El escritor toma un grumo auténtico de la existencia, un nombre, una cara, una pequeña anécdota, y comienza a modificarlo una y mil veces, reemplazando los ingredientes o dándoles otra forma... ... No me gustan los narradores que hablan de sí mismos, y con esto me refiero a aquellos que intentan vengar o justificar su peripecia personal por medios de sus libros. Creo que la madurez de un novelista pasa ineludiblemente por un aprendizaje fundamental: el de la distancia con lo narrado. El novelista no sólo tiene que saber, sino también sentir que el narrador no puede confundirse con el autor. (Extracto de “La loca de la casa”, Rosa Montero)

La escritora Rosa Montero, autora de veintisiete libros publicados, de los cuales diez son novelas, galardonada con doce premios literarios y de reconocimiento a su labor como periodista, suele decir que ella prefiere escribir novelas. Considera que es el género literario que le apasiona. Ama la soledad, y eso se refleja en su manera de ser, independiente y segura de sí misma, aunque la escritura es:
Un trabajo tremendamente inseguro y muy vertiginoso, lleno de vértigos: escribir es encerrarse en una esquina de tu casa, es un trabajo muy solitario. Y escribir novela es muy duro, una carrera de larga distancia. Tardas años en hacer una novela, y durante todo ese tiempo, estás escribiendo mentiras y pensando, "pero esto, ¿puede interesarle a alguien?". Todo el rato estás en el borde de un pozo, preguntándote "¿estaré haciendo el imbécil? ¿Le puede interesar a alguien?" y al mismo tiempo es muy importante para ti lo que estás haciendo, así que es una contradicción. Es un trabajo absurdo, escribir. Y le pasa a todos los escritores.
Pensé que me gustaría conocer un poco más de cerca a una mujer de este calibre; he leído su libro “La loca de la casa”, que no me atrevo a llamar novela, porque es más una mezcla de ensayo y novela, o una suerte de recorrido por la vida y secretos de los grandes de la novela. Me puse en contacto con ella y accedió gustosa a esta entrevista, una agradable sorpresa, pues pensé que sería casi inaccesible.
Delgada, su corto cabello castaño luce impecable, y su sonrisa familiar, cálida, como en tantas fotos que he visto de ella. Tiene el encanto de los que llenan la pantalla. Me invita a entrar y nos dirigimos a su rincón, el lugar donde fabrica sus sueños. O mejor dicho, donde los plasma, pues Rosa está fabricando constantemente, en cualquier sitio y a cualquier hora. Su escritorio es de recia madera, y se puede ver a través de la ventana un frondoso abedul.
Me ofrece asiento frente a ella y me mira sonriendo. Por primera vez me fijo en sus ojos, enormes, negros. No puedo evitar sentir que su mirada es triste; por eso, le pregunto:
—¿Te sientes satisfecha de tu vida? De tu vida fuera de la literatura.
—Me siento una verdadera privilegiada. En primer lugar, para mí escribir, y leer, también es vida, y además vida de primera calidad. Pero aparte de eso, soy muy vitalista, muy disfrutona, me encantan muchísimas cosas y he tenido una vida muy intensa, llena de viajes, de amigos, de amores y desamores, de alegrías y angustias, de peripecias…. Estoy satisfecha, sí.
—Ya sé que es difícil separar ambas cosas, pero supongo que habrá momentos que los dedicas simplemente a pasarla bien, como tomar una buena copa de vino con alguien que te agrade, aunque no sepa nada de libros... ¿o tu pareja tiene que, necesariamente, formar parte de ese mundo?
—Vuelvo a decirte lo mismo. Yo lo paso de maravilla leyendo y escribiendo. Pero además de eso, tengo muchos amigos y los cuido muy bien, creo que lo mejor que soy en la vida es ser buena amiga. Y vivo con el mismo hombre desde hace veinte años, con sus más y sus menos, claro, pero una relación viva, precisamente por eso, por los altibajos. Me encanta caminar por el monte, salir con mis perros, bueno, mi perra, porque mi perro grande acaba de morirse, eso sí que ha sido un dolor. Y me encanta estar con mi familia, escuchar música, ir al cine, ir al teatro, ver exposiciones, incluso bailar me gusta… Y en efecto, no es necesario que todas las personas a las que quiero sepan de libros.
—Lo digo porque en tu obra se palpa el fatalismo, he leído un cuento precioso: “El puñal en la garganta” y el comienzo de “Historia del Rey Transparente”, ambas escritas en primera persona, ambas cuya protagonista es una mujer, y aunque los temas son diferentes, se nota mucho de rebeldía en ellas. ¿Es así como sientes que debería ser la mujer?
—Mil gracias por tu elogio, cariño, pero qué va. Yo no escribo sobre mujeres, no me interesa absolutamente nada escribir sobre mujeres, escribo sobre seres humanos, y lo que sucede es que la mitad del género humano, la mitad más uno, somos mujeres…. Así es que, ¿por qué no poner protagonistas femeninas? Pero mi Leola, la protagonista de Historia del Rey Transparente, rebelde y luchadora, habla de esa búsqueda esencial en el ser humano que es el intento de encontrar tu propio lugar en el mundo, y eso es exactamente igual en los hombres y en las mujeres. Por otra parte, no soy nada fatalista, justo al contrario. Todos mis libros hablan de que el destino no está escrito, soy una voluntarista y creo que siempre tenemos una elección. No podemos controlar lo que nos sucede, somos hijos del azar, pero sí podemos controlar, sí podemos decidir cómo respondemos a lo que nos sucede. Y en esa elección, por pequeña que sea, se juega nuestra humanidad y nuestra dignidad. Como dije en Historia del Rey Transparente, “los hombres suelen llamar destino a aquello que les sucede cuando pierden las fuerzas para luchar”.
—Como periodista tienes oportunidad de conocer a muchos personajes famosos, ¿qué significa para ti hacer una entrevista?
—Es un género periodístico precioso, pero llevo demasiados años trabajando de periodista, he hecho más de dos mil entrevistas y estoy un poco cansada de hacerlas.
—En cambio, yo que empiezo a hacerlas, siento mucha ilusión al poder comunicarme con las personas que admiro. Entre las más de dos mil que has hecho, ¿podrías recordar cuál fue la más difícil y por qué?
—...Uf, no sé, por fortuna se te van olvidando, porque, si no, no te quedaría espacio en la memoria para nada más. Pero bueno, una muy difícil fue la de Yasir Arafat. Me tuvo un año detrás hasta conseguirla, luego estuve como diez días en Túnez en stand by, esperando a que me llamaran para hacerla en cualquier momento, y cuando la hice, en dos madrugadas seguidas, resultó ser un tipo terrible, correoso, dictatorial e intratable. Alguien con quien era imposible hablar. Solo declamaba consignas.
—Supongo que en las madrugadas es muy difícil ser tratable —comento, y ella hace un gesto con los ojos mirando hacia arriba—. ¿Te preocupa cuando una novela tuya no tiene la misma acogida que la anterior?
—...Ya no. Es difícil salirse de esa presión absurda del mercado, todo a tu alrededor te empuja para competir contigo misma, pero si haces una buena gimnasia mental, consigues salirte de esa trampa. Aprender este tipo de cosas te hace más libre, y es una de las pocas ventajas de envejecer.
—¿Crees que alguien feliz pueda ser buen escritor? —Me mira y sonríe levemente mientras juguetea con su collar. Tal vez no es la primera vez que se lo preguntan—. Tienes la apariencia de ser una mujer de éxito, y escribes precioso, tal vez haya algo en tu vida que te haga infeliz y tu inspiración provenga de esa insatisfacción, de ese desear algo que no tienes, no sé, dime tú...
—Gracias por lo de escribir precioso. Pues verás, nadie puede ser feliz todo el tiempo…. La felicidad absoluta no existe. Y, por otro lado, creo que tanto los escritores como los lectores voraces, y los escritores también somos lectores voraces, tanto unos como otros, digo, somos personas que a lo mejor aparentamos ser muy sociables y estar plácida y sólidamente insertados en la vida, pero creo que todos somos gente con una cierta fisura que nos separa del mundo. Digamos que somos personas que no acabamos de integrarnos del todo en nuestro entorno, en nuestra sociedad, o en nuestra familia, o en nuestra época, o… hay una cierta incomodidad, un pequeño abismo que cubrimos con un puente de palabras, palabras leídas o palabras escritas. Por otra parte, como decía el escritor romano Terencio, “nada de lo humano me es ajeno”. Todos llevamos dentro el germen de todo, el barrunto de los dolores más atroces y de la alegría más extrema. Por último, detesto ese tópico que une la desgracia con el arte, como si cuanto más desgraciado, mejor artista fueras. Es una estupidez que la historia de la literatura se encarga de desmentir.
—Qué bien que lo aclaras, yo también he pensado que no es necesario ser infeliz para comunicar sentimientos de tristeza. Leí en una entrevista que te hicieron que eres de las que cree que es mentira que hoy se lee menos que nunca. Yo estoy de acuerdo. Quería preguntarte: ¿Crees que hoy se escribe más que nunca?
—Pues es una buena observación, y es muy probable que así sea. Sí, seguramente también se escribe más que nunca.
—A esos escritores en ciernes, a los noveles que frecuentan los foros literarios como el de Prosófagos, o que leen este blog, que tienen esperanzas de publicar algún día, ¿cuál sería el consejo de oro que le darías?
—Leer mucho, escribir mucho, tener una paciencia de elefante, tener confianza en ti mismo, quiero decir confianza en que algún día llegarás a escribir algo estupendo, y al mismo tiempo ser muy autocrítico, no enamorarte de lo que escribes y aprender a cortar y tirar. Y, por último, no vivir de la literatura…. Hay que mantener la parte creativa lo más libre posible, y si pretendes vivir de tus novelas, por ejemplo, tendrás que publicar con demasiada frecuencia y seguramente intentarás escribir libros “que se vendan”. Querer ser leído es algo natural, todos queremos que nos lean, y el que diga que no, miente; pero no puedes escribir pensando en lo que tú crees que los otros van a querer leer, tienes que escribir lo que necesitas escribir… Tienes que escribir para el lector que llevas dentro, tienes que intentar escribir el libro que te gustaría leer. De modo que, para poder ser libre, hay que vivir económicamente de otra cosa. Yo vivo del periodismo.
—Sí, creo que la confianza es una de las cualidades necesarias para lograr las metas, pero no todos los que empiezan la tienen, ¿aconsejarías estudiar literatura? Hay muchos talleres de literatura donde enseñan a escribir novelas, ¿crees que se pueda asistir a algún curso para convertirse en escritor?
—No creo que sea necesario estudiar literatura, filología, lingüística…. Es más, lo teórico creo que se da de patadas con la creatividad. O sea que en algún caso incluso podría ser negativo. En cuanto a los talleres y demás, pueden estar bien, porque te ayudan a hacer tu propio camino acompañado de otros que tienen las mismas ambiciones, y con los consejos de alguien con más experiencia. No hay que sacralizar los talleres, pero pueden ser un incentivo y un apoyo.
—Estoy de acuerdo. ¿Cómo fue que Carmen Balcells empezó a trabajar en tu carrera? ¿Fue difícil publicar tu primera novela, “Crónicas del desamor”?
—No, qué va, no fue difícil, al contrario, fue una pura casualidad. Yo era muy conocida como entrevistadora de El País y una editorial recién creada, Debate, que por entonces era muy pequeñita, me propuso hacer un libro de entrevistas y feminista. Dije que sí, me dieron un pequeño adelanto, me lo gasté y empezaron a pasar los meses y me daba una pereza espantosa escribir más entrevistas además de las muchas que hacía para el periódico. Así es que, como por entonces yo siempre tenía algún proyecto de novela entre manos, hablé con ellos y les dije que si querían les escribía algo narrativo y que si no, les devolvía el dinero. Y ellos me dijeron: vale, así abriremos la colección de novela. Porque ni colección de narrativa tenían. Y así salió la Crónica del desamor, que fue la primera novela que publicó Debate. El año que viene hará treinta años. En cuanto a Carmen Balcells, simplemente nos citamos, hablamos, y a ambas partes nos interesó el acuerdo.
—¿Qué se siente ser famosa? Que te reconozcan en la calle, ¿alguna vez te han detenido para pedirte un autógrafo o tomarse una foto contigo?, ¿te molesta?
—Yo me hice “famosa” muy temprano, cuando El País triunfó de la noche a la mañana en la Transición y nos hizo famosos a unos cuantos jóvenes que colaborábamos en el periódico. Yo tenía unos veinticinco o veintiséis años, y al principio fue algo muy angustioso. Porque primero recibes una ola de amor tremendo, y todos queremos que nos quieran, claro, y te da miedo perder ese amor, pero no sabes cómo retenerlo, porque la gente no te ama a ti, sino a una Rosa Montero que cada cual se ha inventado, de repente hay miles de Rosas Monteros y todos quieren que seas como ellos te ven (tú, por ejemplo, me imaginas triste). Y después de esa ola desconcertante de amor, llega también una ola de odio, tan arbitraria como la primera pero aún más insoportable. Durante dos o tres años fue muy angustioso. De hecho, asumí la dirección del suplemento dominical de El País por entonces, porque quería dejar de firmar y que la gente se olvidara de mí. Por fortuna no se olvidaron, porque que te conozcan también tiene sus ventajas, cuando digieres la angustia y te proteges y distancias de todo eso. A estas alturas ya estoy totalmente protegida… Vivo al margen de ese ruido exterior, o todo lo al margen que puedo, y no me siento famosa en absoluto. Pienso que la gente me reconoce poco, no he querido nunca trabajar en televisión justamente para que no me conocieran más, y además la gente que te conoce, los lectores, son personas de lo más cariñosas, respetuosas y fantásticas. Cuando alguien me para y me dice que lee mis libros o mis artículos, me siento feliz y muy agradecida.
—En “La loca de la casa” dices que recuerdas los momentos pasados llevando la cuenta de los amores que has tenido y los libros que has escrito; debes haber tenido muchos novios —no puedo evitar reír—, ¿tiene ello algo que ver con los temas que escoges escribir?—En primer lugar, La loca de la casa no es un libro autobiográfico. Está lleno de mentiras narrativas, de ficciones…. Por ejemplo, no tengo ninguna hermana, ni melliza ni no melliza. Y luego ten en cuenta que soy muy mayor y tengo bastante vida a las espaldas…. Así es que también tengo algunos amores y algunos desamores, como antes dije. En cuanto a si esto tiene algo que ver con los temas, me parece que no entiendo la pregunta. Mis temas principales son la supervivencia, la memoria, el paso del tiempo, las dificultades de madurar, la aventura de vivir, el dolor de perder, el poder, el fanatismo… El amor también, pero no es el tema principal de ninguna de mis novelas.
—Pensé que era un poco autobiográfico por lo que dice en la contratapa del libro. Ya veo que debemos cuidarnos de ellas. Por último: ¿Estás trabajando actualmente en algún libro?
—Estoy tomando notas…. Pero tardará bastante en salir a la luz. Por lo menos dos o tres años.
Rosa estira la espalda y da un largo suspiro. Es natural y sencilla, pese a que su presencia se impone. Tal vez sea por eso.
—Muchas gracias, Rosa, por acceder a esta entrevista y por tus palabras.Nos despedimos con dos besos en las mejillas, le doy un abrazo, un cálido abrazo.
Mis dedos hacen el gesto acostumbrado y desaparezco para aparecer frente a mi pantalla. Ahora que leo la entrevista, me parece increíble, ¡estuve en casa de Rosa Montero! Los chicos de Prosófagos no me lo van a creer. Es cierto lo que dice Rosa, la imaginación no tiene límites.
Agradezco a esta genial escritora por permitirme unos minutos de su tiempo, y por recibirme en su casa de manera virtual.
Para mayor información acerca de la vida y obra del autor:
Página oficial de Rosa Montero
Página oficial de Rosa Montero