sábado, 4 de enero de 2020

¿Leer mucho te convierte en escritor?

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Durante toda mi vida fui lectora y lo sigo siendo. Alimenté mi mente desde pequeña con historias que iban desde "Mujercitas" de Luisa M. Alcott, novelitas cortas de cowboys, pasé por Moby-Dick de Herman Melville, El viejo y el mar de Ernest Hemingway, las estupendas novelas de Julio Verne, Alejandro Dumas, los extraordinarios libros de Herman Hesse, Frederick Nietzsche, Gabriel García Márquez, y algunos de los grandes de las letras que la mayoría debe conocer. Me encantan las novelas de aventuras, las de ficción histórica y los thrillers de espías, como los de Frederick Forsyth, o los de leyes y abogados como los de John Grisham, la exquisita investigación de Oriana Fallaci, soy fan de David Baldacci, León Uris, Daniel Silva, Noah Gordon, Ken Follet, Jeffry Archer y muchísimos más. Sería interminable nombrarlos, pero debo decir que ninguna de las novelas que leí me convirtió en escritora.

Cuando empecé a escribir lo hacía mal (probablemente todavía lo hago) porque solo sabía leer. Escribir es absolutamente diferente. No digo que leer no influya en los deseos de ser escritor, creo que es el primer paso. Sin embargo, hay excepciones. Sé de escritores que antes de su primera entrada al mundo de las letras no fueron lectores empedernidos. Son los que nacen con talento y al mismo tiempo saben utilizar el idioma, dominan el arte de narrar porque vivieron rodeados de un ambiente culto, y están acostumbrados al buen lenguaje, pero muchas veces ni siquiera con todas esas ventajas se llega a ser un escritor reconocido, porque no basta con saber escribir; también son necesarias la intuición y la lógica aunque parezcan paradójicas, y el sentido común para llevar adelante una obra de principio a fin.
Comprendí después de escribir mi primera novela que no era suficiente tener mucha imaginación y buenas historias. Si no podía contarlas como los autores que me embelesaron desde niña, nadie me leería. Y no lo habría sabido si un lector editorial no me lo hubiera dicho con cruda franqueza.

¿Cómo puede un escritor ver sus errores si no sabe dónde se encuentran? Yo pensaba que escribía bien y no era cierto. Mi nueva tarea fue aprender a detectar esos errores. Y aprender a leer con ojos de quien desea convertirse en escritora, ya no como lectora.

Los que publicamos en Amazon o en editoriales al uso cada vez que lanzamos un nuevo libro nos enfrentamos a miles de autores con antecedentes y seguidores. Destacar requiere mucho trabajo de carpintería, no solo de lanzar un nuevo libro y esperar a que nuestros lectores den su aprobación. Debemos aprender a utilizar metáforas sin agobiar, analogías con sutileza, los adverbios con cuidado para no caer en exageraciones que hagan de la lectura una carga en lugar de una delicia, y aprender a usar el tono, la musicalidad, la belleza de la narrativa que es la que termina cautivando al lector. Y solo se logra con la práctica y la perseverancia. Voy por mi novela número 19 y todavía lucho con las palabras, leo y releo cada párrafo hasta quedar satisfecha, y cada vez me cuesta más escribir, no porque me falten ideas; es debido a que ahora soy más exigente conmigo misma.

Tuve suerte de encontrar en mi camino a personas que me ayudaron. No a publicar en editoriales con recomendaciones, sino a escribir mejor. Y siempre estaré agradecida a una persona en especial, la que hizo que cierto día se encendiera una luz en mi cerebro y empezara a ver dónde estaban mis errores. La verdadera ayuda no es la recomendación. La verdadera ayuda es la enseñanza. ¿Cómo recomendar a un escritor mediocre?

Quise empezar este año agradeciendo a la persona que más me enseñó y sigue haciéndolo, pero no diré su nombre porque sé que prefiere mantener el anonimato. Y hoy más que nunca creo que un escritor es escritor y un lector es lector. Son dos funciones diferentes.

¡Hasta la próxima, amigos!