ha necesitado de maquillaje ni cirugía reparadora. De plata y oro la hicieron, de acero se ha visto cubierta, siempre para el mismo fin. Siempre con la misma distancia del demiurgo dominante. Sostenida, amarrada, acompañada en su viaje de separar y reconvertir aquello que fue en algo nuevo.
Si me pidiera ayuda no podría dársela, permanecerá cautiva de las miradas ajenas a su arte. Callada, en un mutismo obligado, sus músculos de acero teñidos de mi roja sangre. Por siempre quieta. Por siempre distante.
¿Qué cuándo te dejaré libre? Nunca, ingenua dominante. Creíste que esperabas y no era cierto. Ya nada esperas, se acabó el tiempo de mantenerte al acecho de su llegada, dispuesta a ayudarle en su tarea. Siempre estuviste para ese borde y canto, siempre dedicada y entregada. Ahora descansa, aprovecha el olvido para recordar, despierta aquellas imágenes dormidas en tu memoria. Recuerdos tuyos de recuerdos de otros. Momentos en la vida de cada uno que quedaron fijos en una imagen que tú recortaste y convertiste en amuleto. Estuviste en mis manos y aquel recuerdo amargo se hizo añicos entre tus brazos, sujetos por dedos que se clavaban en tus ojos. Cuántos como yo se servirían de ti para borrar el pasado, cuántos para huir, creyendo que había para ellos un nuevo futuro. Quitaste las notas de mi partitura y dejaste la canción tal cómo la quería escuchar, tan sólo aquello que de veras me pertenecía, quebrando la parte del tronco que nos unía. Ahora mis álbumes de fotos aparecen mutilados y mis recuerdos, olvidados. ¿Por qué será entonces que siempre que las miro veo lo que ya no está, lo que tú quitaste y convertiste en migajas que dar a la tierra? ¿Por qué allí donde ya no hay nada mis ojos se quedan fijos y puedo sentir el sonido de tu quehacer, de tu abrir y cerrar acompasado?
Igual que siento tu fría hoja entrando en mis entrañas.
Él se fue, yo me voy. Se apagará la luz y se oscurecerá el mundo, un mundo recto y tajante en el que nunca más hundir tus manos.

Una pequeña muestra del genio de Antonia Romero, escritora, ha publicado su novela "Peso Cero" por Editorial Diálogo: http://www.editorialdialogo.com/ el pasado año 2007. Una obra que va más allá de una novela, es una denuncia por los estereotipos que día a día cobran vidas inocentes.

jueves, 7 de agosto de 2008

Gloria Scharetg, de La Florida, USA, con LA FELICIDAD

* Homenaje a las pequeñas víctimas de las Brigadas de la Muerte en Brasil.

Tenía razón el Airton, no se siente nada. No me duele más la pierna, y eso que desde el día que entraron al morro a los tiros que ando con esta pata a cuestas, cada vez más hinchada y ya hasta mal olor le había entrado a sentir pero ahora no, no siento nada, como si la curandera Camila me la hubiera sanado con sus menjunjes y potingues y ya estuviera como antes, lista para un picadito con los rapáis de la cuadra.

Tampoco cansancio siento. Me vinieron eso sí unas ganas de dormir tan grandes que hasta me cuesta tener los ojos abiertos. Me da casi risa, ni yo puedo decir si los tengo abiertos o cerrados. Pero son lindas estas ganas, es como si supiera que voy a poder dormir toda la noche de un tirón y que voy a tener un sueño dulce, como cuando la Mãe todavía estaba en el rancho y se metía en el catre donde nos apilábamos para dormir el Bruno, el Edson, la Mary, el Everton y yo y se ponía a cantar y la Mary que todavía no era la Mary sino el Mauro le alcanzaba un vasito con vino de la botella del viejo y después se arrodillaba en el suelo al lado nuestro y la Mãe sonreía, o nosotros pensábamos que sonreía porque era como si un rayito de sol hubiera entrado por una de las rendijas de las latas del rancho y la Mãe entonces entre trago y trago nos contaba la historia de la mulata Tereza, tan linda y tan presumida que se contoneaba por las calles de barro de la favela alardeando que el día que se fuera a la ciudad se convertiría en una bailarina famosa y que volvería al morro solo para reírse de los que se habían quedado y que, en verdad, un día se había ido pero jamás había vuelto, salvo en nuestros sueños en noches como aquellas y al otro día nos contábamos lo que habíamos soñado y nos reíamos con ganas inventándola de mil maneras.

La Mãe nunca había querido irse. Por eso siempre prefirió trabajar como lavandera, para poder ejercer las actividades en su propia casa. Pero el rancho, como todos los de la favela, siempre estaba lleno de personas que no son parientes sino otros moradores de la favela así que la Mãe terminó lavando la ropa en el río que corre junto a la base del morro. Trabajo pesado el de la Mãe. Llegar al río no era tan difícil. Aun con las bolsas cargadas de ropa sucia y las latas para el agua el camino cuesta abajo era llevadero. A lo largo del camino se le iban juntando otras mujeres que aprovechaban las horas más frescas de la mañana para descender. Muchas veces la Mãe me hacía faltar a la escuela para poder traer más agua al rancho y siempre sabía quién se nos iba a unir en la siguiente vuelta del camino. Casi nunca se equivocaba. Cada mujer que se incorporaba al grupo se agregaba a la conversación general que, casi siempre, giraba alrededor de las debilidades de los maridos. Las quejas se tornaban rápidamente en motivo para b romas y pronto todas terminaban riéndose de los males de las otras, olvidándose por un momento que ellas padecían de lo mismo. Por la mitad del camino ya era tal la cantidad de mujeres y meninos que se armaba una verdadera barahúnda y de las casas linderas del camino se empezaban a escuchar los gritos de los moradores intentando acallar la bulla.

Al llegar al río, con la excusa de descansar de la caminata, se sentaban amontonadas sobre las bolsas de ropa sucia y arremetían nuevamente con las bromas y los chismes por un rato. Después, las mujeres se acomodaban en el lugar de siempre y empezaban la dura tarea de todos los días, mientras los meninos hacíamos una pelota con cualquier cosa y jugábamos un improvisado partido de futbol, soñando con llegar a ser como Pelé.

Por horas la Mãe y las otras lavaban la ropa, encorvadas, con el sol ardiente quemándoles las espaldas y el único alivio de los pies descalzos en medio del agua. El río con ellas cambiaba de apariencia. Toda la ribera se salpicaba de cuerpos morenos moviendo los brazos y las manos sin parar. Las mujeres, agotadas por el duro trajín, dejaban de hablar y se encerraban en sus propios pensamientos. A veces, una que otra tarareaba una canción, pero raramente otras se le unían. La Mãe era una de las que cantaba. Pero siempre cantaba canciones tristes. Cuando yo preguntaba por qué, respondia: ah meu menininho, e que o samba é a expressão de dor de uma alma... Como música de fondo sólo tenía el chapotear del agua y los golpes de la ropa en las piedras, pero para mí no había canciones más bonitas que las que ella cantaba.

Después de varias horas cada una emprendía el regreso por su cuenta. La cuesta arriba era dura. La ropa mojada doblaba o triplicaba el peso de los bultos y la vara que los unía lastimaba los hombros encendidos por el sol. Pero no solo el cansancio rezagaba la marcha. Antes de subir había que llenar de agua las latas que habían bajado vacías y colocarlas con cuidado en la cabeza para poder llevarla al rancho. Con la lata de agua en la cabeza los pasos tienen que ser lentos y cautelosos para no perderla por el camino y no tener que volver a bajar. Cuando bajaba con la Mãe los dos llevábamos latas con agua para la casa y aunque no me lo decía, yo sabía que ella estaba orgullosa de mí. A veces al llegar arriba me decía: «¿Sabes que es la felicidad? La felicidad es tener salud para poder bajar y subir al morro todos los días con sol o con lluvia. Eso es la felicidad.» Yo entonces me ponía contento, porque la veía bajar y subir todos los días, con buen o con mal tiempo. Hasta que un día, como la mulata Tereza, no volvió a subir.

Las lavanderas que habían bajado con ella nos aseguraron que la Mãe estaba bien, que les había dicho que ya no podía seguir aguantando las borracheras y los golpes del pai. Les había dicho que ya lo único que le importaba era ser feliz. Y ahí me di cuenta que me había mentido sobre la felicidad.

Y ni hambre siento. Eso sí que es muy raro. Parece que tuviera el estómago lleno y hace tantos días que no como nada. La última vez fue la noche que volví pal morro, la noche que supe que ya el Mauro no era más el Mauro aunque ya igual todos sabíamos que abajo se cambiaba de ropa y se pintaba, pero fue la primera vez que arriba, en el morro, se presentó toda vestida de mujer y hasta con nombre cambiado, ahora quería que la llamáramos Mary.
A mí me había gustado el cambio. Era distinto de cuando se disfrazaba en los carnavales. El Mauro era loco por el samba, decía que el samba era su verdadera familia y que si hay que sufrir, mejor sufrir bailando. El año entero se preparaba para los carnavales. Nunca faltaba a los ensayos de la escola do samba y siempre se las ingeniaba para conseguir el disfraz más elaborado y atractivo. Pintada y vestida de mujer la Mary siempre llamaba la atención, pero esa noche se veía más linda que nunca, más linda todavía que la Mãe. Lástima que ella no estuviera para verla. La Mãe era la única que nunca se había burlado de ella y que hasta la había defendido de las burlas y las groserías de los vecinos y del propio Pai.
Esa noche sí que comí bien. La Mary trajo feijão, charque, lingüiça defumada, paio, y hasta rabo y cocinó una feijoada que quedó como para chuparse los dedos. Al que no le gustó el cambio fue al viejo. Menos mal que llegó cuando ya habíamos terminado de comer y como estaba bastante pasado de tragos se quedó dormido enseguida. El Bruno, que también hacía rato que no subía al morro, había llegado hacia tres días, así que estuvimos todo el tiempo contándonos de todo y riéndonos por cualquier estupidez. La Mary nos contó que había ido a verlo al Edson a la prisión y ahí nos pusimos un poco tristes pero enseguida el Everton y el Bruno empezaron a chusmearle a la Mary los últimos acontecimientos de la favela y bien prontito ya estábamos desternillándonos de risa. Cerca de medianoche fueron llegando los vecinos y el copo empezó a pasar de mano en mano, mientras el fervor de la bebida hacía que todos descargaran sus propias desventuras en la favela misma, como si esos cubos de tablas y de latas viejas fueran un ser vivo. Uno a uno soltaba su bronca y hasta su respeto por ella.
—Si no fuera que me despidieron del trabajo nunca hubiera abandonado la ciudad ni hubiera regresado a la favela.
—Así pasa hermano, ella es la barraca protectora que tiene el pobre en su lucha por la vida.
—Vista desde abajo parece que está ocupada por simples ruinas, como si hubiese habido un terremoto.
A mí siempre me gustó quedarme escuchando a la gente que llega y se queda en las ruedas de aguardiente. Parece que el alcohol todo lo cambia. Todo se ve más lindo. Todo se transforma y las palabras, aún en boca de gente simple y bruta como la gente del morro, se oyen como si fuera una película o una serie de tevé y sacuden y también impresionan. Entre risotadas y aguardiente las personas van cambiando de profesión y hasta de nombre. Al Rulo le pusieron poeta cuando dijo que de abajo los rayos del sol en los tejados de las casas del morro parecen un camino al cielo. El Silvio contestó que ese «camino» no es nada más que una mentira que termina en la infelicidad y enseguida lo bautizaron «Amargado». Y vuelta a reír. Y a tomar.
—Y sin embargo, no pasa un día sin que algún infeliz empiece a construir su pocilga.
—Tienes razón, la favela es el lugar de los que sufren.
—Pero cada vez que bajamos a la ciudad terminamos por volver.
Esa noche, con el Edson de regreso y la Mary tan linda y la barriga repleta y toda esa gente que gustaba de conversar me pareció que al fin estaba sabiendo lo que es la verdadera felicidad.

Y hasta el miedo se me fue. Y eso que nunca, juro que nunca tuve tanto miedo como cuando sentí esa quemazón en el estómago y me incline a mirar y vi toda esa sangre que salía sin parar y me di cuenta que era la mía, y tuve miedo de morirme y pensé en la Mãe y empecé a llorar y a pedir por ella y quise moverme, pero no pude.

Ni siquiera la noche anterior, cuando nos avisaron que los del escuadrón habían llegado al morro y empezamos a correr tratando de escapar, tuve tanto miedo. Y eso que llegué a pensar que el corazón se me salía, de tanto correr, y por el susto. Todo el mundo sabía sobre las redadas del escuadrón y de lo que eran capaces, pero nunca habían llegado al morro y nadie estaba preparado. Al mismo tiempo que se escuchó la primer balacera ya se escucharon los gritos desde afuera y los ruidos de tanto pie descalzo corriendo y tropezándose en la oscuridad.
—A correr, a esconder los meninos —gritaban las mujeres y los hombres.
A mí me agarró el Bruno y me tapó la boca con una mano mientras me arrastró con fuerza afuera de la casa con la otra. Empezamos los dos a deslizarnos hacia la base del morro pero íbamos cortando camino, por entre medio de las casas, ocultándonos entre las matas y parando a cada rato para cerciorarnos de que nadie nos seguía.
Al rato se hizo un silencio insoportable. El miedo se sentía en todas partes. Por momentos se escuchaba una serie de tiros y luego todo volvía a quedar en silencio. De vez en cuando se oía algún grito de dolor. De tanto en tanto un insulto o un ruido extraño de algo que se movía cerca nuestro. Entonces nos quedábamos como congelados, con miedo hasta de respirar. El Bruno me abrazó tan fuerte una de esas veces, que yo pensé que me iba a asfixiar. Hasta él mismo se debe haber dado cuenta, porque después me pasó la mano por la cabeza como pidiéndome disculpas.

Esa noche tuve tanto miedo que ni pensé en la felicidad.

Al amanecer salimos del matorral donde estábamos escondidos y empezamos a correr en zigzag. Recién entonces me di cuenta que me habían pegado en el muslo. El Bruno me hizo un torniquete con un retazo de mi propio pantalón y comenzó a arrastrarme con fuerza por cortadas y callejones. Por momentos con gestos me ordenaba agacharme en la tierra sin moverme hasta que los perros y las botas y los gritos parecían alejarse y después volvía a arrastrarme a seguir corriendo. Casi sin aliento llegamos a la base del morro. Agazapados esperamos a la vera de la carretera hasta poder cruzarla sin ser vistos. La claridad incipiente del día nos trajo cierta tranquilidad. Ya no corríamos, pues temíamos despertar curiosidad entre la gente que empezaba a poblar las calles. Aun así, caminábamos deprisa y de tanto en tanto, el Bruno se daba vuelta para ver si alguien nos seguía. En menos de una hora llegamos a nuestro destino, la iglesia donde los rapazes de la calle se refugiaban de los Brigadistas.
El Bruno se asombró de ver algunos rapazes acurrucados en las escalinatas, tiritando de frío.
—El Padre llega a las ocho, nos informó uno de ellos. A la hora de la misa entramos todos y a veces nos quedamos todo el día, hasta que cierra la iglesia. Después nos sentamos acá, en las escaleras, rogando para que los brigadistas no aparezcan.
Yo miré al Bruno aterrorizado. Él me había dicho que tan pronto me dejase en un lugar seguro él regresaría al morro a buscar a la Mary, no estaba seguro que hubiera podido escapar y quería saber si estaba bien.
—No te preocupes —me dijo—, ya falta muy poco para que se abra la iglesia y antes que te des cuenta yo estaré de vuelta con la Mary. No te pasará nada, ya verás. Aquí no se van a atrever a hacer nada.
Intentando ser valiente asentí con la cabeza, aunque bajé los ojos para no verlo irse, aferrándome al sonido de sus pasos alejándose, como si ese sonido fuera todo lo que me quedaba.
De repente volví a sentir sus pisadas y hasta me puse contento pero fue sólo un segundo. Enseguida comprendí que no era el Bruno el que se acercaba. Aun los rapazes que parecían dormidos se agolparon temblando contra la puerta de la iglesia. Yo me uní a los demás, jadeando de terror, odiando la claridad del día que nos hacia tan visibles, contra esa puerta inmensa que no se abría.
Siempre había imaginado que los brigadistas debían ser muy grandes y muy fuertes pero desde el suelo donde estábamos acurrucados me parecieron gigantes.
—El Bruno tiene razón —pensé—, no nos van a hacer nada, nosotros somos sólo unos meninos pequenininhos, muertos de hambre, ni armas tenemos, sólo frío.
Ni siquiera sentí miedo cuando vi que apuntaban sus carabinas hacia nosotros. ¿Cómo iban a tirar si se estaban riendo? Recién cuando sentí esa quemazón en el estómago y me agaché a mirar y me di cuenta que ese líquido caliente que brotaba de mi cuerpo era mi sangre, me empezó a dar miedo, mucho miedo, y pienso que todos los meninos debieron sentir el mismo miedo porque de repente las escalinatas se llenaron de gritos y de sangre hasta que de repente hasta el sonido de los gritos y las risotadas y los tiros y las botas alejándose cesó completamente y se hizo un silencio absoluto. Yo quise moverme, pero no pude, y creo que por primera vez tuve miedo de morirme y pensé con mucha fuerza en la Mãe, porque ella siempre decía que si uno creía con fuerza en los sueños éstos se cumplían y aunque me empezó a dar mucho sueño, no dejaba que los ojos se me cerrasen y seguía pensando en ella y hasta el dolor se me fue y hasta el hambre y el frío. Tenía razón el Airton, después de un tiempo no se siente nada, sólo el calor del sol en la cara y por fin la voz dulce de la Mãe, diciéndome que ésta, de verdad, era la felicidad.

Gloria Scharetg © 2008

Mis historias son trágicas en su esencia. Un terrible sentido de lo impensable persigue a mis personajes. En el universo de lo inaudito se convierten en pinturas de apocalípticas personalidades atrapadas en circunstancias inevitables. Su concreción, brevísima a veces, suele culminar en estallido inesperado liberando emociones que van desde el desconcierto al escalofrío.
En este pensamiento se resume la genialidad de Gloria, ganadora del Premio de Narrativa 2005, por "El militar", en el portal YoEscribo. Más: http://www.gloriascharetg.com/

sábado, 2 de agosto de 2008

Rebelión

Se supone que debo amar a esa mujer. Hoy debo decirle que no puedo vivir sin ella. Está bien, allá voy.
—Mi vida, te amo, te amo como nadie podrá amarte jamás. ¿Por qué salen de mi boca palabras tan pueriles?
—Pertenezco a otro —responde ella. Parece no importarle lo que siento.
—¿Qué puede darte él?
—Lo que tú no.

Me quedo sin palabras, es cierto, soy un pobre diablo, pero me hicieron así, es el papel que debo asumir, mas sé que no lo estoy haciendo bien. Necesito ayuda. ¡Oh mi creador! Haz un milagro esta vez, y permite que ella me quiera, te lo suplico, tú que todo lo puedes, escucha mi plegaria...

Con fe renovada miro los ojos de mi amada, pero ella parece rehuirme, ¿será cierto que no desea saber nada de mí? ¿Cómo es posible? Siento que desaparezco, mis pies se desvanecen, mi cuerpo es un borrón, ya no tengo manos, ahora no puedo verme, pero sé que aún existo. ¿Qué sucede? ¿Volviste a cambiar de idea? Pregunto. Sé que alguien está en alguna parte.

Mi cuerpo está completo otra vez, he cambiado de ropas, soy todo un caballero. Ahora se supone que la mujer debe amarme. Trataré de ser gentil, aunque no debo corresponder a su amor, pues es el papel que he de asumir.

—Mi vida, te amo, ¿por qué no puedes entenderlo? Abandoné casa, hijos, todo por ti —dice ella. —Lo sé, lo sé, sé que es injusto lo que voy a decir, pero es la verdad: jamás te pedí que lo hicieras, nunca pedí nada. —Me siento un desgraciado. Este no soy yo. ¡Yo la amo!
—Ya no puedo volver atrás, me mataré —gime la mujer de cabellos oscuros.

Esto no está saliendo como debe. Presiento que mi creador se volvió a equivocar. Cierro los ojos pues sé lo que viene, otra vez esa sensación de volverme invisible poco a poco, como si cada parte de mi cuerpo fuese una letra que a golpe de teclado me hace y me deshace, no lo soportaré otra vez, me resisto a ser juguete de sus dudas. Hago un esfuerzo sobrehumano para permanecer, quiero vivir, quiero vivir, quiero vivir... Creo que lo logré, no se han borrado mis pies, me siento ligero como el aire, puedo sentir algo en mi pecho. ¡Sí! Grito triunfal enarbolando un puño.

Vuelvo el rostro, ella sigue allí, está llorando, ¿cómo pude ser tan cruel?
—Mi vida, perdóname, no sé qué sucedió. Yo también te amo, ven, caminemos juntos, vayamos lejos, donde podamos ser libres. —Miro hacia arriba, siento que me está vigilando, pero no se atreve a hacer nada.

Me acerco al acantilado, abajo las olas retumban contra las rocas en un vaivén interminable, el cielo se oscurece, empieza a llover. Tomo con fuerza su mano.
—Seamos libres, por única vez en la vida, seamos libres.

Ella no opone resistencia, parece que presiente lo que quiero, deseo escapar de una prisión que no soporto, y parece extraño, pero todo transcurre sin más interrupciones, el mar está cada vez más cerca, nuestros rostros sienten el viento, estamos volando, por un instante me siento como un pájaro... de pronto, un golpe seco. Dolor, sangre, el sabor salobre del mar quema mi lengua, mi amada está muerta, a mi lado. Miro hacia arriba y gruesas gotas de lluvia caliente y salada caen sobre mi cara. ¿Acaso los dioses lloran? Es mi última pregunta, antes de cerrar los ojos para siempre.

B. Miosi