jueves, 30 de julio de 2020

SUERTE O TALENTO: ¿Por qué se venden los libros?

Parece que la publicación a través de editoriales y también la autopublicación o publicación independiente es cada vez más complicada o difícil. Con esto me remito a algunas conversaciones con amigos, siempre en los mismos términos con ligeras variaciones:

"La gente no lee"; "las editoriales no están recibiendo manuscritos; las agencias tampoco"; "mandé mi manuscrito y no he obtenido respuesta". "Publicar en Amazon es difícil, hay demasiados libros para sobresalir ahora. Cuando lo hiciste todo era más fácil".

 Y cuando les digo que yo no tuve mayores problemas para publicar a través de editoriales reconocidas, la respuesta invariablemente es: "En la época que publicaste  era más fácil"; o "Cuando publicaste en Amazon estaba empezando la autopublicación, por eso tuviste suerte".

 Y entonces no sé. Me siento infravalorada.

 ¿Será que ellos escriben mejor que yo, y que mis libros se vendieron y se siguen vendiendo por pura suerte?

¿Será que las editoriales en 2007, 2008, 2010 y 2012 tenían las puertas abiertas a toda clase de manuscritos por malos que fuesen?

¿Será que Ediciones Roca, Ediciones B y la agente Antonia Kerrigan aceptaban representar a cualquier escritor en esa época?

Lo cierto de todo es que todavía hoy me escriben agentes y editoriales. No voy tras ellos. Sea porque ven mis libros entre los más vendidos o porque tengo suerte, como dicen.

Pero la suerte no lo es todo, aunque tal vez sea un componente importante, como todo en la vida. No diré que escribir es una tarea titánica como dicen algunos, pero fácil no es. Y escribir buenas historias menos. No seré una gran literata pero mis libros se venden no por pura suerte, o porque estuve antes que otros o porque las editoriales fueron magnánimas conmigo, o porque una gran agencia quiso representarme sin poner reparos. Mis novelas deben tener algo bueno, digo yo.

Claro que escribir no lo es todo. Debo promocionar mis libros, hacerlos conocidos, hacerme conocida yo, esto quiere decir estar presente en las redes sociales, en mi blog, tener una página de autor en Amazon por si alguien desea comprar más libros míos.

Las que no me parecen efectivas, al menos en mi caso, son las presentaciones de libros. Solo tuve una en toda mi vida y fue con la trilogía El manuscrito. La librería estaba a rebosar de gente conocida y amigos y sin embargo no vendí un solo libro. Claro que comparar la trilogía con Harry Potter no fue lo más acertado de parte de la presentadora, cualquiera que haya leído la obra sabrá que son temas absolutamente diferentes. En Venezuela desprecian a los que publicamos en Amazon. Pero en la parte de abajo de las portadas de la trilogía dice: "Amazon Publishing".

¿Y qué quiere decir Amazon Publishing? que está publicado a través de la editorial de Amazon, una editorial al uso como otra cualquiera, no es autopublicación. Si estuviera autopublicada no saldría el nombre del sello Amazon Publishing. Y debo decir que no solo yo publico bajo este sello, ya son muchos escritores independientes los que lo hacen con muy buenos resultados. Y como sucede con Audible, generalmente son ellos los que escogen las obras que desean contratar.

Amazon Publishing tiene varios sellos: "Litle A", ""Two Lions" "Amazon Original Stories", "Amazon Publishing", "Amazon Crossing" "Amazon Encore"; "Thomas & Mercer" entre otros más, que no son de autopublicación (Kindle Direct Publishing) o KDP como lo llamamos nosotros. Esta editorial paga un anticipo, se encarga de la corrección (excelente, por cierto), de la maquetación, de la portada y lo más importante: de LA PROMOCIÓN. No hay mes en que uno de mis libros bajo su sello no sea promocionado de alguna manera. Y algo que también es importante: Los pagos por las regalías son MENSUALES el mismo día que recibo los pagos de KDP con una puntualidad suiza. Y Amazon Publishing tradujo al alemán mi novela El secreto: Das Geheimnis des Manuskripts ¿Suerte?

En Venezuela hay muchas editoriales de autopublicación, en las que se paga para que los escritores puedan ver sus libros publicados, pero dudo mucho que con la misma efectividad que en Amazon. Sin embargo esos escritores autopublicados miran con aires de superioridad a los que lo hacemos por Amazon.

Mis libros están en esa plataforma en papel, en digital y en audiolibro. Y no he pagado un centavo para ello. Obviamente Amazon retiene un porcentaje por la venta de cada libro pero las regalías son superiores de las que da cualquier editorial: el 70%.

Y debo decir que la firma Audible de Amazon que es la que elige a los autores que desea grabar, en mi caso, como dirán algunos, tuve la "suerte" de que se interesaran por TODOS mis libros y me pagaron un anticipo por cada uno de ellos. Cada nuevo libro que publique en adelante saldrá bajo esa firma de audiolibros, previo anticipo, por supuesto.

También tuve la "suerte" de que todos mis libros interesaran a una editorial francesa, y compraran los derechos de traducción. Y que un conocido productor y guionista, Mauricio Navas Talero esté preparando con un equipo de escritores el guión de mi novela La lista para una serie televisiva en la cadena RCN de Colombia. Tuve la "suerte" de que comprase mi novela en Amazon y le gustara.

Bueno, como decía mi querido Waldek, personaje principal de mi novela  La búsqueda: "Blanquita, no he visto a una persona que tenga tanta suerte como tú". Claro que algo de aquello debo tener, pero no todo lo dejo al azar. Cuando hago algo me dedico en cuerpo y alma a ese algo, sea ser secretaria ejecutiva, tener un taller de costura, representar a una empresa taiwanesa de maquinarias o ser escritora. Todo lo hago con pasión, y disfruto mucho, no considero pesado o trabajoso promocionar. Escribir para mí es una delicia, corregir me entretiene y aprendo mucho, diseñar los banners o las portadas de mis libros me emociona, maquetar un libro para papel me encanta, y bueno, creo que voy a terminar dándoles la razón: Tengo mucha suerte de que me agrada muchísimo todo lo que hago. Y si con ello vendo mis libros, mucho mejor.

¡Hasta la próxima, amigos!


(Quise corregir un error en esta entrada y se borraron todos los comentarios, un grave problema al editar con esta nueva interface de Blogger. No comprendo por qué algo que estaba bien lo cambiaron a algo peor. Estoy pensando en mudarme a Wordpress).

martes, 14 de julio de 2020

Una crítica a "El vendedor de naranjas" por Jordi Díez

EL VENDEDOR DE NARANJAS, BLANCA MIOSI


Debo reconocer que en mis últimas lecturas estoy siendo afortunado. Escoger un libro no es sencillo, como no lo es decidir qué melón de la pila te llevas a casa. Siempre hay trucos, acercarlo al oído y golpearlo con cariño en el culete para ver la sonoridad de la pulpa, pero si incluso los más acervados profesionales la cagan cuando escogen un melón, ¿cómo no hacerlo con un libro al que ni siquiera puedes golpear en el lomo para ver qué ruido hacen sus letras?

En esta lista de aciertos se encuentra la última novela de la escritora Blanca Miosi, El vendedor de naranjas, y a pesar de que cuento con el regalo de su amistad, ésta no me dirige el pulso cuando afirmo que la escritora peruana afincada en Venezuela ha escrito su mejor novela.

Hace mucho que no reseño libros, hice una excepción breve para El chico de las bobinas, de Pere Cervantes, exquisita, y como no, para El vendedor de naranjas, porque hay historias que de golpe van cobrando una entidad, un peso y una fuerza que el escritor se ve forzado a dedicar todo su tiempo para plasmarlas, obligado a ser lo más digno posible ante la magnitud de la trama que debe contar. Vidas extraordinarias, hechos, momentos históricos de importancia que hacen girar el destino de una persona, de un país o de un continente en una u otra dirección, y eso es El vendedor de naranjas, una trama emocionante de personas que hicieron cambiar el rumbo de la Europa post guerras.

No sé cuánto de invención hay, cuánto de realidad, cuánto de jarabe Miosi en esta novela, pero sí sé que a medida que la leía cada vez estaba más imbuido en el ambiente que Blanca crea alrededor de sus personajes. Como la Charlote del cuento, la autora va tejiendo una red que envuelve al lector en la vida de Ramón, de Sergio, y muy especialmente de la espía rusa (de quien si la propia autora no desvela su nombre en la sinopsis, no voy a hacerlo yo), y que me parece la mejor creación femenina de la bibliografía de Blanca Miosi. Personajes históricos, servicios secretos, espías, amores, emociones, familia, ambiciones, legado y fuerza vital tensados para que el lector no pueda despegarse de la trama por miedo a caer al vacío del desconocimiento. 

Como decía al principio de la nota, qué suerte haber podido leer la mejor novela escrita por mi gran amiga. 

Gracias, Blanca.

domingo, 12 de julio de 2020

Un relato para este domingo: "El escritor"

EL ESCRITOR

Eusebio nunca consideró primordial tener amigos, prefería llevar una vida solitaria, no obstante haber estado casado algo más de veinte años. Sin embargo, pese a vivir acompañado, aprendió a resguardar sus sentimientos, y el silencio vino a ocupar el significativo lenguaje mudo que a él y a su mujer los convertía en cómplices. Después empezó a reinar la indiferencia. No precisaban de gestos ni palabras pues no había nada que decirse. Lo que al principio les pareció un mundo fantástico, con el tiempo se convirtió en una lenta agonía. Las noches apasionadas se cubrieron de tedio, las risas se trocaron en muecas amargas, las carencias que al principio los había unido, se convirtieron en el motivo principal de los reproches, al punto de no importar si él miraba las piernas de la vecina de enfrente, o el trasero de la joven universitaria que bajaba con ellos en el ascensor todas las mañanas. Lo importante era cuánto dinero traía cada quincena.
Él demoraba su regreso a casa. El comedor se convirtió en un accesorio inútil, pues cada uno comía en su propia bandeja  y en horarios diferentes; no había entusiasmo para largas cenas familiares como antaño. Él se acostaba pronto. Ella se quedaba dando vueltas y si iba a la cama temprano tomaba el control remoto y lo manejaba a su gusto. Las películas la aburrían, sólo veía programas de chismes de la televisión abierta, mientras él se revolvía inquieto pues no podía leer por el estridente ruido. Sin poder concentrarse en un libro y sin ver cine se aburría. La situación lo hastiaba. Él, mudo y ensimismado. Ella, callada y en su propio mundo. Ya no tenían nada en común.
Se convirtieron en dos soliloquios inconexos y repetitivos que nunca encontraban puntos de acercamiento. Parecían dos extraños, aunque ella estaba convencida de que el matrimonio era así: cariño expresado en actos domésticos que bastaban para mantenerlos unidos. No era eso lo que él deseaba para el resto de su vida. Le molestaban pequeños detalles que se repetían cada vez con mayor intensidad, como una plaga de termitas que corroían la madera y socavaban los pilares hogareños, tan débiles, que a la primera embestida o al menor golpe, los pilares, murallas y techo se desmoronaron por completo y dejaron solo un residuo: arena delgada que una leve ráfaga esparció sin dejar ningún vestigio de lo que antes fue un apasionado amor.
Tiempo después del divorcio la vida parecía extraña. Como si le faltase una hermana siamesa con la que vivir y lidiar inevitablemente. Un año después, todo empezó a tomar forma. Comprendió que la vida seguía su curso, y él con la vida. Pero a partir del momento en que empezó a escribir todo cambió.  Descubrió que podía ser como Dios.
Nuevos mundos, situaciones, personajes... todo creado por él.  Con la potestad de dar vida y quitarla.  De hacerlos vivir lo que él hubiera querido, de vengar con ellos los momentos en que la soledad y el abandono lo hicieron víctima de sus propias carencias, de gozar con ellos lo que su incapacidad o impotencia le impidieron hacer, de enfrentar el mundo como a él le hubiese gustado. Todo se encerraba en su mundo mágico. Y lo que en principio fue un pasatiempo, al paso de los días, semanas y meses, se fue convirtiendo en una verdadera pasión. Pero lo que nunca sospechó, algo que ni siquiera atisbó, empezó a suceder. Al comienzo creyó que sucedía con todos los que escribían, indagó, preguntó entre personas que tenían la misma afición si tal cosa era posible y solo logró que empezaran a verlo como a un ente raro.
Al comienzo no era extraño que escribiese basado en experiencias y en emociones pasadas y que de allí incursionase a mundos posibles, ¿pero era factible que estos pudiesen volverse realidad? La sensación de poder, de creador de situaciones lo estaba llevando a una situación límite, en la cual no percibía claramente qué era real o qué ficticio. Realidad o ficción. Era agotador. No sabía a qué atenerse. Su mente racional le indicaba que se estaba dejando llevar por la imaginación, como una cometa que volaba alto, con el peligro inminente de que se cortara el hilo que lo ataba a tierra. Por otro lado, su nueva faceta de escritor confiaba ciegamente en lo que creaba, ese era un mundo posible donde él estaba incluido de manera importante, decisiva. Dependía de él cambiar o no las circunstancias. Sonaba absurdo como una comedia de Ionesco pero él lo sentía en carne propia. Si ya existía la realidad virtual donde cada persona incursionaba en el mundo de sus sueños por qué no crear y vivir su fantasía. De un autismo que enardecía a sus familiares había pasado a otro de ánimo exaltado, optimista, pero esta vez, encerrado entre cuatro paredes.
Los pocos conocidos no veían nada diferente en él, solo que había cambiado la lectura por la escritura. A ratos, se le notaba alegre y conversador, con un dejo de verborrea cuando se refería a la literatura. Sin embargo, la pertinacia de sus preguntas molestaba tanto a algunos, que dejaron de frecuentarlo. Esto no amainó su empeño en escribir, quería saber hasta dónde podía llegar. Confianza, miedo, temor a la ilación desbordada, se mezclaban en él, pues estaba emprendiendo un largo viaje sin pertrechos y no podía detenerse.
Ocurrió una noche. El cuarto donde vivía después de su divorcio olía a humo aun cuando las ventanas permanecían abiertas. Los ceniceros rebozaban de colillas; había pasado todo el fin de semana sin salir. Los restos del chop suey en la pequeña mesa que hacía de comedor, escritorio y aparador, pues todo lo que no tenía dónde colocar lo dejaba ahí, estaban resecos, y las rumas de papel de los escritos que había imprimido y que no se atrevía a botar formaban montones informes mezclados con correspondencia sin abrir, recibos de pago y quién sabía cuántas cosas más, pero a él no le importaba. Ensimismado en Orieta, el personaje principal de su novela, que se empezaba a revelar. A pesar de que varias veces tuvo que reescribir la escena, ella se negaba a seguir sus directrices, como si guiase sus dedos sobre el teclado y cuando él quería escribir “anda”, los dedos iban hacia las letras inapropiadas, y aparecía un “ven”.  Orieta, en un principio rubia de ojos azules, se fue transformando en una morena de ojos negros, y a la par que físicamente cambiaba, su personalidad se volvía contundente. No aceptaba más el papel de mujer dulce y modosa, casada con un joven universitario. Se había convertido en una dama de la noche. Y esa noche sucedió. Sintió que estaba allí, junto a él, frente a la pantalla, sentía su respiración en el cuello, su perfume que evocaba jazmín mezclado con maderas de oriente, el roce de sus cabellos negros y con claridad… un beso en la mejilla. Es mi imaginación —pensó.
Orieta esperaba en la esquina de la universidad, en el cafetín de siempre, a que Eusebio apareciese como todos los días, encorvado por el peso de los libros, pero feliz al verla, adelantaba unos pasos y ella, al saber que estaba cerca, sentía  algo tibio en su corazón… Escribía, tratando de concentrarse. De pronto, bajo lo escrito empezó a ver en la pantalla:
Orieta, en el cafetín de la universidad, coqueteaba con un chico sentado enfrente, cruzó las piernas dejando ver gran parte de sus muslos, mientras sonreía, invitadora. Con fastidio vio a Eusebio, se acercaba a grandes zancadas, siempre apresurado, como en todo, hasta cuando pretendía hacerle el amor, parecía que cargaba un cronómetro y todo debía hacerse al ritmo que marcaba.

¡No! ¡No es lo que quiero escribir! —pensó.  ¿Qué me sucede?
—No te sucede a ti. Me sucede a mí. —Leyó. 
Quitó las manos del teclado como si le hubiesen pinchado con un alfiler. El cuarto en penumbra se tornó caliente, ni una brisa movía las persianas y aún sentía pegado a su rostro la respiración de… ¿quién?  Creyó que su imaginación le jugaba una mala pasada. Se puso de pie y fue al baño a mojarse el rostro. Al mirarse en el espejo, vio carmín en su mejilla.  Limpió el espejo lleno de manchas, como todo allí. El carmín seguía en su mejilla. Lentamente, pasó la mano por su rostro y una mancha rosada apareció en sus dedos. Salió del baño, cogió su chaqueta y abrió la puerta del cuarto lanzándose a trompicones por las escaleras. Una noche desierta de domingo lo envolvió.  Caminó hasta llegar al bar de Pepe. Necesitaba hablar con alguien, tal vez su imaginación se estaba desbordando.
—Hola Pepe, dame un whisky por favor—. Pidió con el rostro desencajado, repiqueteando con su mano derecha el mesón de la barra.
—Tú siempre tomas cerveza... ¿Qué te pasa que estás tan acelerado? —replicó Pepe, con la calma típica de su oficio mientras accedía a su pedido.
—¿Crees posible que un ordenador piense? ¿O que cuando uno escriba suceda algo similar a lo de Unamuno, donde el personaje de su novela tiene vida propia? —preguntó exaltado Eusebio.
—No sé quién sea Unamuno, pero cálmate, ¿estuviste trabajando en tu novela? Tal vez necesitas ese trago.
—Sí, tienes razón, llevo muchas horas sin dormir. Pienso en una escena y después, sin darme cuenta, la escribo de otra manera. ¿O la escribe ella?, ya no sé. —señaló nervioso.
—Bueno, tú eres quien escribe, ¿no? —inquirió el cantinero mirándolo con cierta desconfianza.
—Sí, es evidente.
—He visto muchas cosas desde este lado del bar. Pero cuéntame, ¿últimamente has salido con alguna mujer? —preguntó el cantinero medio en broma.
—No. Bueno sí —mintió sin convicción.
—Ahí está. No se puede vivir de recuerdos, hombre. Necesitas a una mujer de carne y hueso, no de esas que inventas en tus libros.
Aquellas palabras resonaron en la mente de Eusebio. Quizá por ello sus manos se guiaban solas persiguiendo a sus instintos, caviló mientras bebía. Orieta, maldita Orieta. Representaba lo absurdo de su existencia. Pensaba en la mujer rubia y de figura esbelta, cuando en realidad quería a una morena pasional, de pronunciadas curvas, provocativa, que no tuviese temor de mostrar sus deseos. Una incongruencia que le jugaba una mala pasada.
—Tal vez tengas razón, Pepe. ¿Pero dónde encontrar a la mujer perfecta?
—Santas no encontrarás, pero cualquiera que esté entre santa y callejera, sí —contestó el cantinero.
—Vale, mejor iré a descansar. —Pagó y salió a unirse a las sombras de la noche.
La calle seguía desierta. Decidió dar una vuelta antes de regresar a su inhóspito cuarto. Deambuló por bastante tiempo hasta encontrarse en una plazoleta casi desierta, con excepción de dos parejas que retozaban en los escaños alejados de la luz. Se sentó en una de las gradas rodeada de árboles vetustos. Aspiró profundamente  y  una penetrante fragancia a jazmín lo inquietó. Intrigado miró a su alrededor y sólo había añosos plátanos orientales. Otra vez sintió la respiración de alguien más, esta vez  detrás de él, un escalofrío lo recorrió de pies a cabeza. Se dio vuelta muy despacio y no vio a nadie. No, no puede ser…estoy delirando otra vez, calma, debo mantener la calma, se repetía como un mantra que lo ayudara a preservar la cordura. Sería mejor regresar a su cuarto y dormir.
De vuelta a su cuarto intentó conciliar el sueño. Tenía miedo de mirar la pantalla. Miedo de que algo apareciese en ella. Sin embargo, se sentó en la cama sin dejar de mirarla.  Lo atraía como si él fuese un insecto mirando una vela. Son cosas de mi mente, todo está en mi cabeza. Y sus dedos empezaron a teclear:
Octavio estaba seguro de que Orieta esperaría a que terminase su carrera y luego se casarían —empezó a escribir—, además, sabía que los padres de ella no le permitirían irse a vivir con él antes del matrimonio. Así era en aquellos años, y en eso ambos estaban de acuerdo. Sin embargo, sus caricias y besos ya habían desbordado los límites convencionales.
Apenas terminó la última línea cerró los ojos y esperó unos instantes, luego los abrió.
Quedaban agotados y sudorosos luego de sus furtivos encuentros impregnados del fuerte aroma a jazmín del perfume de Orieta. Ella se quejó de que él se avergonzaba de ella porque siempre deseaba llegar más lejos de lo que Eusebio, enclaustrado en las buenas costumbres, se permitía. Aquello cambiaría.
Leyó dos y tres veces lo escrito, comparando los párrafos. De pronto le vino a la memoria el curvilíneo cuerpo de aquella joven con la cual tuvo sus primeras y más ardientes experiencias sexuales. Morena, de profundos ojos negros y una sensualidad exuberante. La dejó por una compañera de universidad, con la cual se desposó después. Nunca le dio explicaciones, y ahora, después de tantos años reconocía que su comportamiento no había sido el más caballeresco. Un sudor helado recorrió su frente. Sintió que se le erizaba la piel, y aunque creía que por primera vez en muchos días estaba en sus plenos cabales algo en su mente se tornó confuso. El perfume... ¡cómo pudo pasar por alto el detalle! ¿Y si fuese ella? Imposible. Un aroma no se traslada por Internet. Trató de tranquilizarse. Indagaría para saber su paradero. Todo parecía una locura, pero era mejor que no hacer nada. Alguien debía recordarla.
—Tú no eres Orieta. Ella sólo existe en mi mente, por lo tanto, lo que está en la pantalla es mi imaginación. —Se atrevió a escribir, dándose ánimos.
Es cierto que no soy Orieta. ¿Cómo podría serlo? No me parezco a ella. Pero sé lo que tú quieres.
Eusebio casi cae del asiento, quería creer que todo estaba en su mente, pero las letras en la pantalla aparecían nítidas. Apagó el ordenador y regresó a la cama. Cerró los ojos tratando de no pensar pero permaneció insomne hasta escuchar el canto lejano de un gallo. Nunca lo había escuchado, aunque era cierto que jamás había tenido los sentidos tan aguzados. ¿Quién tendría un gallinero en ese vecindario? Sabía que era una pregunta absurda. Fue cuando quedó dormido. Al despertar, en la penumbra de su cuarto, vio la hora en el reloj de la mesilla y supo que había dormido casi quince horas. Otra vez era de noche y en la pantalla que, estaba encendida, leyó: ¿Vienes? Te estoy esperando.
Esta vez no opuso resistencia, era mejor así, sintió alivio y satisfacción al saber que finalmente había encontrado al amor de su vida, la mujer con la que viviría eternamente.
Voy contigo, Orieta, espérame.
—No te apures, mi amor, toma tu tiempo. Estaremos juntos para siempre, seremos inmortales mientras otros posen sus ojos en nosotros.

Blanca Miosi

viernes, 3 de julio de 2020

Un homenaje a los personajes de mis libros


Los recuerdos de los personajes de mis novelas se agolpan en mi mente cuando rememoro los momentos que pasé junto a ellos sufriendo, riendo o exponiéndolos al peligro, al misterio o al amor. Cada uno tiene un espacio en mi corazón, forma parte de mi quehacer como escritora, de mi formación y de mis sueños. ¿Cómo olvidar a Dimitri Galunov? ¿Y a Sananda, el fiel compañero de Parvati? ¿Y si voy más lejos, al personaje femenino de mi primera novela: Margaret, quien fue la que abrió las puertas de mi imaginación? Me siento agradecida por permitirme crearla y darla a conocer a las personas que leyeron ese primer manuscrito con el que descubrí mi vocación.

Guardo un lugar especial para Túpac Yupanqui ese valiente guerrero inca, y Kevin Stooskopf, el audaz exagente de la CIA, a mis siempre presentes Dante Contini-Massera y Nicholas Blohm con quienes aprendí cómo se debe escribir un thriller, y a Toni Montero, el joven de la cara deforme que llegó a la cima después de estar en prisión.

Todos sin excepción serán parte de mí porque salieron de mi mente, el único que se me escapa porque fue un personaje real es Waldek, él sí que tenía personalidad propia, y sus manías, y su historia ya había sido escrita por las páginas de la historia, lo que hice fue inmortalizarlo en "La búsqueda". Waldek, siempre Waldek...

Y el señor de Weldone, ¿cómo olvidarlo? quedó incrustada para siempre la novela histórica en mis escritos, con él aprendí que a la vida real y a la ficción las divide una muy delgada línea. Y Octavia, la anciana enamorada de un joven de veinte, una novela que me enseñó a ver el amor desde otra perspectiva...

Fedor y Mark vivieron conmigo muchos meses, algunas veces reclamaba atención uno más que otro,  pero así son los personajes en general, egocéntricos, porque saben que las novelas giran en torno a ellos, aunque Daniel Kozlowski era poco presuntuoso y se conformó con el lugar que le di. Ahora toca dejar salir a un nuevo personaje: Ramón Delatorre, un hombre que mezcla la picardía española con la indiferencia británica, protagonista de mi nueva novela "El vendedor de naranjas".

 Me demostró que los espías lejos de ser superhombres son más humanos que muchos de nosotros.

El video es una muestra de lo mucho que me siento apegada a mis novelas, y espero seguir así todavía un tiempo más, creando, sufriendo, riendo y gozando junto a los personajes que están por venir.
¡Hasta la próxima, amigos!