El oro de los incas
Veintiocho cargas de oro y dos mil de plata llevadas desde Pachacamac; ciento sesenta y ocho cargas de oro desde el Cuzco y veinte de Quito. Los españoles fundieron el oro para poder repartirlo. Y mezclados en el crisol fueron a parar los elaborados vasos, los cántaros, los ídolos. El oro llegaba desde el lejano reino de los chilis, en los confines del imperio, también desde la inaccesible Pasto. Se desnudaron del dorado metal los templos, los nobles, los caciques. Y mientras los sinchis arrojaban a los recogedores sus orejeras de oro para salvar a Atahualpa, la mirada de desprecio de los runas, era la respuesta indolente a los esfuerzos de la nobleza quiteña y a los allegados de Huáscar para convencerlos de luchar por una causa común. Muchos años de iniquidad y crueles batallas habían agotado su amor por el imperio. Ellos sólo deseaban que los españoles libertarios trajeran la justicia anhelada, en tanto que Pizarro separaba para sí espigas de maíz de oro, y bandejas y aves con el mismo metal de los jardines dorados del Cuzco para enviarlas al rey de España, reservándose para él la litera de oro de Atahualpa.
Después de la repartición, los aventureros cayeron en cuenta que demasiada riqueza era casi igual que la pobreza. Un par de botas costaba cincuenta pesos de oro. Y una hoja de papel para escribir a su madre, le costó a de Soto una libra de oro, ¡toda una libra!, que pagó entre juramentos. La primera inflación en el Nuevo Mundo.
Pizarro llenó la fórmula del pacto de rescate. Pero Atahualpa seguía preso en aquella tumba de piedra; con rabia y humillación confirmaba que había sido engañado. Los españoles discutieron que no podían liberarlo sin que decayera la razón de ser de la conquista. Atahualpa se había convertido en un gran problema.
Unos querían mandarlo a España junto con los que llevarían el quinto real.
Otros sugerían llevarlo hacia el Cuzco.
No pocos deseaban matarlo.
Hernando de Soto, Hernando Pizarro, Pedro de Candia, Antón de Carrión, Pedro de Ayala, Juan de Herrada y otros hidalgos, sostenían que era necesario enviarlo a España. El Cuzco no se tomó en cuenta como solución después de estudiar los riesgos. La opción de matarlo era aconsejada por Riquelme, Diego de Almagro y los suyos; el cura Valverde susurraba a los oídos de Pizarro la muerte de Atahualpa. Hernando Pizarro el viejo, que hacía mucho peso en la conciencia de su hermano, defendía la idea de mantenerlo con vida. Almagro, que le guardaba rencor desde que estuvieran en Panamá, encontró la manera de sacarlo del juego, y para lograrlo, el tuerto ponderó con hipocresía sus méritos de honradez y distinción, eligiéndolo como el más indicado para llevar el quinto real y los hermosos obsequios a España, y que por consiguiente, se le diera una porción mayor que a los otros capitanes. Era el único empujón que necesitaba Pizarro para deshacerse de su hermano. Lo enviaría a España con el oro de los incas.
Atahualpa lo supo de boca del mismo Hernando Pizarro.
—Capitán, cuando te vayas, tus compañeros me mandarán matar. El tuerto y el gordo —por Riquelme—, convencerán a tu hermano para que me mate. Lo sé. No vayas tú, capitán... —dijo el Inca con tristeza.
—No te preocupes señor. No partiré sin la promesa de Francisco de respetar tu vida.
Pero esas palabras no disiparon la desconfianza de Atahualpa. Hernando habló con su hermano, y se ofreció una vez más a llevar al Inca consigo a España, pero Francisco no accedió. Después de su partida, la conspiración contra el Inca Shyri arreció, implacable. Se esgrimieron los argumentos por parte de frailes y soldados: ofensa a Dios, prevaricaba Valverde; traición a los indios, acotaba Almagro. Y Felipillo echaba leña en esa hoguera. Hablaba de conversaciones sorprendidas a los indios, de conjuras para asaltar a los españoles; finalmente, ante la llegada de unos cuzqueños partidarios de Huáscar, denunció la existencia de un enorme plan para liberar al inca.
Ante una acusación así de concreta, Pizarro empezó a desconfiar de la pasividad de los indígenas. Su entendimiento basto y unilateral de soldado, no concebía cómo millares de hombres en su propia tierra, no tramasen algo para salvar a su rey y arrojar a los invasores de su suelo. Por último, en medio de su odio por Atahualpa, Felipillo inventó la historia: Atahualpa mandó matar a Huáscar. Pizarro recordó el as bajo la manga del que le hablara Hernando de Soto. Era el momento apropiado. Sin querer, de Soto había dado la clave para poder culpar al Inca de fratricida, además de idólatra, polígamo, y cuanta cosa el cura Valverde encontrara para hacerle parecer culpable. Pizarro lo envió a Hatunmayo para averiguar si era verdad la muerte de Huáscar, como decían los cuzqueños; de Soto partió a traer la prueba de la inocencia de Atahualpa sabiendo que ya Huáscar no estaba en esa zona. Había caído en su propia mentira, y no sabía exactamente dónde buscarlo. ¿Cómo encontrar pruebas de que estaba vivo?, se preguntaba.
Sin gente que le removiera la conciencia ni que estorbase en sus planes, Pizarro ordenó el proceso en contra del monarca del Tahuantinsuyu. Un juicio conformado por los «jueces» Pizarro y Almagro; el secretario era Sancho de Cuéllar. A un pequeño grupo de hidalgos descontentos por la actitud asumida por Pizarro, le permitió nombrar como defensor a Juan de Herrada. Los jueces no esperaron el regreso de Hernando de Soto para empezar el proceso.
Formalmente lo acusaron de: bastardo usurpador, asesino de su hermano. También de disipar las rentas del estado al empobrecer al reino con el pago de su rescate, por el delito de idolatría, por adúltero, por incitación a los pueblos a rebelarse contra España... pero el cura Valverde no podía perderse de un último discurso de odio irracional hacia Atahualpa, y saltó al precario estrado acusándolo de los peores crímenes, y citando los más lúgubres textos bíblicos pidió a gritos la muerte contra el salvaje; encarnación viviente del demonio porque se hacía idolatrar públicamente por su pueblo, y porque practicaba descaradamente uno de los pecados más horrendos: la poligamia.
El defensor Juan de Herrada invocó en vano a todas las leyes divinas y humanas a favor del Inca. Fue inútil que dijera que el único que tenía jurisdicción para juzgar a un rey vencido era el propio emperador de España. Juan de Herrada defendió con vehemencia la inocencia de un hombre que vivió de acuerdo con sus códigos, sin haber podido infringir leyes ni practicar religiones que no conocía. Pero la causa estaba juzgada de antemano. Atahualpa perdió el juicio.
En medio de la celebración en la escena montada por Pizarro, hizo aparición un grupo de indígenas azuzados por el indio Felipillo, que se acercó llorando al estrado para acusar a Atahualpa de haber mandado asesinar a su hermano en el río Anyamarca, con la escolta que lo conducía. Justo lo que el conquistador esperaba. Las fórmulas fueron llenadas y Pizarro y Almagro condenaron al Inca Shiry a ser quemado vivo, a menos que se convirtiera al cristianismo, en cuyo caso le sería conmutada la pena por la muerte al garrote.
Es ahí, cuando Atahualpa pidió hablar. Todos en el recinto quedaron en silencio. El Inca Shyri se puso de pie y caminó hacia el centro. Con voz serena sabiendo ya su destino, se dirigió a Pizarro:
—Es a ti, extranjero, a quien recibí como un amigo, que dirijo estas palabras: no he cometido más faltas que las que ustedes han cometido con mi pueblo. Yo los acuso de traidores, mentirosos, ladrones, idólatras, porque andan por ahí «bautizando» con un libro y una cruz... un dios que es el símbolo del ultraje y la mentira, porque en su nombre hacen toda esta mentira en mi contra, ¿dicen que soy polígamo? Estoy cansado de escuchar esa palabra. Sin embargo, ustedes han tomado las mujeres que han querido y deseado, y no son acusados de nada. Me han engañado y yo soy al que culpan. ¿Cómo pueden ser tan hipócritas? Y tú... —señalando al cura—, ¿cómo sé que no eres un polígamo? Te he visto mirando con deseo a mis mujeres... y ellas me han contado que las has acariciado cuando les propagabas tu fe. Tú, que representas a ese dios que dice que son pecados las cosas buenas como el tener los deseos de estar con una mujer. ¿Cómo lo llamas?: «Lujuria». Dime, cura Valverde. ¿Cómo fue que viniste al mundo? ¿Acaso tu padre no deseó a tu madre?
Valverde lívido, gritó:
—¡Blasfemia! ¡Este hombre personifica a Satanás! No tiene derecho a hablar... ¡Callad, os lo ordeno!
—Tú no me puedes ordenar nada. Yo soy el rey de este imperio, ¡soy el emperador del Tahuantinsuyu! —contestó Atahualpa con la impavidez de quien sabe que morirá, dijera lo que dijese—. Ahora desean quemarme vivo, para que no queden rastros de mí en esta, mi tierra, y no pueda ir a reunirme con mi dios Inti. Si de eso se trata, cura Valverde, bautízame para cumplir con tus ritos. Te lo ordeno. Prefiero morir con el garrote.
Un pesado silencio se cernió en la sala. El rostro de Valverde refulgía congestionado por la ira. Almagro deseaba que terminase aquella farsa. Pizarro con los ojos clavados en el suelo. El defensor con los ojos empañados. Atahualpa de pie en medio del recinto personificaba la imagen de la dignidad. Su hermoso rostro de mirada impasible, surcado de las primeras arrugas, reclamaba justicia, mientras en su fuero interno comprendía por primera vez a los runas del imperio.
—Es un hereje... —se atrevió a murmurar Valverde.
Ya nadie lo escuchaba.
—Como ya no me queda nada más por hacer en esta tierra, te haré una última petición, a ver si puedes cumplirla —dijo el Inca sin hacer caso del cura, dirigiéndose a Pizarro—: Cuida de mis hijos, mujeres y parientes.
—Lo prometo —respondió Pizarro, tratando de salvar en algo su honra. Luego agregó—: No fue nuestra la culpa que vuestro pueblo no os haya apoyado... esta guerra la gané en buena lid.
—Usos son de la guerra, vencer y ser vencidos... —Concluyó Atahualpa. Reprimiendo un suspiro, quedó en silencio.
Aquella misma noche Atahualpa fue bautizado con el nombre de José Francisco mientras invocaba en silencio a Inti y Huiracocha. El cura Valverde apelaba a voces a Dios y Jesucristo en tanto que vertía el agua bendita y la pena de garrote aguardaba a un lado.
Atahualpa respiró por última vez el veintiséis de julio de mil quinientos treinta y tres de la era del Señor.
B. Miosi
Es probable que haya partes que no se comprendan del todo, es debido a que pueden aparecer fuera del contexto de la historia, es un fragmento del capítulo de una novela que estoy terminando de corregir.
Después de la repartición, los aventureros cayeron en cuenta que demasiada riqueza era casi igual que la pobreza. Un par de botas costaba cincuenta pesos de oro. Y una hoja de papel para escribir a su madre, le costó a de Soto una libra de oro, ¡toda una libra!, que pagó entre juramentos. La primera inflación en el Nuevo Mundo.
Pizarro llenó la fórmula del pacto de rescate. Pero Atahualpa seguía preso en aquella tumba de piedra; con rabia y humillación confirmaba que había sido engañado. Los españoles discutieron que no podían liberarlo sin que decayera la razón de ser de la conquista. Atahualpa se había convertido en un gran problema.
Unos querían mandarlo a España junto con los que llevarían el quinto real.
Otros sugerían llevarlo hacia el Cuzco.
No pocos deseaban matarlo.
Hernando de Soto, Hernando Pizarro, Pedro de Candia, Antón de Carrión, Pedro de Ayala, Juan de Herrada y otros hidalgos, sostenían que era necesario enviarlo a España. El Cuzco no se tomó en cuenta como solución después de estudiar los riesgos. La opción de matarlo era aconsejada por Riquelme, Diego de Almagro y los suyos; el cura Valverde susurraba a los oídos de Pizarro la muerte de Atahualpa. Hernando Pizarro el viejo, que hacía mucho peso en la conciencia de su hermano, defendía la idea de mantenerlo con vida. Almagro, que le guardaba rencor desde que estuvieran en Panamá, encontró la manera de sacarlo del juego, y para lograrlo, el tuerto ponderó con hipocresía sus méritos de honradez y distinción, eligiéndolo como el más indicado para llevar el quinto real y los hermosos obsequios a España, y que por consiguiente, se le diera una porción mayor que a los otros capitanes. Era el único empujón que necesitaba Pizarro para deshacerse de su hermano. Lo enviaría a España con el oro de los incas.
Atahualpa lo supo de boca del mismo Hernando Pizarro.
—Capitán, cuando te vayas, tus compañeros me mandarán matar. El tuerto y el gordo —por Riquelme—, convencerán a tu hermano para que me mate. Lo sé. No vayas tú, capitán... —dijo el Inca con tristeza.
—No te preocupes señor. No partiré sin la promesa de Francisco de respetar tu vida.
Pero esas palabras no disiparon la desconfianza de Atahualpa. Hernando habló con su hermano, y se ofreció una vez más a llevar al Inca consigo a España, pero Francisco no accedió. Después de su partida, la conspiración contra el Inca Shyri arreció, implacable. Se esgrimieron los argumentos por parte de frailes y soldados: ofensa a Dios, prevaricaba Valverde; traición a los indios, acotaba Almagro. Y Felipillo echaba leña en esa hoguera. Hablaba de conversaciones sorprendidas a los indios, de conjuras para asaltar a los españoles; finalmente, ante la llegada de unos cuzqueños partidarios de Huáscar, denunció la existencia de un enorme plan para liberar al inca.
Ante una acusación así de concreta, Pizarro empezó a desconfiar de la pasividad de los indígenas. Su entendimiento basto y unilateral de soldado, no concebía cómo millares de hombres en su propia tierra, no tramasen algo para salvar a su rey y arrojar a los invasores de su suelo. Por último, en medio de su odio por Atahualpa, Felipillo inventó la historia: Atahualpa mandó matar a Huáscar. Pizarro recordó el as bajo la manga del que le hablara Hernando de Soto. Era el momento apropiado. Sin querer, de Soto había dado la clave para poder culpar al Inca de fratricida, además de idólatra, polígamo, y cuanta cosa el cura Valverde encontrara para hacerle parecer culpable. Pizarro lo envió a Hatunmayo para averiguar si era verdad la muerte de Huáscar, como decían los cuzqueños; de Soto partió a traer la prueba de la inocencia de Atahualpa sabiendo que ya Huáscar no estaba en esa zona. Había caído en su propia mentira, y no sabía exactamente dónde buscarlo. ¿Cómo encontrar pruebas de que estaba vivo?, se preguntaba.
Sin gente que le removiera la conciencia ni que estorbase en sus planes, Pizarro ordenó el proceso en contra del monarca del Tahuantinsuyu. Un juicio conformado por los «jueces» Pizarro y Almagro; el secretario era Sancho de Cuéllar. A un pequeño grupo de hidalgos descontentos por la actitud asumida por Pizarro, le permitió nombrar como defensor a Juan de Herrada. Los jueces no esperaron el regreso de Hernando de Soto para empezar el proceso.
Formalmente lo acusaron de: bastardo usurpador, asesino de su hermano. También de disipar las rentas del estado al empobrecer al reino con el pago de su rescate, por el delito de idolatría, por adúltero, por incitación a los pueblos a rebelarse contra España... pero el cura Valverde no podía perderse de un último discurso de odio irracional hacia Atahualpa, y saltó al precario estrado acusándolo de los peores crímenes, y citando los más lúgubres textos bíblicos pidió a gritos la muerte contra el salvaje; encarnación viviente del demonio porque se hacía idolatrar públicamente por su pueblo, y porque practicaba descaradamente uno de los pecados más horrendos: la poligamia.
El defensor Juan de Herrada invocó en vano a todas las leyes divinas y humanas a favor del Inca. Fue inútil que dijera que el único que tenía jurisdicción para juzgar a un rey vencido era el propio emperador de España. Juan de Herrada defendió con vehemencia la inocencia de un hombre que vivió de acuerdo con sus códigos, sin haber podido infringir leyes ni practicar religiones que no conocía. Pero la causa estaba juzgada de antemano. Atahualpa perdió el juicio.
En medio de la celebración en la escena montada por Pizarro, hizo aparición un grupo de indígenas azuzados por el indio Felipillo, que se acercó llorando al estrado para acusar a Atahualpa de haber mandado asesinar a su hermano en el río Anyamarca, con la escolta que lo conducía. Justo lo que el conquistador esperaba. Las fórmulas fueron llenadas y Pizarro y Almagro condenaron al Inca Shiry a ser quemado vivo, a menos que se convirtiera al cristianismo, en cuyo caso le sería conmutada la pena por la muerte al garrote.
Es ahí, cuando Atahualpa pidió hablar. Todos en el recinto quedaron en silencio. El Inca Shyri se puso de pie y caminó hacia el centro. Con voz serena sabiendo ya su destino, se dirigió a Pizarro:
—Es a ti, extranjero, a quien recibí como un amigo, que dirijo estas palabras: no he cometido más faltas que las que ustedes han cometido con mi pueblo. Yo los acuso de traidores, mentirosos, ladrones, idólatras, porque andan por ahí «bautizando» con un libro y una cruz... un dios que es el símbolo del ultraje y la mentira, porque en su nombre hacen toda esta mentira en mi contra, ¿dicen que soy polígamo? Estoy cansado de escuchar esa palabra. Sin embargo, ustedes han tomado las mujeres que han querido y deseado, y no son acusados de nada. Me han engañado y yo soy al que culpan. ¿Cómo pueden ser tan hipócritas? Y tú... —señalando al cura—, ¿cómo sé que no eres un polígamo? Te he visto mirando con deseo a mis mujeres... y ellas me han contado que las has acariciado cuando les propagabas tu fe. Tú, que representas a ese dios que dice que son pecados las cosas buenas como el tener los deseos de estar con una mujer. ¿Cómo lo llamas?: «Lujuria». Dime, cura Valverde. ¿Cómo fue que viniste al mundo? ¿Acaso tu padre no deseó a tu madre?
Valverde lívido, gritó:
—¡Blasfemia! ¡Este hombre personifica a Satanás! No tiene derecho a hablar... ¡Callad, os lo ordeno!
—Tú no me puedes ordenar nada. Yo soy el rey de este imperio, ¡soy el emperador del Tahuantinsuyu! —contestó Atahualpa con la impavidez de quien sabe que morirá, dijera lo que dijese—. Ahora desean quemarme vivo, para que no queden rastros de mí en esta, mi tierra, y no pueda ir a reunirme con mi dios Inti. Si de eso se trata, cura Valverde, bautízame para cumplir con tus ritos. Te lo ordeno. Prefiero morir con el garrote.
Un pesado silencio se cernió en la sala. El rostro de Valverde refulgía congestionado por la ira. Almagro deseaba que terminase aquella farsa. Pizarro con los ojos clavados en el suelo. El defensor con los ojos empañados. Atahualpa de pie en medio del recinto personificaba la imagen de la dignidad. Su hermoso rostro de mirada impasible, surcado de las primeras arrugas, reclamaba justicia, mientras en su fuero interno comprendía por primera vez a los runas del imperio.
—Es un hereje... —se atrevió a murmurar Valverde.
Ya nadie lo escuchaba.
—Como ya no me queda nada más por hacer en esta tierra, te haré una última petición, a ver si puedes cumplirla —dijo el Inca sin hacer caso del cura, dirigiéndose a Pizarro—: Cuida de mis hijos, mujeres y parientes.
—Lo prometo —respondió Pizarro, tratando de salvar en algo su honra. Luego agregó—: No fue nuestra la culpa que vuestro pueblo no os haya apoyado... esta guerra la gané en buena lid.
—Usos son de la guerra, vencer y ser vencidos... —Concluyó Atahualpa. Reprimiendo un suspiro, quedó en silencio.
Aquella misma noche Atahualpa fue bautizado con el nombre de José Francisco mientras invocaba en silencio a Inti y Huiracocha. El cura Valverde apelaba a voces a Dios y Jesucristo en tanto que vertía el agua bendita y la pena de garrote aguardaba a un lado.
Atahualpa respiró por última vez el veintiséis de julio de mil quinientos treinta y tres de la era del Señor.
B. Miosi
Es probable que haya partes que no se comprendan del todo, es debido a que pueden aparecer fuera del contexto de la historia, es un fragmento del capítulo de una novela que estoy terminando de corregir.
Buen texto.
ResponderEliminarNo deja de ser curioso para mí el ver la Historia (siempre escrita por los que vencen) de éste lado, en la península ibérica. Y máxime en Sevilla, sede el Archivo de Indias y Puerta al Nuevo Mundo. Pizarro (como Cortez y los otros), han sido durante siglos héroes nacionales en España (Igual que Francis Drake en el Inglaterra o el general Custer en EEUU). Incluso a pesar de que la catadura moral de todo conquistador deje bastante que desear en cualquier época o territorio.
Actualmente, no se endiosa a los conquistadores de América. A partir de la Exposición Universal de 1992, que recibió muchas criticas de indigenistas y estudiosos del tema, oficialmente se pasa de puntillas sobre el tema. Casi parece que Pizarro y Cortes fueron allí a enseñar castellano, comprar papas y regalar tarros de viruela. Por eso es necesario libros como este del que rescatas un capítulo: hay que recordar lo más negro del ambioso corazón humano. Para tenerlo presente, para no olvinarnos de dónde venimos y de lo que -nos guste o no- somos herederos.
Mira, Blanca, sólo te voy a decir una cosa: en cuanto esté el libro en la calle, porque lo va a estar, avísa. Este no me lo pierdo.
ResponderEliminarSi todo él es como este fragmento, vas a romper el molde.
Un abrazo!
Por suerte han pasado ya muchos años de todo aquello, y creo que el tiempo va cerrando heridas.
ResponderEliminarQue el 12 de octubre sea un día de encuentro entre los pueblos.
Nos vemos
Blanca:
ResponderEliminarHasta el día de hoy, este blog me era por completo desconocido. Había entrado, eso sí, a aquel de La búsqueda, en el cual, dicho sea de paso, hoy tuve el placer de leer una crítica interesantísima que posteaste ahí mismo. Por supuesto: me dieron muchas ganas de leer tu libro.
Pero en cuanto a este blog, recién estuve leyendo algunos artículos y me regocijé al encontrarlo tan bien escrito, tan -digámosle- profesional.
Quiero felicitarte y quiero desearte mucha, pero mucha suerte con esta nueva novela que estás emprendiendo. Y eso sí: esa foto en blanco y negro está muy bien. Pero yo creo que te merecés también el resto de los colores.
Te mando un fuerte abrazo.
Pablo.
Vitolink: El propósito del post con un fragmento de mi novela no tiene por objeto cuestionar la posición de uno u otro bando. Quise colgarlo porque estamos cerca del "Día de la Hispanidad", el 12 de Octubre. La novela en realidad, trata en gran parte de la historia del Imperio Incaico.
ResponderEliminarPor supuesto, no podía dejar pasar la parte de la conquista española.
Por aquí se quiere mucho a los españoles, espero que por allá suceda lo mismo con los americanos.
Un abrazo,
Blanca
Teo, muchísimas gracias por tus palabras, más viviendo de un escritor como tú, me haces sentir... en el cielo.
ResponderEliminarUn abrazo,
Blanca
Miguel, pasé por tu blog y te dejé un mensaje.
ResponderEliminarGracias por comentar.
Blanca
Pablo, gracias por tu visita, valiosa para mí, pues siempre tomo en cuenta tus opiniones.
ResponderEliminarY gracias también por tus palabras, me agrada que encuentres el blog interesante, en cuanto a la foto, jaja, tengo otra a colores, pero está en la pestaña de la novela!
Otro fuerte abrazo pra ti,
Blanca
He estado repasando tu obra. Veo que tu mayor interés está en la novela histórica. Si es por gustos, no es mi género predilecto, aunque admiro el esfuerzo de los escritores que pueden meterse en una época y bucear en ella, describirla, explicarla a través de los personajes. Y en cuanto a este fragmento, el tema es apasionante. ¿Leíste al Inca Garcilaso? Un abrazo.
ResponderEliminarDiego: tengo tres novelas históricas, pero escribo también otro tipo de novelas. Leí a Garcilazo, claro, leí a cuanto cronista encontré, jaja,
ResponderEliminarmuchas gracias por pasar y dejarme tu opinión.
Un abrazo
Soberbio, Blanca, como todo lo que escribes. Casi se puede escuchar al frailuco Valverde vociferando la ira del señor. Frailes, guerreros, gobiernos, reyes, y todo un pueblo, al servicio de una gran causa: el saqueo sistemático de todo el oro que se pudiera cruzar en el camino, aunque para ello tuviera que ecabarse con una raza entera. Ni españoles, ni ingleses, ni holandeses, ni portugueses, ni la ávida madre que los parió a todos. Si el mundo está como está, se debe en gran parte a aquellas enormes "ansias civilizadoras". No tiene nada que ver que hoy en día se nos quiera a los españoles, o que nosotros queramos a los de allá. Ni aquellos españoles ni aquellos incas tenían nada que ver, por suerte, con lo que somos hoy.
ResponderEliminarYo también me apunto a que me avises cuando salga la novela, Blanca. Me entusiasma tanto el tema como la forma en que lo enfocas.
Un fuerte abrazo, y suerte con la novela, aunque no la vas a necesitar, porque tocará la gloria con los dedos por sí sola
Félix
Querido Félix, muchas gracias por tus amables palabras. Tengo mis propias ideas acerca de las conquistas. No sé a qué viene tanto remilgo ahora con la conquista de América, si todos los pueblos fueron producto de conquistas desde principios de los tiempos... Lo hizo Alejandro, el imperio romano, y una larga lista de conquistadores por antonomasia.
ResponderEliminarYo la veo como una fusión de culturas. Pero me gusta contar... y la historia tiene mucho que decir.
Un abrazo, amigo,
Blanca
Hola Blanca,
ResponderEliminarComo muy bien dices el fragmento de la novela es inconcluso y resume (de forma genial) uno de los periodos mas tristes de America.
Digo inconcluso porque no adivino si El Oro de los Incas parte de ese momento o bien concluye en el, algo que nos obligara a comprar la novela en cuanto Roca se lance con ella.
El estilo es mas cercano al ensayo que a la novela, pero las cuñas de los dialogos son espectaculares y le dan la fuerza que quiza el relato puro no consiguiera tener. Me explico, a mi me gustan las novelas "cinefilas", las que se siguen como una pelicula, y para eso es indispensable unos buenos dialogos.
El vocabulario es excelso, y eso es algo que me agrada sobremanera. No hay "...mentes" ni "...endos" que tanto empobrecen el texto.
Te felicito con toda sinceridad. El lunes proximo justamente viajo para mi querido Cusco y tus letras me han anticipado un poco del plato que volvere a probar, papas, tristeza, frio y espectacularidad que se mete por cada poro del cuerpo y los sentimientos.
Muchas gracias por colgar este fragmento, "friso", como decimos en catalan, por el texto completo.
Un beso desde Dominicana,
Jordi.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarHola Jordi!
ResponderEliminarAgradezco un comentario tan profesional, bueno, no podría esperar menos de un escritor como tú.
Es un fragmento de un capítulo, y creo que una de las partes menos dialogadas. Lo seleccioné en referencia al 12 de octubre.
No sé si Roca llegará a publicarla, todo dependerá de mi agente. Por ahora acabo de entregarle "El legado", espero que pronto estará en las librerías.
Un beso y gracias por visitarme!
Blanca