
Cuando empecé a escribir lo hacía mal (probablemente todavía
lo hago) porque solo sabía leer. Escribir es absolutamente diferente. No digo
que leer no influya en los deseos de ser escritor, creo que es el primer paso. Sin
embargo, hay excepciones. Sé de escritores que antes de su primera entrada al
mundo de las letras no fueron lectores empedernidos. Son los que nacen con
talento y al mismo tiempo saben utilizar el idioma, dominan el arte de narrar
porque vivieron rodeados de un ambiente culto, y están acostumbrados al buen
lenguaje, pero muchas veces ni siquiera con todas esas ventajas se llega a ser
un escritor reconocido, porque no basta con saber escribir; también son necesarias
la intuición y la lógica aunque parezcan paradójicas, y el sentido común para
llevar adelante una obra de principio a fin.
Comprendí después de escribir mi primera novela que no era
suficiente tener mucha imaginación y buenas historias. Si no podía contarlas
como los autores que me embelesaron desde niña, nadie me leería. Y no lo habría
sabido si un lector editorial no me lo hubiera dicho con cruda franqueza.
¿Cómo puede un escritor ver sus errores si no sabe dónde se
encuentran? Yo pensaba que escribía bien y no era cierto. Mi nueva
tarea fue aprender a detectar esos errores. Y aprender a leer con ojos de quien
desea convertirse en escritora, ya no como lectora.
Los que publicamos en Amazon o en editoriales al uso cada vez
que lanzamos un nuevo libro nos enfrentamos a miles de autores con antecedentes
y seguidores. Destacar requiere mucho trabajo de carpintería, no solo de
lanzar un nuevo libro y esperar a que nuestros lectores den su aprobación.
Debemos aprender a utilizar metáforas sin agobiar, analogías con sutileza, los
adverbios con cuidado para no caer en exageraciones que hagan de la lectura una
carga en lugar de una delicia, y aprender a usar el tono, la musicalidad, la
belleza de la narrativa que es la que termina cautivando al lector. Y solo se
logra con la práctica y la perseverancia. Voy por mi novela número 19 y todavía
lucho con las palabras, leo y releo cada párrafo hasta quedar satisfecha, y
cada vez me cuesta más escribir, no porque me falten ideas; es debido a que
ahora soy más exigente conmigo misma.
Tuve suerte de encontrar en mi camino a personas que me
ayudaron. No a publicar en editoriales con recomendaciones, sino a escribir
mejor. Y siempre estaré agradecida a una persona en especial, la que hizo que
cierto día se encendiera una luz en mi cerebro y empezara a ver dónde estaban
mis errores. La verdadera ayuda no es la recomendación. La verdadera ayuda es
la enseñanza. ¿Cómo recomendar a un escritor mediocre?
Quise empezar este año agradeciendo a la persona que más me enseñó
y sigue haciéndolo, pero no diré su nombre porque sé que prefiere mantener el
anonimato. Y hoy más que nunca creo que un escritor es escritor y un lector es lector.
Son dos funciones diferentes.
¡Hasta la próxima, amigos!