miércoles, 30 de septiembre de 2009

Y para terminar con el asunto...

Un autor que ha escrito cerca de setenta novelas y no por ello se le ha subido el humo a la cabeza, me enseñó a ser humilde. Y creo que es lo que necesitamos todos los que empezamos este duro camino que es escribir. En una entrevista que le hizo Antonio G. Iturbe hace ya algún tiempo, Alberto Vázquez Figueroa respondió a esta pregunta:

¿Y tú qué tal te llevas con los intelectuales? ¿O no te llevas?


Había un crítico que era el Papa Upa de las críticas, que se llamaba Leopoldo Azancot. Una vez vi un libro de él y lo compré. Empiezo a leerlo y en la página diecisiete dice: "Y en el silencio de la noche del pueblo del desierto, tan solo se escuchaba el resonar de los cascos de los camellos sobre el empedrado de la calle". Un momento. En primer lugar, ¿una calle del desierto empedrada?, la arena en dos minutos la habrá cubierto, pero bueno. Y segundo y principal, "los cascos de los camellos"... ¡Este tío no ha visto un camello en su vida! Ni siquiera se ha molestado en ir al zoológico a ver que los camellos tienen unas patas blandas y almohadilladas para no hundirse en la arena. "Los cascos de los camellos"... ¡tócate los cojones! Sigo adelante y dice: "En el fondo de una de las cestas que el camello llevaba a cada lado estaba escondida Fátima la cautiva". Joder, Fátima la cautiva debía de ser de ochenta centímetros, porque un camello lo máximo que puede llevar, yendo muy jodido, son treinta o cuarenta kilos a cada lado. ¡Me cago en la madre que lo parió! ¿Qué era, una mezcla de camello y elefante? Así que pensé, mira, el mejor crítico de España que se vaya muy lejos a escribir novelas y a criticar. Cuando tienes mi edad hay un momento en que llegas a la conclusión de que lo mejor es pasar de todo. Tú sabes quién eres. Yo soy así, que te gusta, pues bien. Que no te gusta, pues me da igual.

Creo que todos los que en algún momento hemos tenido la gran oportunidad de publicar pasaremos por la criba de los críticos, pseudocríticos, y lectores comunes y silvestres, a todos ellos debemos estar agradecidos porque se tomaron el trabajo de leer y desmenuzar nuestra obra, y el resultado, nos guste o no tendremos que aceptarlo. A mí las críticas a mis manuscritos me han ayudado a crecer. Y por qué no, también la de los únicos dos libros que he publicado hasta ahora. Sin embargo, cuando leo algo como lo que está escrito arriba, no puedo menos que sonreír, pues tiene mucho de verdad.

Consecuencia de mis dos entradas anteriores he recibido algunas respuestas privadas, las cuales agradezco de todo corazón, los que han preferido mantenerse al margen, los comprendo perfectamente. Hay muchos que tienen el afán de publicar y no desean desde ya verse involucrados con las herramientas que más adelante les podrían servir de plataforma.

Para todos, vaya un abrazo y creo que mi próxima entrada se la dedicaré a Chejov.

B. Miosi


P.D. Acabo de recibir esta linda sorpresa. Aquí Por favor, no empiecen a decir que sólo me gustan las buenas críticas, ¡ me fascinan! pero también acepto las malas, no con la misma felicidad, por supuesto, pero las acepto. Espero que leyendo esto puedan conocerme un poco más como persona. ¡Gracias, Conchi!

viernes, 25 de septiembre de 2009

El legado y las críticas


Queridos amigos y visitantes a mi blog:

Muchos saben que en julio de este año salió publicada mi segunda novela, “El legado”, y algunos de ustedes la han leído y han tenido la gentileza de enviarme sus comentarios, que en su mayoría he publicado en el blog correspondiente a El legado, al que por cierto, la Editorial Viceversa visita con frecuencia. Si algo puedo decir de ellos es que están muy cercanos a sus autores, (y viceversa)

No sé si mi novela sea buena, buenísima, mediocre o mala. Tampoco sé si los comentarios fueron escritos de manera sesgada o divinamente complacientes por tratarse de que me conocen y desean ser amables conmigo, yo se los agradezco de todo corazón, porque se dieron a la tarea de buscar, comprar, leer y ¡comentar! ¿Qué más podría pedir una autora? Algunos hasta me han enviado fotos de los lugares donde la han conseguido, y de veras, son gestos que me emocionan, me llegan al alma.

También muchos de ustedes me han dedicado una entrada en sus blogs, cosa que agradezco, pues sinceramente no me lo esperaba.

Armando Rodera, nuestro querido bloggero de Aventuras y Desventuras de un Escritor Novel me acaba de hacer una entrevista en su blog, la misma que también tendrá cabida en la Revista Llegir en Cas d’incendi.

No es una entrevista más, es un viaje mágico que empieza en Praga y recorre los escenarios de El legado. ¡Gracias Armando! Los invito a acompañarnos: La Entrevista


Javi Pellicer ahora en la revista virtual y de papel I Like Magazine me hizo otra entrevista, con las preguntas que él sabe formular, que casi funden lo que me quedó de cerebro después de un buen tiempo de correcciones de mis novelas publicadas y de la próxima a salir. Y eso no es todo, el equipo creativo de la revista, para ser más exactos, Pino, me hizo una caricatura, y está genial. Ya les copiaré el enlace cuando salga, creo que será en estos días.

Y en Anika Entre Libros, Anika Lillo hizo una crítica de mi novela El legado, que está generando tanta polémica como si se tratase de El código Da Vinci. Bueno, confieso que exagero un poco. Los invito a pasar por allí y participar, por supuesto, a los que hayan leído mi novela; los que no, pueden regodearse con las extensísimas respuestas. El tema es muy jugoso, y yo misma estoy asombrada de la reacción de los lectores, que en cierta forma se sintieron ofendidos por las palabras vertidas en la crítica.


Mientras escribía este artículo he recibido un comentario de la entrada anterior en la que hacía referencia a Los críticos literarios, y me ha parecido que la persona, que es colaboradora de Anika Entre Libros está un poco confundida. Yo no inicié discusión alguna, ni le di más importancia de la que tiene a la crítica que me hizo Anika en esa entrada. Y en esta, ni siquiera me defiendo, ni digo que es una mala crítica. Simplemente les invito a observar o a participar. Como autora de El legado que es el libro en cuestión, mal podría yo ponerme a defender mi novela. Ni se me ocurre. Eso lo dejo a los lectores quienes tienen la última palabra.


Bueno, eso, quería dejarles algunas noticias referentes a mi novela, las ventas según la editorial van bastante bien, y ya en algunos sitios han tenido que reponer los libros. Espero que si sigue así saquen una segunda edición, pero no quiero adelantarme. ¡Primero se debe tener la certeza de vender la primera! Y la tirada fue regular. A mis lectores: decirles que El legado fue escrito con pasión, di todo lo mejor de mí, como siempre hago. Si les gusta o no, ustedes dirán.


¡Un abrazo a todas y todos!

Blanca Miosi

jueves, 24 de septiembre de 2009

¿Crítica literaria o egotismo?

Antes de empezar a escribir, poco sabía acerca del mundo que rodea la edición, publicación, corrección, crítica y reseña de libros. Lo mío era escribir y lo demás pertenecía a un mundo del que no sabía su existencia.

Hoy a ocho años del día en que por primera vez tomé un bolígrafo y escribí la primera línea de mi primera novela, he descubierto que tras la industria editorial existe un submundo que se alimenta de la publicación de libros, que a su vez nutre a los autores, a las editoriales y a los distribuidores, ayudándolos en sus campañas publicitarias y al mismo tiempo proporcionando un constante quehacer dentro del mundo literario a gran cantidad de personas afines al ambiente relacionado con los libros, muchos de ellos escritores en ciernes, que prestan sus servicios ad honores, a título de colaboradores.

¿Cuál es el aporte de los colaboradores? Hacer reseñas de los libros publicados en las páginas web que cada día inundan la red, para beneficio de sus propietarios. Dichas páginas sobreviven gracias al aporte gratuito de libros que las editoriales les envían, así como a la publicidad que hacen de las grandes cadenas de librerías, llámense Casa del Libro, El Corte Inglés o cualquier otro negocio relacionado con el ramo.

En apariencia todo funciona de manera bien engranada, pero en realidad ¿qué es exactamente lo que esas páginas creen que hacen? Les diré: Crítica Literaria.

¿Y qué es exactamente la Crítica Literaria?

La crítica literaria, tal como la comprenden los maestros, es un arte de los más bellos, tan alto y tan amplio, tan distinto de la fácil anotación de errores de forma, que para ejercerla se necesita poseer además de seguros conocimientos de variado orden, criterio tolerante y superior, sensibilidad capaz de apreciar en sus matices más leves, y en sus tonos más agudos y más sordos, las emociones sutiles y las ideas delicadas.
Nada tiene que hacer la crítica literaria con la gramática. Ésta es imprescindible para la buena organización social, pues el individuo de un país civilizado que no sabe hablar bien su idioma delata una carencia de cultura tan repugnante como la del patán enriquecido que a cada momento deja asomar su rustiquez indómita. La gramática es primero asunto de educación doméstica, y luego de enseñanza escolar.
Todavía con mucha gramática puede uno ser escritor inelegante, tosco y hasta chabacano, por radical defecto del gusto, es decir, porque no posee capacidad crítica. Se pueden escribir muchas majaderías y sandeces en excelente español. Porque todo buen literato, para serlo, tiene que ejercer de censor con sus propios escritos, el trabajo de composición lo forman dos funciones simultáneas: la de concepción y la de crítica. A medida que se van fraguando los períodos, el ánimo crítico los vigila, y va desechando lo inútil, lo impropio, lo redundante. Cuando falla la censura de la obra propia, sobrevienen los tradicionales cabeceos de Homero adormecido. Tal labor la realiza incesantemente todo el que escribe, así sea una carta de etiqueta.

Por José Semprúm 1882-1931, médico y crítico literario.

El pensamiento de este insigne crítico literario es muy respetable. Diría que hasta muy bien concebido. ¿Pero quién tiene el derecho de emitir una crítica de un trabajo escrito por otro? Y no estoy hablando de reseñas o comentarios, que a fin de cuentas tienen la finalidad de hacer un resumen de la obra y exponerla al público para que éste decida si vale la pena leerla o no, sea porque esté dentro de sus gustos literarios o porque necesita saber un poco más del libro que desea comprar.

Para ejercer de crítico y decidir si una obra está bien o mal escrita se requieren más conocimientos que ser un devorador de libros, y aunque se cumplieran con todos los requisitos señalados por José Semprúm no creo que alguno tuviese derecho de decidir si un libro es bueno o es malo. Eso lo resolverá el propio lector, de acuerdo a sus parámetros, sus conocimientos, sus íntimas necesidades y muchos otros factores que probablemente se escapan de mi percepción.

Pienso que las páginas dedicadas —quiero pensar que de buena fe—, a las reseñas de libros, deben quedarse en eso: en informar al público del contenido del libro, para que éste decida si lo lee o lo deja pasar.

Por otro lado, dudo mucho que en las innumerables páginas web dedicadas al tema, existan verdaderos críticos para emitir juicios y dictaminar como lo podría haber hecho un Roland Barthes, uno de los primeros en aplicar a la crítica literaria los conceptos consecuencia del psicoanálisis, la lingüística y el estructuralismo, o el famosísimo Edgar Allan Poe, uno de los mejores críticos literarios estadounidenses, además de escritor.

Tengo varios amigos a los que aprecio mucho, que son colaboradores de portales y revistas literarias, a ellos en especial va dirigida esta entrada, para que recuerden que una reseña es diferente de una crítica, y que cuando reciban en sus manos “un tostón” como llamamos coloquialmente al libro que nos cuesta leer, se limiten a hacer un recuento del contenido, sin caer en la tentación de emitir juicio.

En lo personal creo que si leo un libro cuya trama o contenido percibo como mal planteado, lo mejor es comunicarme con el autor de manera directa y discreta, antes que someterlo al escarnio público, para lo cual hay lugares específicos, como los foros literarios que en anteriores entradas he mencionado, adonde van los escritores con la finalidad de intercambiar ideas, aprender, o emitir comentarios, y el que participe en uno sabrá que allí todo es público. Y no estoy mencionando los blogs. No se puede comparar un foro literario con un blog. Este último es poco propicio para hacer correcciones, a no ser que el propio autor lo solicite.


Una de las razones por la que los buenos críticos literarios son más escasos que los buenos poetas o novelistas es la naturaleza de egoísmo humano. Un poeta o novelista ha de aprender a ser humilde ante el tema de su escritura, que es la vida en general. Pero el asunto del crítico, el tema ante el cual debe aprender a ser humilde, está compuesto de otros escritores, es decir, de individuos humanos, y esta clase de humildad es mucho más difícil de adquirir.

H.W. Auden
Poeta y crítico literario.

jueves, 17 de septiembre de 2009

EL MAYOR ROBO DE LA HISTORIA


Hoy recibí un correo de un amigo escritor: Alberto Vázquez-Figueroa. Como siempre, Alberto no permanece impávido ante la injusticia, y traigo aquí sus pensamientos de hombre preocupado, antes que de escritor:

Esperaba la salida del avión, hacía mucho calor, un chicuelo tenia sed y su madre, una pobre mujer de clase media baja, buscó con la vista las antiguas fuentes en las que se apretaba un botón y surgía un chorrito de agua, pero habían desaparecido del aeropuerto al igual que los botellones de los que se bebía con un vaso de papel.

Fue al baño y se tropezó con el amenazador cartel de “Agua no potable” y como el niño corría riesgo de deshidratarse a la buena mujer no le quedó mas remedio que meter un euro en una llamativa maquina expendedora adornada con la fotografía de una bella señorita, con el fin de que le proporcionara una botellita de menos de un cuarto de litro de “agua de manantial”.

Como el avión se retrasaba me entretuve en hacer un simple cálculo: aquella infeliz había pagado a cinco euros el litro de agua, cuando potabilizar o desalar mil litros hubiera costado como máximo un euro.

Es decir, había pagado cinco mil veces más caro algo a lo que tenia derecho por ley y sin opción a elegir si no quería que su pequeño enfermara.

Era como si una barra de pan le hubiera costado mil euros.

Y el gobierno lo consiente, al igual que lo consintieron los anteriores, fueran del color que fueran.

A diario nos quejamos del precio de la gasolina pero sin pretender defender a la aborrecidas empresas petroleras, debo admitir que se gastan fortunas en prospecciones, extraen crudo en lugares tan remotos como los polos, los desiertos, las selvas o el fondo de los océanos, lo transportan en enormes buques cisterna a miles de kilómetros de distancia, lo refinan y colocan la gasolina en el surtidor a un precio que ronda el euro por litro.

Y si supera ese precio ponemos el grito en el cielo pese a que la salud de nuestros hijos no dependa de ello.

No obstante, un empresario sin escrúpulos, soborna a un político o un funcionario, se apodera de un manantial que en buena ley pertenece a la nación, abre el grifo, llena cinco botellas de plástico -que además no se reciclan y si se reciclan se hace a cargo del estado- las envía con una camioneta a menos de cincuenta kilómetros de distancia, y cobra esa agua imprescindible para la vida, cinco veces más cara que la gasolina.

Se me antoja injusto escuchar a nadie lamentarse porque le cobren cinco veces menos por algo que nos llega de Alaska o Dubai, que por algo que llega del pueblo vecino. En España consumimos unos ciento cincuenta litros de agua embotellada por persona y año, es decir, casi seis mil millones de litros, con un negocio que ronda los veinte mil millones de euros.

En resumen, a cada ciudadano, hombre, mujer, niño o anciano nos están despojando de doscientos euros anuales por un agua que nos pertenece a todos.

Y lo más lacerante de semejante expolio estriba en el hecho de que la totalidad de los manantiales españoles no son capaces de producir ni tan siquiera las dos terceras partes de esos seis mil millones de litros.

El resto es en realidad agua de grifo disfrazada.

Nos la roban, la camuflan, hacen una llamativa campaña publicitaria asegurando que al beberla nos convertiremos en estrellas de cine y nos la revenden cinco mil veces más cara.

Y el gobierno lo consiente, al igual que lo consintieron los anteriores.

¿Hasta qué punto puede llegar su grado de corrupción o ineptitud cuando permiten que se quiten las fuentes de agua de los lugares públicos con el fin de favorecer a unas determinadas empresas?

Para la salud de aquel niño era más importante un vaso de agua que el hecho de que alguien estuviera fumando a veinte metros de distancia.

¿Y hasta qué punto llega la desidia del ciudadano cuando acepta que su esposa se desriñone cargando botellas desde el supermercado con el fin de que los beneficios de un puñado de canallas crezcan un veinte por ciento anual?

Nuestra ultima esperanza se centra en el hecho de que algún día aprendamos a sobrevivir bebiendo gasolina.

Nos resultara mucho más barato.

AVF

lunes, 14 de septiembre de 2009

El consejero


La casa en la colina parecía una silueta oscura sobre el fondo del cielo gris de invierno. Al verla de lejos no se apreciaba bien su arquitectura; de cerca parecía un laberinto, como si al construirla hubiesen ido cambiando constantemente de idea, agregando un nuevo cuarto, un desnivel con otra ventana, una chimenea o una escalera por fuera. Era tan complicada que a primera vista no se podía saber cuántos pisos tenía. Tres o cuatro, quizás cinco. Mas la buhardilla y el sótano. Porque un sótano en una casa así era inevitable.

Hacía casi un siglo había quedado deshabitada y estaba en tal estado de abandono que sólo servía para formar parte ineludible del paisaje de aquella comarca donde la lluvia y la bruma reinaban casi permanentemente. Las ventanas fuera de sus marcos colgaban y batían al viento, dando la sensación de que la casa estuviera viva. Los lugareños tenían la costumbre de inventar historias en torno a ella, y no habiendo diversión en las noches, se juntaban en la taberna para hablar de sus antiguos moradores. Pasar la noche en aquella casa se consideraba un acto de valentía y hubo una época en la que se hacían apuestas para ver quién se atrevía; una costumbre que abandonaron con el tiempo pues decían que al hospital psiquiátrico que se hallaba en las cercanías habían ido a parar varios que osaron pernoctar en ella.

Cuando el doctor Leight llegó al pueblo y en la taberna se enteraron que era un psiquiatra, supieron de inmediato que trabajaría en el manicomio Saint Thomas. —¿Dónde más podría trabajar un loquero?—, se preguntaban. Y el doctor Leight les dio la razón. Era el nuevo director. Alto y flaco, de mirada penetrante y cejas oscuras, solía vestir de corbata aún sin salir de casa y siempre llevaba guantes negros. Podría rondar la cincuentena por la agilidad de sus movimientos, pero su rostro surcado de arrugas hacía dudarlo.

Tres meses después de instalarse en el pueblo era cliente asiduo de la taberna los sábados, y la gente empezaba a tomarle confianza. Se enteraron de que había aceptado trabajar en el hospital exclusivamente con las personas que parecían afectadas por haber dormido en la casa abandonada, y entonces los del pueblo empezaron a saturarlo de historias. Y fue cuando empezó a dar consejos. La taberna se convirtió en una especie de consulta psiquiátrica, la gente contaba sus temores y él la escuchaba. Uno le confesó su sueño: deseaba conocer aquella casa por dentro, pero tenía miedo. El doctor Leight alzó un dedo de su enguantada mano de negro y puso especial énfasis en que para dejar los miedos había que enfrentarlos.

El hombre lo hizo sin dar aviso, no quería intrusos ni tampoco crear expectativa. La incursión la realizó de día, no por miedo a los fantasmas; se convenció de que deseaba ver con claridad. Se hablaba de que el peligro estaba por las noches.

Después de almuerzo caminó desde el pueblo a buen paso, más o menos dos millas hasta la casa abandonada, sólo al llegar a la colina empezó a sentir cansancio, la cuesta, más empinada de lo que aparentaba hacía difícil la subida. Se detuvo un par de veces para coger aire y prosiguió hasta llegar a la puerta principal. No tuvo necesidad de usar el pomo. La puerta no estaba cerrada, la empujó y sintió un chirrido acongojado, tal como se lo había imaginado. Lo primero que vio al entrar fue el piso cubierto por antiguas baldosas. Se podía apreciar su belleza a pesar del polvo y la suciedad de tantos años. Los pocos muebles parecían haber sido objeto de vandalismo, un sofá con la tapicería rota mostrando por partes el relleno y los resortes; una pequeña mesa arrumada por la falta de una pata, algunos pedazos de porcelana esparcidos por doquier, parecían pertenecer a jarrones o adornos. Siguió caminando y fijó la vista en el techo. Extraño —pensó—, hubiera jurado que encontraría un techo más bajo. Una escalera a la izquierda invitaba a subir, era de madera y parecía poder soportar su peso. Comprobó su solidez con cuidado y se atrevió a ascender evitando pisar el centro. Sintió la reciedumbre del material noble y tomó confianza, al llegar al siguiente piso, un descansillo con una ventana le dio la bienvenida, trató de imaginar en qué lugar de la casa estaría si viese desde afuera, pero le fue imposible. El descansillo servía de distribución hacia otras escaleras, sorprendentemente una iba hacia abajo, sin contar la que acababa de usar, y otra, tres escalones hacia arriba. También había una escalera en forma de caracol. Creyó entender por qué desde afuera tenía esa extraña forma, de amontonamiento, como si fuese una masa informe de construcciones hechas en momentos diferentes y bajo criterios insospechados. Escogió la de los tres escalones, le parecía menos riesgosa. Al abrir la puerta se encontró en una habitación desnuda. Las paredes tenían papel tapiz de rayas verdes y rosas amarillas, todo muy viejo y desprendido, como el resto de la casa. Con sorpresa vio en el mismo cuarto otros cuatro escalones que bajaban; descendió, abrió la puerta y comprobó que daba a un balcón. No recordaba haber visto un balcón desde afuera. Era un hermoso balcón. La hiedra subía por las paredes y se posesionaba de la baranda, lo más llamativo era que la vista no era la que hubiese esperado. Era una vista preciosa, colinas de verde prado se perdían en el horizonte, el hospital Saint Thomas no aparecía por el lugar donde esperaba verlo, tampoco reconocía el cielo, tan azul y tan límpido, que provocaba extasiarse recibiendo los rayos tibios de un sol de primavera. Comprendió al doctor cuando le dijo que los miedos había que enfrentarlos. Se sentía tranquilo, satisfecho de saciar la curiosidad que lo había corroído desde que tenía memoria.

Pero su intención era conocer toda la casa. Regresó sobre sus pasos al descansillo inicial y escogió esta vez la escalera de caracol. Con dificultad trepó por los peldaños de metal hasta llegar a una angosta puerta cuya perilla era de bronce y tenía el aspecto de la cabeza de un caballo que al mismo tiempo parecía un perro. Al ingresar a la habitación comprobó que además de estar tan desvencijada como todo el resto, existía un viejo baúl en un rincón. Fue directamente a la ventana y vio el hospital, un poco diferente a como lo veía normalmente, pero dado que allí nada parecía igual a como se pensaba dejó de asombrarse. Lo esperaba el baúl. Un velado temor se cernió sobre él, pero pensó que era irracional. Avergonzado por su actitud levantó de golpe la tapa y se dio con la sorpresa de que estaba vacío. Sonrió aliviado ¿qué había pensado encontrar?, se preguntó. Volvió a cerrarlo y notó que era bastante pesado cuando quiso hacerlo a un lado para poder abrir la pequeña puerta de un gabinete que estaba detrás. El baúl no se movía. Se olvidó del gabinete y toda su atención se centró en el pesado baúl, lo volvió a abrir. No comprendía por qué era tan pesado. Se le ocurrió que podría estar pegado al piso. Sacó una navaja suiza que siempre llevaba consigo y la pasó entre el suelo y el baúl comprobando que no había pegamento. Hizo de nuevo el intento de moverlo, cerró la tapa y vio por detrás aunque no pudo vislumbrar mucho, pues estaba muy pegado a la puerta del gabinete. Volvió a abrirlo y estudió el fondo. Estaba casi al mismo nivel que el piso. O sea, no tenía doble fondo. Examinó el material. Era de madera. Al raspar la madera salió una viruta con facilidad. También salió una gota de sangre.

Dio un respingo hacia atrás. Luego se acercó con cautela y examinó la superficie raspada. Si no era sangre era un líquido muy parecido. Estuvo varias horas dando vueltas al asunto; obsesionado con el baúl, lo raspó en varias partes siempre con el mismo resultado, ya su camisa tenía manchas de sangre, sus pantalones, sus manos, el suelo cubierto de polvo formaba charcos de barro con sangre. Finalmente se dio por vencido. Había oscurecido y deseaba salir de la casa. Dando un suspiro de desaliento enfiló hacia la puerta del cuarto y volvió al descansillo, pero por la ventana que le había dado la bienvenida a la parte alta no entraba luz. Había anochecido. Empezó a invadirle el terror; en la penumbra trató de ubicar la escalera por donde había subido, pero sin éxito. No lo podía creer. Estaba encerrado en esa maldita casa, y las puertas que quedaban sólo lo llevaban a cuartos sin salida. Un rumor al que no había prestado suficiente atención empezó a sonar cada vez más nítido, parecía un lamento, un llanto, algo que hería sus oídos, por momentos parecía estar escuchando música sacra con un coro, y en otros sugería un órgano cuyas notas divagaban en acordes de un Miserere deformado. Empezó a escuchar sus propios latidos confundidos con aquellos lamentos, y con cada latido el llanto quedo se hacía más doloroso. Se llevó las manos ensangrentadas al rostro y se cubrió la cara y los oídos, no quería oír más. Un olor putrefacto inundó su olfato, carne podrida, descompuesta: olor a muerto, reconoció de inmediato. Miró sus manos, la carne se desprendía, de ahí provenía el hedor. Escuchó transformarse el llanto en risa queda, que poco a poco se convirtió en carcajada, no sabía si eran las suyas o las de... ¿Quién? o ¿Qué? Y comprendió todo. Había matado al baúl. Sí, eso era, había matado al baúl, y la casa se vengaba de él. Fue como si al tomar conciencia de la realidad, la escalera hubiera deseado aparecer. En cuanto la vio se lanzó por ella y atravesó la sala corriendo, haló el pomo con lo que quedaba de sus manos y corrió en dirección al pueblo.

—Asesiné al baúl, por eso mis manos se están pudriendo... —gimió al entrar a la taberna. Los hombres miraban sus manos. Estaban perfectas. —La casa se vengó, miren mis manos, ¿las pueden oler? La casa está maldita, yo maté al baúl...

Un paciente más para el hospital Saint Thomas -pensó el doctor Leight oyendo al desgraciado. Miró sus guantes negros, y se alegró de que sus manos ya se hubiesen curado.



B. Miosi

lunes, 7 de septiembre de 2009

La primera persona y algunas ambigüedades


Hoy toca hablar un poco de literatura.


Creo que una de las técnicas que mejor reflejan los sentimientos del personaje es la de escribir en primera persona. En ese caso, el escritor se sitúa en el lugar del personaje que narra la historia, que no necesariamente ha de ser el protagonista, pudiera ser una hermana, o el que sobrevive a la persona de quien se está relatando, o un vecino, como es el caso de la novela de John Fitzgerald, El gran Gatsby, en la que el narrador es un joven contador que tiene tendencia a la introspección, le gusta la escritura y por esas vueltas de la vida es también primo de la amante del personaje principal: Gatsby, de manera que es testigo de momentos íntimos y al mismo tiempo es el confidente de ambos, una ingeniosa forma de inmiscuirse en la historia.

Ahora me referiré a algunos puntos que nada tienen que ver con El gran Gatsby:

El único inconveniente en este tipo de relato es que no se puede contar más allá de lo que ven los ojos del narrador, pues se pecaría de falta de credibilidad. Por ejemplo, no se debería decir:

“Los ojos de la mujer me miraban con la misma intensidad con que lo hacían cuando estaba a solas con su marido.”

Sería:

“Los ojos de la mujer me miraban con intensidad, tal vez la misma que utilizaba para mirar a su marido cuando estaba a solas con él...”

Ni tampoco cabría hablar de asuntos que están más allá de su alcance físico o visual:

“La gente en el pueblo corría desesperada de un lado a otro, tratando de cobijarse de las fuertes lluvias, mientras yo estaba encerrado bajo techo, pero con calefacción y café caliente.”

Podría ser:

“Me imaginaba a la gente del pueblo corriendo desesperada tratando de cobijarse de la lluvia, mientras yo estaba encerrado bajo techo, pero con calefacción y café caliente.”

Podría ser que el narrador fuese un personaje ajeno a la familia o a los personajes; por ejemplo: un plomero. La figura del plomero pasa inadvertida, tanto como un recogedor de basura, un mendigo, un mesonero; los personajes no se callan en su presencia, la perspectiva de un plomero, agazapado entre los tubos de agua, o debajo del fregadero, que escucha una discusión en la cocina, y se entera de los líos y del carácter de cada habitante, es sumamente interesante, él narra sin omitir detalle:

“Yo trataba de alargar los días en aquella casa, en la que los miembros de la familia era disímiles, como en casi todas las familias, pero en ésta en particular, existía una tensión adicional. Parecía que se odiaran, y mis sospechas fueron confirmadas cuando la hija mayor entró a la cocina y le dijo a su marido que estaba segura de que ella sería la heredera principal. Hice un ruido para indicar mi presencia, pero sólo obtuve una mirada de indiferencia, como si formase parte de los cubos de basura que se alineaban al lado del fregadero. Peor aún, ahora que lo pienso, creo que su mirada estaba cargada de desprecio. Aquello empezó a causarme indignación, y es posible que hubiera terminado por enfadarme del todo si no fuera porque escuché algo que llamó mi atención: parecía que la primogénita tenía sus propios planes con respecto a su madre -la anciana yacía en cama y parecía reacia a dejarse morir-, le dijo al marido que conocía una fórmula infalible para...”

Bueno, es un ejemplo que acabo de escribir sobre la marcha, sólo quería explicar que narrar en primera persona no necesariamente debe ser desde la perspectiva del personaje principal.

Y pasando al otro tema, el de las ambigüedades:

“María tenía que ir de visita a la cabaña de su hermana y no le gustaba, pues era vieja y descuidada”.

¿Quién era vieja y descuidada? ¿La cabaña o la hermana? Además, esa frase carece de belleza, no es suficientemente descriptiva.

María tenía que ir a la cabaña de su hermana; una casa vieja, donde imperaban el descuido y la falta de limpieza, en definitiva, la idea le desagradaba.

También debemos cuidarnos de los gerundios que pueden confundir:

“Vi a María corriendo por el parque”. ¿Quién corría? ¿María o el que la vio?

Correcto:

“Vi que María corría por el parque”

“He dado un euro a un hombre pidiendo limosna”. (Se entiende como que pidiendo limosna he logrado reunir un euro para dárselo a un pobre)

Correcto:

“Di un euro a un hombre que pedía limosna”

B. Miosi



martes, 1 de septiembre de 2009

Blanca Miosi en Visión Femenina, por Maribel Romero



Maribel Romero, una brillante escritora, abogada, experta profesional en Derecho de autor y Propiedad Intelectual, autora del libro Doscientas cuestiones de Derecho que todo el mundo quiere saber, me hizo una entrevista con motivo de la publicación de EL LEGADO, en la revista VISIÓN FEMENINA Para leer la entrevista pueden pinchar aquí: La entrevista.
Agradezco de todo corazón a Maribel, porque sus inteligentes preguntas me permitieron explayarme.