El consejero
La casa en la colina parecía una silueta oscura sobre el fondo del cielo gris de invierno. Al verla de lejos no se apreciaba bien su arquitectura; de cerca parecía un laberinto, como si al construirla hubiesen ido cambiando constantemente de idea, agregando un nuevo cuarto, un desnivel con otra ventana, una chimenea o una escalera por fuera. Era tan complicada que a primera vista no se podía saber cuántos pisos tenía. Tres o cuatro, quizás cinco. Mas la buhardilla y el sótano. Porque un sótano en una casa así era inevitable.
Hacía casi un siglo había quedado deshabitada y estaba en tal estado de abandono que sólo servía para formar parte ineludible del paisaje de aquella comarca donde la lluvia y la bruma reinaban casi permanentemente. Las ventanas fuera de sus marcos colgaban y batían al viento, dando la sensación de que la casa estuviera viva. Los lugareños tenían la costumbre de inventar historias en torno a ella, y no habiendo diversión en las noches, se juntaban en la taberna para hablar de sus antiguos moradores. Pasar la noche en aquella casa se consideraba un acto de valentía y hubo una época en la que se hacían apuestas para ver quién se atrevía; una costumbre que abandonaron con el tiempo pues decían que al hospital psiquiátrico que se hallaba en las cercanías habían ido a parar varios que osaron pernoctar en ella.
Cuando el doctor Leight llegó al pueblo y en la taberna se enteraron que era un psiquiatra, supieron de inmediato que trabajaría en el manicomio Saint Thomas. —¿Dónde más podría trabajar un loquero?—, se preguntaban. Y el doctor Leight les dio la razón. Era el nuevo director. Alto y flaco, de mirada penetrante y cejas oscuras, solía vestir de corbata aún sin salir de casa y siempre llevaba guantes negros. Podría rondar la cincuentena por la agilidad de sus movimientos, pero su rostro surcado de arrugas hacía dudarlo.
Tres meses después de instalarse en el pueblo era cliente asiduo de la taberna los sábados, y la gente empezaba a tomarle confianza. Se enteraron de que había aceptado trabajar en el hospital exclusivamente con las personas que parecían afectadas por haber dormido en la casa abandonada, y entonces los del pueblo empezaron a saturarlo de historias. Y fue cuando empezó a dar consejos. La taberna se convirtió en una especie de consulta psiquiátrica, la gente contaba sus temores y él la escuchaba. Uno le confesó su sueño: deseaba conocer aquella casa por dentro, pero tenía miedo. El doctor Leight alzó un dedo de su enguantada mano de negro y puso especial énfasis en que para dejar los miedos había que enfrentarlos.
El hombre lo hizo sin dar aviso, no quería intrusos ni tampoco crear expectativa. La incursión la realizó de día, no por miedo a los fantasmas; se convenció de que deseaba ver con claridad. Se hablaba de que el peligro estaba por las noches.
Después de almuerzo caminó desde el pueblo a buen paso, más o menos dos millas hasta la casa abandonada, sólo al llegar a la colina empezó a sentir cansancio, la cuesta, más empinada de lo que aparentaba hacía difícil la subida. Se detuvo un par de veces para coger aire y prosiguió hasta llegar a la puerta principal. No tuvo necesidad de usar el pomo. La puerta no estaba cerrada, la empujó y sintió un chirrido acongojado, tal como se lo había imaginado. Lo primero que vio al entrar fue el piso cubierto por antiguas baldosas. Se podía apreciar su belleza a pesar del polvo y la suciedad de tantos años. Los pocos muebles parecían haber sido objeto de vandalismo, un sofá con la tapicería rota mostrando por partes el relleno y los resortes; una pequeña mesa arrumada por la falta de una pata, algunos pedazos de porcelana esparcidos por doquier, parecían pertenecer a jarrones o adornos. Siguió caminando y fijó la vista en el techo. Extraño —pensó—, hubiera jurado que encontraría un techo más bajo. Una escalera a la izquierda invitaba a subir, era de madera y parecía poder soportar su peso. Comprobó su solidez con cuidado y se atrevió a ascender evitando pisar el centro. Sintió la reciedumbre del material noble y tomó confianza, al llegar al siguiente piso, un descansillo con una ventana le dio la bienvenida, trató de imaginar en qué lugar de la casa estaría si viese desde afuera, pero le fue imposible. El descansillo servía de distribución hacia otras escaleras, sorprendentemente una iba hacia abajo, sin contar la que acababa de usar, y otra, tres escalones hacia arriba. También había una escalera en forma de caracol. Creyó entender por qué desde afuera tenía esa extraña forma, de amontonamiento, como si fuese una masa informe de construcciones hechas en momentos diferentes y bajo criterios insospechados. Escogió la de los tres escalones, le parecía menos riesgosa. Al abrir la puerta se encontró en una habitación desnuda. Las paredes tenían papel tapiz de rayas verdes y rosas amarillas, todo muy viejo y desprendido, como el resto de la casa. Con sorpresa vio en el mismo cuarto otros cuatro escalones que bajaban; descendió, abrió la puerta y comprobó que daba a un balcón. No recordaba haber visto un balcón desde afuera. Era un hermoso balcón. La hiedra subía por las paredes y se posesionaba de la baranda, lo más llamativo era que la vista no era la que hubiese esperado. Era una vista preciosa, colinas de verde prado se perdían en el horizonte, el hospital Saint Thomas no aparecía por el lugar donde esperaba verlo, tampoco reconocía el cielo, tan azul y tan límpido, que provocaba extasiarse recibiendo los rayos tibios de un sol de primavera. Comprendió al doctor cuando le dijo que los miedos había que enfrentarlos. Se sentía tranquilo, satisfecho de saciar la curiosidad que lo había corroído desde que tenía memoria.
Pero su intención era conocer toda la casa. Regresó sobre sus pasos al descansillo inicial y escogió esta vez la escalera de caracol. Con dificultad trepó por los peldaños de metal hasta llegar a una angosta puerta cuya perilla era de bronce y tenía el aspecto de la cabeza de un caballo que al mismo tiempo parecía un perro. Al ingresar a la habitación comprobó que además de estar tan desvencijada como todo el resto, existía un viejo baúl en un rincón. Fue directamente a la ventana y vio el hospital, un poco diferente a como lo veía normalmente, pero dado que allí nada parecía igual a como se pensaba dejó de asombrarse. Lo esperaba el baúl. Un velado temor se cernió sobre él, pero pensó que era irracional. Avergonzado por su actitud levantó de golpe la tapa y se dio con la sorpresa de que estaba vacío. Sonrió aliviado ¿qué había pensado encontrar?, se preguntó. Volvió a cerrarlo y notó que era bastante pesado cuando quiso hacerlo a un lado para poder abrir la pequeña puerta de un gabinete que estaba detrás. El baúl no se movía. Se olvidó del gabinete y toda su atención se centró en el pesado baúl, lo volvió a abrir. No comprendía por qué era tan pesado. Se le ocurrió que podría estar pegado al piso. Sacó una navaja suiza que siempre llevaba consigo y la pasó entre el suelo y el baúl comprobando que no había pegamento. Hizo de nuevo el intento de moverlo, cerró la tapa y vio por detrás aunque no pudo vislumbrar mucho, pues estaba muy pegado a la puerta del gabinete. Volvió a abrirlo y estudió el fondo. Estaba casi al mismo nivel que el piso. O sea, no tenía doble fondo. Examinó el material. Era de madera. Al raspar la madera salió una viruta con facilidad. También salió una gota de sangre.
Dio un respingo hacia atrás. Luego se acercó con cautela y examinó la superficie raspada. Si no era sangre era un líquido muy parecido. Estuvo varias horas dando vueltas al asunto; obsesionado con el baúl, lo raspó en varias partes siempre con el mismo resultado, ya su camisa tenía manchas de sangre, sus pantalones, sus manos, el suelo cubierto de polvo formaba charcos de barro con sangre. Finalmente se dio por vencido. Había oscurecido y deseaba salir de la casa. Dando un suspiro de desaliento enfiló hacia la puerta del cuarto y volvió al descansillo, pero por la ventana que le había dado la bienvenida a la parte alta no entraba luz. Había anochecido. Empezó a invadirle el terror; en la penumbra trató de ubicar la escalera por donde había subido, pero sin éxito. No lo podía creer. Estaba encerrado en esa maldita casa, y las puertas que quedaban sólo lo llevaban a cuartos sin salida. Un rumor al que no había prestado suficiente atención empezó a sonar cada vez más nítido, parecía un lamento, un llanto, algo que hería sus oídos, por momentos parecía estar escuchando música sacra con un coro, y en otros sugería un órgano cuyas notas divagaban en acordes de un Miserere deformado. Empezó a escuchar sus propios latidos confundidos con aquellos lamentos, y con cada latido el llanto quedo se hacía más doloroso. Se llevó las manos ensangrentadas al rostro y se cubrió la cara y los oídos, no quería oír más. Un olor putrefacto inundó su olfato, carne podrida, descompuesta: olor a muerto, reconoció de inmediato. Miró sus manos, la carne se desprendía, de ahí provenía el hedor. Escuchó transformarse el llanto en risa queda, que poco a poco se convirtió en carcajada, no sabía si eran las suyas o las de... ¿Quién? o ¿Qué? Y comprendió todo. Había matado al baúl. Sí, eso era, había matado al baúl, y la casa se vengaba de él. Fue como si al tomar conciencia de la realidad, la escalera hubiera deseado aparecer. En cuanto la vio se lanzó por ella y atravesó la sala corriendo, haló el pomo con lo que quedaba de sus manos y corrió en dirección al pueblo.
—Asesiné al baúl, por eso mis manos se están pudriendo... —gimió al entrar a la taberna. Los hombres miraban sus manos. Estaban perfectas. —La casa se vengó, miren mis manos, ¿las pueden oler? La casa está maldita, yo maté al baúl...
Un paciente más para el hospital Saint Thomas -pensó el doctor Leight oyendo al desgraciado. Miró sus guantes negros, y se alegró de que sus manos ya se hubiesen curado.
B. Miosi
Un relato perfecto,eres una maestra en cuanto a describir se trata. He visualizado la casa como si hubiese entrado en ella, incluso he podido sentir el miedo del protagonista.
ResponderEliminarMe encantó, y el final... sorprendente jaja, el mayor loco, el loquero.
Besos.
Blanca...
ResponderEliminarAbsolutamente fuera de contexto respecto de tu post, te cuento algo, una de mis tías, hermana de mi madre, con la que mas he compartido vivencias de pequeño, se llamaba como tu, Blanca, para mi, mi querida TIA BLANCA.
Ahora de lleno a tu relato...
El terror es un complejo genero de las letras, hay que desarrollar muy bien las imagenes para que el lector pueda sentirse vivo en ellas, casas con enigmas fantasmales, sitios con meteorología exótica y dura, susurros y chillidos indefinidos, mutaciones corpóreas, y mil elementos así construyen una buena historia de terror, y tu trabajaste con esos materiales de forma espléndida.
Tu "El conjerero" me gustó, pude sentirme dentro de la casa, llegué a pensar cual seria la escalera seleccionada por mi, y te digo mas, hasta he buscado en mi imaginacion el por que de la inmovilidad del viejo baúl.
Muy bueno, Blanca. Muy Bueno !!!
Quedo así a la espera de tu próxima entrega y te envío mi afecto desde esta lejana tierra nor-africana.
Carlos Hugo Becerra
Telepatía !!!
ResponderEliminarQue bien !!!
Nos cruzamos en el ciberespacio...
...tu me leías a mi en el mismo instante en que yo te leía a ti.
Por supuesto tu post mucho mas valioso que el mio !!!
Cariños.
CHB
¡Fantástico! Blanca....Inquietante, original....estremecedor....Carne de gallina....Besos
ResponderEliminarSe me parece un poco al realismo mágico de García Márquez, lo tuyo en una casita del campo y lo suyo en el pueblito de Macondo.
ResponderEliminarTiene de todo este relato, me gusta mucho tu estilo.
Un saludo.
Jé! El típico caso que va de uno a otro , no? Para curarse uno, ha de enfermar el otro. Con el tiempo regresa al pueblo disfrazado de siquiatra y...
ResponderEliminarMuy bueno, Blanca.
Un beso,
El Thriller fluye como agua en tus dedos querida amiga.
ResponderEliminar¿Te imaginas pasar una semana en esa casa? Terminarías pagando una fortuna en el psiquiatra.
Me encantó.
Un beso,
Daniel DC
GUAU! ya pensaba que me iba a quedar en la casa para toda mi vida.
ResponderEliminarMe parecia que era yo la que había entrado. Perfecto, la he visto tal como pretendías.A medida que he ido leyendo, se ha apoderado de mi el pánico. Buena historia para no dormir, te felicito. Te mando un besote, hasta la próxima.
¡Ostras! ¡guau! ¡me has asustado!
ResponderEliminarMIGUEL
Veo que dominas todo tipo de géneros, Blanca. Un relato fascinante, sin duda alguna.
ResponderEliminarUn placer poder seguir leyendo esas pequeñas joyas que nos regalas.
Saludos.
Excelente Blanca.
ResponderEliminartus cuentos siempre me llenan de arte, este en especial es muy interesante y tiene suspenso.
(Ando media desparecida porque estoy estudiando)
Me encantó el relato, creás unos climas magistrales, me creí todo, y el final no me lo esperaba. Maravilloso! Que bien escribís Blanca, vaya novedad!
ResponderEliminarBESOTES HERMOSA.
Ja,ja... Blanca me ha gustado mucho, por momentos me ha recordado los episodios de suspense "de Alfred Hitchcock presenta"... Podrías ser un capítulo de una serie de miedo, digno de verse a oscuras una noche de lluvia... ¡Magnífico relato, eres una maestra!
ResponderEliminarUn besote.
Muchísimas gracias, amigos, por todos sus comentarios, un abrazo a cada uno, muy, muy fuerte!!
ResponderEliminarBlanca
Muy bueno el relato o primer capitulo de novela, guardas la intriga hasta el final y su lectura es muy fluida, el texto está escrito con mucha limpieza. Me ha gustado mucho como enlazas las frases unas con otras y tus descripciones.
ResponderEliminarHe disfrutado leyéndote. Está muy bien conseguido.
Abrazos
¡Increíble! Pensé que no volvería a leerlo… tengo este cuento grabado en la memoria, Blanca, de allá, las viejas épocas de BV. Si no fue el primero que leí tuyo, ha sido el segundo, sospecho. Me quedó impreso el terror puro de esa casa y el parlamento final, con el doctor y sus guantes negros. De tus mejores cuentos “de terror”, sin duda. La atmósfera que se crea, el enigma del doctor ya planteado como tal en el inicio pero recién resuelto al final, y resuelto de tal forma que cierra el cuento de una forma circular. Cualquier otro final en el que el médico no pensara en las heridas de su propia mano… creo que no tendría la misma solidez.
ResponderEliminarUn placer el haber vuelto a asustarme con él, jejejeje.
Cariños,
Esther
Gracias Marien!
ResponderEliminarMe encanta que te haya gustado este cuento que está entre el isterio y la locura.
Un beso,
Blanca
Blanca, por fin saqué un tiempito para leer tu cuento y no sabes cuánto me alegro ya que me ha gustado muchísimo.
ResponderEliminarTu maestría al describir tan perfectamente todo hizo que me metiera de lleno en esa casa. Puede mirar por las ventanas, subir por las escaleras, empujar el baúl y sentir el pánico de aquel hombre.
Matar el baúl, nunca lo hubiera imaginado... ¡buenísimo!
El final, fantástico!!!! me enloqueció, jaja
Un abrazo grande
Conchi Moral
Excelente cuento, y muy bien escrito. Me sentí dentro de la casona. El final, como siempre, sorprendente. Tu pluma cada día está mejor.
ResponderEliminarCariños,
Venator
Grcias, conchi, Venator, me satisface que les haya gustado,
ResponderEliminarBesos!