miércoles, 29 de octubre de 2008

De la extensión de las obras

Al escribir novelas me ha sido imposible pasar de los doscientos cuarenta y cuatro folios. Me refiero a los de tamaño A4, que se utilizan en los manuscritos. Suelo escribir a un espacio, de manera que me es fácil calcular el número aproximado de páginas una vez convertidos en libros. Un promedio de trescientas cuarenta.

Me asombro cuando veo libros que llegan a quinientas o seiscientas páginas, cuyos temas se desarrollan en unos cuantos años. Algunas veces he tratado de alargar un capítulo, pero la tarea ha resultado engorrosa. Suelo escribir de manera concreta, pese a que tres de mis obras abarcan varias generaciones, ya que son de corte histórico. Extiendo la costumbre a los cuentos, que por regla general no llegan a los dos folios, excepto un par de ellos que tienen cuatro páginas.

Creo que escribir de manera concisa, tratando de reducir al mínimo la expresión de lo que se cuenta trae consigo una prosa clara, interesante y sobre todo: ágil y amena. No hay peor cosa que leer una novela en la que las tres primeras páginas parezcan inacabables y no nos hayan dado una idea clara de lo que trata la obra.

Ahora hablaré de los cuentos:

Un relato corto tiene que captar desde la primera línea la atención del lector. Si el segundo párrafo sigue divagando sin acercarse a la trama, apuesto a que es un cuento que lleva como mínimo, cinco folios. Lo digo por mi experiencia en los foros literarios. Los cuentos más largos son los que menos se leen, no por falta de tiempo; creo que es por falta de interés. ¡Ah! Pero hay algunos que son largos y sin embargo no tienen una línea desperdiciada. Claro que eso depende del talento narrativo, y no todos lo tienen.

Recuerdo que mi primer cuento tuvo una extensión de casi cinco páginas: “El piso de la calle Ryden”. Era lo más corto que había escrito, pues empecé con las novelas. Lo leí tiempo después y le hice algunos recortes, hoy llena cuatro páginas y no me siento capaz de reducirlo más, tal vez sea por el cariño que le tengo al ser el primero.

De vez en cuando leo cuentos que prometen, pero la repetición de conceptos, el alargamiento innecesario de la descripción del estado de ánimo del personaje, y en especial, una prosa aburrida, me llevan a hacerlos a un lado. Prefiero leer un cuento con faltas ortográficas y hasta gramaticales, pues son elementos que se pueden corregir, si el tema es original o interesante. Lo difícil de cambiar es el estilo.

Los cuentos que de pronto terminan en un corte brusco tampoco me atraen. El final debe ir trabajándose desde casi el principio, para evitar la apariencia de un cuento inacabado o con un final tan abierto que es imposible encontrar el significado que el autor desea. Si es que le dio alguno.

Aclaro que son opiniones personales, y acepto que no todos piensen igual que yo. Creo que es todo por hoy, y para ser consecuente, he escrito una sola página.

B. Miosi

jueves, 16 de octubre de 2008

INNOVADORES

Siempre me he preguntado qué hace a un escritor inolvidable. Una obra inmortal, sin duda. Así como a Alejandro Dumas se le recordará eternamente por “Los tres mosqueteros”, a Gabriel García Márquez por “Cien años de soledad” o a Miguel de Cervantes Saavedra por “Don Quijote de la Mancha”, también serán recordados con toda seguridad J.C. Rowland por “Harry Potter” y su saga, o Dan Brown por “El código Da Vinci”. Dos escritores contemporáneos que marcaron pauta, cada uno en su estilo.

¿Qué podrían tener en común todos ellos para que sus novelas generasen opiniones tan diversas, y al mismo tiempo fuesen tan leídas? Creo que es: originalidad. Ellos no siguieron una moda o un estilo. Fueron creadores de una corriente.

Alejandro Dumas inició una generación de novelas históricas, donde la verdad se mezclaba con la fantasía, y lo hacía de manera tan magistral que logró captar la atención de millones de lectores. Gabriel García Márquez instauró la era del realismo mágico, precedida por otros muchos años antes, pero que él supo plasmar de manera inolvidable e irrepetible en su obra cumbre. Cervantes rompió los cánones de una época en la que las historias de caballeros saturaban la literatura, haciendo de su Don Quijote un caballero de triste figura, un ser humano que satirizó a los de brillante armadura. J.C. Rowland hizo de un niño, un aprendiz de mago, no la víctima de alguna bruja, y con él devolvió a inmensa cantidad de niños la sana costumbre de la lectura. Y el inefable Dan Brown y su famoso códice, fue el genio innovador de una corriente de novelas cuyos autores no podían más que hacernos ver maquinaciones extrañas en cuanta logia o religión existiese, tratando de llegar a una supuesta búsqueda del Santo Grial por medio de llaves, códigos, palabras cruzadas, exagramas, misterios, que no se puede negar, han tenido bastante éxito.

Claro, también están los que consideran a Dumas un escritor de folletín, a G. G. Márquez un escritor que aparte de su Cien años de soledad, las otras obras no fueron tan buenas, que la Rowland no tiene otra cosa en la cabeza que un niño que ya no da para más, y que Cervantes y su Quijote es en extremo aburrido, algunos dirán que incomible, (que lo he escuchado) pero que pocos se atreven a decirlo en voz alta por no pasar por ignorantes. Y qué decir de Dan Brown. Tiene tantos admiradores como detractores. Se convirtió en el origen de discusiones interminables.

Sin embargo, estoy segura de que todos ellos, sin excepción fueron y son escritores que hicieron uso al máximo de su imaginación, a los que no le dio pereza ponerse a escribir páginas y más páginas de historias cuyas enredadas tramas supieron llevar hasta el final, sin amedrentarse ante las críticas, y en algunos casos sin tener un contrato firme que respaldase su bienestar personal. Creo que esa es la verdadera escritura, cuando se hace porque se desea hacer, cuando no hay un plazo que cumplir, cuando las ideas se dejan correr libres y se disfruta al crear, se goza y se sufre con cada uno de los personajes, y cuando finalmente se llega a la última página se siente una profunda tristeza.

B. Miosi

miércoles, 8 de octubre de 2008

El oro de los incas

Veintiocho cargas de oro y dos mil de plata llevadas desde Pachacamac; ciento sesenta y ocho cargas de oro desde el Cuzco y veinte de Quito. Los españoles fundieron el oro para poder repartirlo. Y mezclados en el crisol fueron a parar los elaborados vasos, los cántaros, los ídolos. El oro llegaba desde el lejano reino de los chilis, en los confines del imperio, también desde la inaccesible Pasto. Se desnudaron del dorado metal los templos, los nobles, los caciques. Y mientras los sinchis arrojaban a los recogedores sus orejeras de oro para salvar a Atahualpa, la mirada de desprecio de los runas, era la respuesta indolente a los esfuerzos de la nobleza quiteña y a los allegados de Huáscar para convencerlos de luchar por una causa común. Muchos años de iniquidad y crueles batallas habían agotado su amor por el imperio. Ellos sólo deseaban que los españoles libertarios trajeran la justicia anhelada, en tanto que Pizarro separaba para sí espigas de maíz de oro, y bandejas y aves con el mismo metal de los jardines dorados del Cuzco para enviarlas al rey de España, reservándose para él la litera de oro de Atahualpa.

Después de la repartición, los aventureros cayeron en cuenta que demasiada riqueza era casi igual que la pobreza. Un par de botas costaba cincuenta pesos de oro. Y una hoja de papel para escribir a su madre, le costó a de Soto una libra de oro, ¡toda una libra!, que pagó entre juramentos. La primera inflación en el Nuevo Mundo.

Pizarro llenó la fórmula del pacto de rescate. Pero Atahualpa seguía preso en aquella tumba de piedra; con rabia y humillación confirmaba que había sido engañado. Los españoles discutieron que no podían liberarlo sin que decayera la razón de ser de la conquista. Atahualpa se había convertido en un gran problema.
Unos querían mandarlo a España junto con los que llevarían el quinto real.
Otros sugerían llevarlo hacia el Cuzco.
No pocos deseaban matarlo.
Hernando de Soto, Hernando Pizarro, Pedro de Candia, Antón de Carrión, Pedro de Ayala, Juan de Herrada y otros hidalgos, sostenían que era necesario enviarlo a España. El Cuzco no se tomó en cuenta como solución después de estudiar los riesgos. La opción de matarlo era aconsejada por Riquelme, Diego de Almagro y los suyos; el cura Valverde susurraba a los oídos de Pizarro la muerte de Atahualpa. Hernando Pizarro el viejo, que hacía mucho peso en la conciencia de su hermano, defendía la idea de mantenerlo con vida. Almagro, que le guardaba rencor desde que estuvieran en Panamá, encontró la manera de sacarlo del juego, y para lograrlo, el tuerto ponderó con hipocresía sus méritos de honradez y distinción, eligiéndolo como el más indicado para llevar el quinto real y los hermosos obsequios a España, y que por consiguiente, se le diera una porción mayor que a los otros capitanes. Era el único empujón que necesitaba Pizarro para deshacerse de su hermano. Lo enviaría a España con el oro de los incas.

Atahualpa lo supo de boca del mismo Hernando Pizarro.
—Capitán, cuando te vayas, tus compañeros me mandarán matar. El tuerto y el gordo —por Riquelme—, convencerán a tu hermano para que me mate. Lo sé. No vayas tú, capitán... —dijo el Inca con tristeza.
—No te preocupes señor. No partiré sin la promesa de Francisco de respetar tu vida.
Pero esas palabras no disiparon la desconfianza de Atahualpa. Hernando habló con su hermano, y se ofreció una vez más a llevar al Inca consigo a España, pero Francisco no accedió. Después de su partida, la conspiración contra el Inca Shyri arreció, implacable. Se esgrimieron los argumentos por parte de frailes y soldados: ofensa a Dios, prevaricaba Valverde; traición a los indios, acotaba Almagro. Y Felipillo echaba leña en esa hoguera. Hablaba de conversaciones sorprendidas a los indios, de conjuras para asaltar a los españoles; finalmente, ante la llegada de unos cuzqueños partidarios de Huáscar, denunció la existencia de un enorme plan para liberar al inca.

Ante una acusación así de concreta, Pizarro empezó a desconfiar de la pasividad de los indígenas. Su entendimiento basto y unilateral de soldado, no concebía cómo millares de hombres en su propia tierra, no tramasen algo para salvar a su rey y arrojar a los invasores de su suelo. Por último, en medio de su odio por Atahualpa, Felipillo inventó la historia: Atahualpa mandó matar a Huáscar. Pizarro recordó el as bajo la manga del que le hablara Hernando de Soto. Era el momento apropiado. Sin querer, de Soto había dado la clave para poder culpar al Inca de fratricida, además de idólatra, polígamo, y cuanta cosa el cura Valverde encontrara para hacerle parecer culpable. Pizarro lo envió a Hatunmayo para averiguar si era verdad la muerte de Huáscar, como decían los cuzqueños; de Soto partió a traer la prueba de la inocencia de Atahualpa sabiendo que ya Huáscar no estaba en esa zona. Había caído en su propia mentira, y no sabía exactamente dónde buscarlo. ¿Cómo encontrar pruebas de que estaba vivo?, se preguntaba.

Sin gente que le removiera la conciencia ni que estorbase en sus planes, Pizarro ordenó el proceso en contra del monarca del Tahuantinsuyu. Un juicio conformado por los «jueces» Pizarro y Almagro; el secretario era Sancho de Cuéllar. A un pequeño grupo de hidalgos descontentos por la actitud asumida por Pizarro, le permitió nombrar como defensor a Juan de Herrada. Los jueces no esperaron el regreso de Hernando de Soto para empezar el proceso.

Formalmente lo acusaron de: bastardo usurpador, asesino de su hermano. También de disipar las rentas del estado al empobrecer al reino con el pago de su rescate, por el delito de idolatría, por adúltero, por incitación a los pueblos a rebelarse contra España... pero el cura Valverde no podía perderse de un último discurso de odio irracional hacia Atahualpa, y saltó al precario estrado acusándolo de los peores crímenes, y citando los más lúgubres textos bíblicos pidió a gritos la muerte contra el salvaje; encarnación viviente del demonio porque se hacía idolatrar públicamente por su pueblo, y porque practicaba descaradamente uno de los pecados más horrendos: la poligamia.

El defensor Juan de Herrada invocó en vano a todas las leyes divinas y humanas a favor del Inca. Fue inútil que dijera que el único que tenía jurisdicción para juzgar a un rey vencido era el propio emperador de España. Juan de Herrada defendió con vehemencia la inocencia de un hombre que vivió de acuerdo con sus códigos, sin haber podido infringir leyes ni practicar religiones que no conocía. Pero la causa estaba juzgada de antemano. Atahualpa perdió el juicio.

En medio de la celebración en la escena montada por Pizarro, hizo aparición un grupo de indígenas azuzados por el indio Felipillo, que se acercó llorando al estrado para acusar a Atahualpa de haber mandado asesinar a su hermano en el río Anyamarca, con la escolta que lo conducía. Justo lo que el conquistador esperaba. Las fórmulas fueron llenadas y Pizarro y Almagro condenaron al Inca Shiry a ser quemado vivo, a menos que se convirtiera al cristianismo, en cuyo caso le sería conmutada la pena por la muerte al garrote.

Es ahí, cuando Atahualpa pidió hablar. Todos en el recinto quedaron en silencio. El Inca Shyri se puso de pie y caminó hacia el centro. Con voz serena sabiendo ya su destino, se dirigió a Pizarro:
—Es a ti, extranjero, a quien recibí como un amigo, que dirijo estas palabras: no he cometido más faltas que las que ustedes han cometido con mi pueblo. Yo los acuso de traidores, mentirosos, ladrones, idólatras, porque andan por ahí «bautizando» con un libro y una cruz... un dios que es el símbolo del ultraje y la mentira, porque en su nombre hacen toda esta mentira en mi contra, ¿dicen que soy polígamo? Estoy cansado de escuchar esa palabra. Sin embargo, ustedes han tomado las mujeres que han querido y deseado, y no son acusados de nada. Me han engañado y yo soy al que culpan. ¿Cómo pueden ser tan hipócritas? Y tú... —señalando al cura—, ¿cómo sé que no eres un polígamo? Te he visto mirando con deseo a mis mujeres... y ellas me han contado que las has acariciado cuando les propagabas tu fe. Tú, que representas a ese dios que dice que son pecados las cosas buenas como el tener los deseos de estar con una mujer. ¿Cómo lo llamas?: «Lujuria». Dime, cura Valverde. ¿Cómo fue que viniste al mundo? ¿Acaso tu padre no deseó a tu madre?
Valverde lívido, gritó:
—¡Blasfemia! ¡Este hombre personifica a Satanás! No tiene derecho a hablar... ¡Callad, os lo ordeno!
—Tú no me puedes ordenar nada. Yo soy el rey de este imperio, ¡soy el emperador del Tahuantinsuyu! —contestó Atahualpa con la impavidez de quien sabe que morirá, dijera lo que dijese—. Ahora desean quemarme vivo, para que no queden rastros de mí en esta, mi tierra, y no pueda ir a reunirme con mi dios Inti. Si de eso se trata, cura Valverde, bautízame para cumplir con tus ritos. Te lo ordeno. Prefiero morir con el garrote.

Un pesado silencio se cernió en la sala. El rostro de Valverde refulgía congestionado por la ira. Almagro deseaba que terminase aquella farsa. Pizarro con los ojos clavados en el suelo. El defensor con los ojos empañados. Atahualpa de pie en medio del recinto personificaba la imagen de la dignidad. Su hermoso rostro de mirada impasible, surcado de las primeras arrugas, reclamaba justicia, mientras en su fuero interno comprendía por primera vez a los runas del imperio.
—Es un hereje... —se atrevió a murmurar Valverde.
Ya nadie lo escuchaba.
—Como ya no me queda nada más por hacer en esta tierra, te haré una última petición, a ver si puedes cumplirla —dijo el Inca sin hacer caso del cura, dirigiéndose a Pizarro—: Cuida de mis hijos, mujeres y parientes.
—Lo prometo —respondió Pizarro, tratando de salvar en algo su honra. Luego agregó—: No fue nuestra la culpa que vuestro pueblo no os haya apoyado... esta guerra la gané en buena lid.
—Usos son de la guerra, vencer y ser vencidos... —Concluyó Atahualpa. Reprimiendo un suspiro, quedó en silencio.

Aquella misma noche Atahualpa fue bautizado con el nombre de José Francisco mientras invocaba en silencio a Inti y Huiracocha. El cura Valverde apelaba a voces a Dios y Jesucristo en tanto que vertía el agua bendita y la pena de garrote aguardaba a un lado.

Atahualpa respiró por última vez el veintiséis de julio de mil quinientos treinta y tres de la era del Señor.

B. Miosi

Es probable que haya partes que no se comprendan del todo, es debido a que pueden aparecer fuera del contexto de la historia, es un fragmento del capítulo de una novela que estoy terminando de corregir.

viernes, 3 de octubre de 2008

ANATOMÍA DEL BLOG: Lo que odias o amas de ellos

Siempre he pensado que los blogs son un claro reflejo de la personalidad del propietario, hasta podría afirmar que de su estado de ánimo. Con la facilidad de cambiar la plantilla podemos dar infinidad de matices y agregar novedosos stags que dan la posibilidad de que cualquiera, sin ser duchos en informática pueda escoger los elementos que le parezcan apropiados para facilitar el manejo y la lectura de su blog. Van desde música, inclusión de vídeos, contadores, imágenes, encuestas, hasta presentaciones en una especie de flashes con fotografías que servirá para contar historias. Muchos son los aditamentos que día a día se agregan al menú de manera milagrosa —nunca sabré quién, cómo o el porqué de ello—, visto que para mí el asunto de la red sigue siendo un maravilloso y complejo misterio que me ha proporcionado herramientas de valor incalculable.

Pienso que los bloggers tenemos nuestras preferencias, demás está decir que mis blogs favoritos son los que están dedicadas a la literatura, aunque no descarto otros que hablan de arte, cine, política, farándula, viajes, astrofísica y un largo etcétera. Un par de días atrás encontré en el foro
Prosófagos un enlace dejado por Esthercita; una de sus más conspicuas participantes, que me llevó hasta una página interesante que a su vez me condujo hasta http://ciberprensa.com/ un sitio donde un grupo de jóvenes postea artículos útiles, de donde extraje unas listas que me parecieron pertinentes publicada por Dr. Blog, Fernando Tellado y que resumen lo que la mayoría de los usuarios, aman o detestan de los blogs.

Las copié y las publico tal cual:

Lo que Si me gusta ver en un Blog:

↑Textos bien escritos, sin faltas de ortografía, con un buen uso de la lengua.
↑Referencias a las palabras técnicas que expliquen su significado.
↑Artículos personales que expliquen las motivaciones del escritor.
↑Trucos y tutoriales que ayuden al lector sobre la temática del Blog.
↑Enlaces a páginas de interés sobre la misma temática.
↑Textos formateados, con elementos de estilo (cursivas, negritas, citas, listas, etc, que hagan mas agradable la lectura)
↑Traducciones de textos en otros idiomas que faciliten la vida al lector.
↑Enlaces a los textos que inspiraron el artículo.
↑Un aspecto suave y uniforme que me haga reconocer el blog.
↑Fondos y textos que faciliten la lectura.
↑Buena organización de contenidos con enlaces a las distintas temáticas tratadas.
↑Enlaces que faciliten la suscripción al blog (por RSS o e-mail).
↑Imágenes que ilustren el contenido y hagan mas agradable la lectura del mismo.
↑Guiños al lector, preguntas directas, opiniones personales del escritor.
↑Valentía del escritor en la defensa de su opinión, aún a pesar de la “línea oficial” si la hubiera.
↑Artículos que se note que no se han escrito en un “arranque”, sino que le ha tomado su tiempo al escritor estructurarlos y presentarlos de manera legible y entendible al lector.
↑Buena frecuencia de artículos, sin altibajos, que ofrezcan contenido de interés al menos un par de veces a la semana.
↑Artículos que me planteen dudas, que me hagan pensar y alimenten mi mente curiosa y ansiosa de crecimiento personal.

Lo que Odio ver en un Blog:

↓ Textos escritos de cualquier manera, con faltas de ortografía o en lenguaje SMS. Si no sabes escribir bien, o no te apetece, no castigues mis ojos y mi buen gusto.
↓Demasiado autobombo, cosa bastante corriente en los bloggers famosillos y principiantes con ego superlativo.
↓Memes abundantes que no tengan un carácter de comunicación sino solo la búsqueda de cruce de enlaces. Están bien los memes entre bloggers amigos, los demás sobran o solo están pensados para el SEO.
↓Demasiada publicidad que estorbe la lectura de los artículos. Olvídalo, un blog no da dinero nada mas que a cuatro gurús que, además, suelen alejarse de los principios de la blogosfera en cuando adquieren ese estatus.
↓Apropiación de contenidos de otros escritores sin la referencia obligada. Si se te olvida un enlace un día no pasa nada, pero si es tu tónica general sobras en la red, eres un chorizo y mereces el mayor de los desprecios.
↓Repetición de noticias ya publicadas mil veces en otros sitios sin ninguna aportación adicional. Si no tienes nada que decir no escribas, sé un buen lector de blogs y anima a los que ofrecen contenidos originales.
↓Promesas incumplidas (series de artículos que no se continúan, títulos sensacionalistas para contenidos insustanciales, enlaces de “… sigue leyendo” que solo llevan a publicidad o dos líneas mas, etc).
↓Imágenes animadas pretendiendo atraer tu atención.
↓Colores chillones que dificulten la lectura.
↓Demasiados (mas de 3) artículos diarios, pues con la cantidad de información existente en la Red no se puede pretender ofrecer toda la información en un solo Blog.
↓Semanas enteras sin artículos o sin una frecuencia mas o menos constante, por escasa que sea. Prefiero un buen artículo por semana que 20 un día y luego tres semanas sin nada que leer.
↓Si me he suscrito a tu blog por tus artículos sobre política o astronomía NO ME INTERESA la cucada que hizo ayer tu hijo o lo grande que está ya tu perrita.
↓Música nada mas acceder a la página o no tener la posibilidad de parar su reproducción.


Estoy de acuerdo con la mayoría de los ítems señalados, aunque difiero de algunos, como el de “Repetición de noticias ya publicadas mil veces en otros sitios sin ninguna aportación adicional...” porque no todos los que tienen blogs tienen suficiente tiempo para pasearse por la red o leer un diario o siquiera ver la noticia por televisión. Y por supuesto, suscribo completamente el que se refiere a la calidad de los artículos y el cuidado en su revisión, en especial de la ortografía.

¡Ah! Pero sí hay algo que me fastidia una enormidad: los blogs que están tan cargados de vídeos, imágenes, presentaciones de Youtube y cuanta novedad haya en la red, que se tornan pesadísimos a la hora de abrirlos. En esos casos cambio de página de inmediato.

Por si fuera poco, encontré un blog donde existe una serie de ayudas para bloggers, incluyendo normas y costumbres:

blogenserio.com su propietario: Victor Esparza. Hay toda una cultura alrededor de los blogs.

Yo prefiero una página simple, con colores agradables, sin imágenes en movimiento que distraigan al lector, que mantenga un cierto orden y con la menor cantidad de publicidad.

Es todo por hoy, espero haber aportado alguna idea para el mejoramiento de sus respectivos blogs y sus sugerencias, ¿Qué es lo que menos les gusta de los blogs? ¿O qué es lo que les encanta?

B. Miosi