Antón Chéjov, maestro de los cuentos
Antón Pávlovich Chéjov nació en 1860 en Tangarog, una ciudad a orillas del mar de Azov, donde su padre tenía una tienda de ultramarinos. Su abuelo, que había sido un siervo que logró rescatar su libertad, se apellidaba Chej. A partir de allí el apellido primitivo de la familia se convirtió en Chéjov.
¿Por qué hablo hoy de Chéjov? En realidad tenía que hacerlo desde hace un tiempo.
Los consejos de grandes escritores siempre me remitían a Chéjov: «Lea a Chéjov», era la clave, y aunque yo había leído un par de sus cuentos en Ciudad Seva, (donde pueden encontrar una veintena de sus cuentos) no lograba dilucidar en qué consistía la perfección de su arte.
Un buen día buscando algo qué leer, me topé con un pequeño libro; pertenecía a una colección de grandes cuentistas, editada por Salvat. Fue una agradable sorpresa conseguir de esa manera los cuentos extraordinarios de Poe, de Bécker y por supuesto, de Chéjov.
Tras un prólogo interesantísimo por medio del cual me enteré un poco acerca de su peculiar vida, leí sus cuentos, no todos, pero creo que los más característicos de su pluma:
La sala número seis, Vecinos, Un asesinato, Ladrones, Cirugía, Kashtanka, La boticaria, Una corista, Zinochka, el camaleón, entre otros. Me perdonan si no pongo los enlaces, pero extraje los títulos del libro, publicado en 1970. Una verdadera delicia.
Se dice de sus cuentos que son pequeñas estampas magistrales de las clases medias y bajas. Y tienen razón lo que así lo afirman. Chéjov fue un maestro de la brevedad: el arte de decir muchas cosas con pocas palabras. Y eso aunque entonces le pagaban por línea —hablo de la época en la que él tenía veintidós años, en 1882— ocho kópeks que luego subieron a doce. Para él la concreción del relato era tan indispensable como la sencillez del estilo: exacto y breve. Empezó a escribir sus relatos a los diecinueve años cuando llegó a Moscú y se matriculó en la Facultad de Medicina; un género poco aceptado en la actualidad entre las editoriales españolas y que sin embargo grandes autores como Kafka, Gustavo Adolfo Bécker, Isaac Bashevis Singer, Hemingway, Raymond Carver, Stephen King, por mencionar unos pocos, llevaron adelante con indiscutible talento.
Volviendo a Chejov, en gran medida a él se debe el relato moderno en el que el efecto depende más del estado de ánimo y del simbolismo que del argumento. Sus narraciones, más que tener un clímax y una resolución, son una disposición temática de impresiones e ideas. Por medio de temas de la vida cotidiana, retrató los caracteres de la vida rusa anterior a la revolución de 1905: las vidas inútiles, tediosas, solitarias y decadentes.
Uno de los cuentos que más me impresionó fue La sala número seis, en realidad una novela corta, pues consta de cincuenta y dos páginas.
¿Por qué hablo hoy de Chéjov? En realidad tenía que hacerlo desde hace un tiempo.
Los consejos de grandes escritores siempre me remitían a Chéjov: «Lea a Chéjov», era la clave, y aunque yo había leído un par de sus cuentos en Ciudad Seva, (donde pueden encontrar una veintena de sus cuentos) no lograba dilucidar en qué consistía la perfección de su arte.
Un buen día buscando algo qué leer, me topé con un pequeño libro; pertenecía a una colección de grandes cuentistas, editada por Salvat. Fue una agradable sorpresa conseguir de esa manera los cuentos extraordinarios de Poe, de Bécker y por supuesto, de Chéjov.
Tras un prólogo interesantísimo por medio del cual me enteré un poco acerca de su peculiar vida, leí sus cuentos, no todos, pero creo que los más característicos de su pluma:
La sala número seis, Vecinos, Un asesinato, Ladrones, Cirugía, Kashtanka, La boticaria, Una corista, Zinochka, el camaleón, entre otros. Me perdonan si no pongo los enlaces, pero extraje los títulos del libro, publicado en 1970. Una verdadera delicia.
Se dice de sus cuentos que son pequeñas estampas magistrales de las clases medias y bajas. Y tienen razón lo que así lo afirman. Chéjov fue un maestro de la brevedad: el arte de decir muchas cosas con pocas palabras. Y eso aunque entonces le pagaban por línea —hablo de la época en la que él tenía veintidós años, en 1882— ocho kópeks que luego subieron a doce. Para él la concreción del relato era tan indispensable como la sencillez del estilo: exacto y breve. Empezó a escribir sus relatos a los diecinueve años cuando llegó a Moscú y se matriculó en la Facultad de Medicina; un género poco aceptado en la actualidad entre las editoriales españolas y que sin embargo grandes autores como Kafka, Gustavo Adolfo Bécker, Isaac Bashevis Singer, Hemingway, Raymond Carver, Stephen King, por mencionar unos pocos, llevaron adelante con indiscutible talento.
Volviendo a Chejov, en gran medida a él se debe el relato moderno en el que el efecto depende más del estado de ánimo y del simbolismo que del argumento. Sus narraciones, más que tener un clímax y una resolución, son una disposición temática de impresiones e ideas. Por medio de temas de la vida cotidiana, retrató los caracteres de la vida rusa anterior a la revolución de 1905: las vidas inútiles, tediosas, solitarias y decadentes.
Uno de los cuentos que más me impresionó fue La sala número seis, en realidad una novela corta, pues consta de cincuenta y dos páginas.
El argumento es sencillo: En una pequeña ciudad apartada del resto del mundo hay un hospital al frente del cual se encuentra el doctor Andrei Efímich. En él los enfermos están abandonados, reina la suciedad y la gente desaprensiva hace su agosto. El director Efímich que al principio había tratado de cambiar las cosas, no tardó en convencerse de la inutilidad de sus esfuerzos. Al chocar con la indiferencia general llegó a la conclusión de que la existencia de semejante hospital era una inmoralidad que él no podía corregir. Se recluyó en sí mismo, en su despacho, en sus libros de historia y filosofía y en la cerveza y el vodka. Y sus frecuentes visitas a la sala número seis. Se hizo tan amigo de un loco que la conversación con él se convirtió cada vez en una necesidad más imperiosa, pues era el único con quien podía tratar de materias elevadas en aquel hospital. Estas visitas lo hacen sospechoso. Su suplente, un individuo sin escrúpulos que ambiciona reemplazarle en la dirección del hospital hace correr la voz de que Andrei Efímich está loco y lo encierra en la sala número seis.
El cuento, que es toda una filosofía de vida, está narrado de manera descarnada con el estilo simple y llano pero impecable de Chéjov. ¿Cómo terminó el director del hospital siendo uno más de los pacientes? Es un pasaje realmente digno de leerse:
“Andrei Efímich lo comprendió todo; sin decir una palabra se trasladó al camastro que Nikita le indicaba y se sentó en él. Al ver que el guardián seguía ante él esperándolo, se desnudó por completo y le invadió una sensación de vergüenza. Luego se puso la ropa del hospital; los calzoncillos le estaban cortos, y la camisa, larga; la bata olía a pescado ahumado.
—Dios querrá que recobre la salud —repitió Nikita.
Recogió la ropa de Andrei Efímich, salió y cerró la puerta tras él.
«Es lo mismo... —pensó Andrei Efímich, envolviéndose avergonzado en la bata y advirtiendo que con su nueva indumentaria ofrecía el aspecto de un preso—. Es lo mismo... Da igual un frac que un uniforme o que esta bata...»
Pero ¿y el reloj? ¿Y el cuaderno de notas que guardaba en el bolsillo? ¿Y los cigarrillos? ¿Qué había hecho Nikita con la ropa? Ahora, probablemente no volvería a ponerse un pantalón, un chaleco ni unas botas. Todo esto le parecía tan extraño y hasta incomprensible en un primer momento. Andrei Efímich seguía convencido de que entre la casa de la Vielova y la sala número seis no había diferencia alguna, que en este mundo todo era un absurdo, vanidad de vanidades; pero las manos le temblaban, los pies se le quedaban fríos y le producía horror pensar que Iván Dmitrich se levantaría pronto y le vería con semejante bata. Se puso en pie, dio unas vueltas y se sentó de nuevo.
Así estuvo media hora, una hora. Aquello le cansaba hasta producirle una sensación de angustia. ¿Sería posible pasar allí un día, una semana, incluso años, como aquella gente? Siguió sentado, se levantó de nuevo para dar un paseo y volvió a sentarse. Podía acercarse a la ventana y reemprender sus paseos de un rincón a otro. ¿Y después? ¿Seguir allí eternamente, como una estatua, y pensar? No. Apenas sería posible.
Andrei Efímich se tendió en la cama, pero inmediatamente se puso en pie, se limpió con la manga el sudor frío de la frente y notó que toda la cara le olía a pescado ahumado. De nuevo volvió a sus paseos.
—Aquí hay un malentendido... —articuló, abriendo perplejo los brazos—. Hay que poner en claro las cosas, se trata de una confusión...”
El cuento, que es toda una filosofía de vida, está narrado de manera descarnada con el estilo simple y llano pero impecable de Chéjov. ¿Cómo terminó el director del hospital siendo uno más de los pacientes? Es un pasaje realmente digno de leerse:
“Andrei Efímich lo comprendió todo; sin decir una palabra se trasladó al camastro que Nikita le indicaba y se sentó en él. Al ver que el guardián seguía ante él esperándolo, se desnudó por completo y le invadió una sensación de vergüenza. Luego se puso la ropa del hospital; los calzoncillos le estaban cortos, y la camisa, larga; la bata olía a pescado ahumado.
—Dios querrá que recobre la salud —repitió Nikita.
Recogió la ropa de Andrei Efímich, salió y cerró la puerta tras él.
«Es lo mismo... —pensó Andrei Efímich, envolviéndose avergonzado en la bata y advirtiendo que con su nueva indumentaria ofrecía el aspecto de un preso—. Es lo mismo... Da igual un frac que un uniforme o que esta bata...»
Pero ¿y el reloj? ¿Y el cuaderno de notas que guardaba en el bolsillo? ¿Y los cigarrillos? ¿Qué había hecho Nikita con la ropa? Ahora, probablemente no volvería a ponerse un pantalón, un chaleco ni unas botas. Todo esto le parecía tan extraño y hasta incomprensible en un primer momento. Andrei Efímich seguía convencido de que entre la casa de la Vielova y la sala número seis no había diferencia alguna, que en este mundo todo era un absurdo, vanidad de vanidades; pero las manos le temblaban, los pies se le quedaban fríos y le producía horror pensar que Iván Dmitrich se levantaría pronto y le vería con semejante bata. Se puso en pie, dio unas vueltas y se sentó de nuevo.
Así estuvo media hora, una hora. Aquello le cansaba hasta producirle una sensación de angustia. ¿Sería posible pasar allí un día, una semana, incluso años, como aquella gente? Siguió sentado, se levantó de nuevo para dar un paseo y volvió a sentarse. Podía acercarse a la ventana y reemprender sus paseos de un rincón a otro. ¿Y después? ¿Seguir allí eternamente, como una estatua, y pensar? No. Apenas sería posible.
Andrei Efímich se tendió en la cama, pero inmediatamente se puso en pie, se limpió con la manga el sudor frío de la frente y notó que toda la cara le olía a pescado ahumado. De nuevo volvió a sus paseos.
—Aquí hay un malentendido... —articuló, abriendo perplejo los brazos—. Hay que poner en claro las cosas, se trata de una confusión...”
Pero no les voy a revelar el final, lo puse como un abrebocas, para los que se interesan en la narrativa corta. Tal vez por medio de la utilísima Internet puedan conseguir ésta y otras de sus obras.
Chéjov murió a los cuarenta y cuatro años, el 2 de julio de 1904 en el balneario alemán de Banderweiler, adonde había llegado en un intento de combatir la tuberculosis, en aquella época una enfermedad incurable, que minaba su organismo desde mucho tiempo atrás.
B. Miosi
Muy interesante, Blanca. Yo hace poco descubrí a Chejov y quiero leer más, así que miraré de encontrar los relatos que nos sugieres.
ResponderEliminar¡Saludos!!
Digo lo mismo que Martikka, Blanca: muy interesante esta entrada. El otro día (cuando insinuaste que mi forma de relatar te parecía a la de Chejov ("increíble") fui a la librería Bertrand pero no encontré nada suyo. Bueno, sí, un libro de viajes pero que costaba bastante dinero así que he decidido esperar haber si encuentro algo asequible a mi bolsillo.
ResponderEliminarMaravillosa entrada, siento que he aprendido algo valioso: Chejov es la clave.
¡Mil gracias! Un beso, guapa.
Yo descubrí a Chejov cuando lei la dama del perrito...¡qué maravillaa1 Cada vez que hacía un curso de escritura me hablaban lo primero de Chejov entre otros principales. besos Blanca
ResponderEliminarMuy interesante tu entrada sobre Chejov. Tengo pendiente leerle y disfrutarle, muchos lo recomendais.
ResponderEliminarBesos
v * . * ..: : * . * ¸.•´¸.•*´¨)*.,’:(¸.•´
ResponderEliminar"Ter amigos, * .. * . * ..: é como (¸.•`
... *`.¸.•´ *( *. * . olhar para o céu, . * . *
* .. *..(¨`•.•´¨). *`•.¸.•´* . * . * . *
..* ... *`•.¸.•´ ¸. ¸.•* e ver sempre . * .*..
( * . * . * . * .. *..(¨`¸.´* . * . *) . * ..* ...
*¸.•´ * uma estrela *. (¨`•.•´¨)* . *..* *
. * ... ¸.•´¸.•*´¨) ¸.•*¨) brilhando *..(¨
•.•´¨) especialmente. *`• ¸.•´* . * .* . *
..* ... *`•.¸.•´ * *. para nós....... * . * .
...*(¨`•.•´¨) . * .`•.. * . * * . * .
.*. `•.¸.•´ Você •.. * . * . * . ¸.•*¨)
* .. *..(¨`•.•´¨). *`•.¸.•´* . * . * . *
..* ... *`•.¸.•´ * é uma estrela *. * . *
* . especial * . * . . * . *.*. * . * . *
¸.•´¸.•*´¨) no meu céu." ¸.•*¨) ¸.•(* . *.*`
Um bom domingo
Beijinhos
B. Miosi:
ResponderEliminarMe acuerdo que el otro día pasé por tu blog a comentar una entrada sobre tu novela, me alegro muchísimo de tenerte por mi espacio, y te deseo todo el éxito posible. Además agradezco tus palabras que me halagan mucho, sinceramente.
Te envío otro beso desde Ángel Poético.
Querida amiga,
ResponderEliminarGracias por traernos a Chéjov; maestro del cuento.
El logró por la literatura rusa, lo que Hemingway, Poe y Lovecraft hicieron por la americana.
Voy a buscar en amazon un compendio de las obras de Chéjov.
Un beso,
Daniel DC
A Chejov más que leerlo lo he "visto" como autor teatral: las tres hermanas, la gaviota, el tio vania...y siempre me encantó.
ResponderEliminarPero ahora que me lo has recordado buscaré sus cuentos, seguro que son maravillosos.
Gracias, guapa.
Hola Blanca,
ResponderEliminarEl sábado pasado estuve en un mercadillo y tuve su libro de cuentos en las manos pero finalmente me decidí por comprar otro en lugar de el de Chejov y ahora no sabes cómo me arrepiento al ver la entrada de tu blog. Espero poder conseguirlo aunque sea más adelante, me parece interesante lo que cuentas sobre su obra.
Un abrazo,
Cristina
Una entrada muy interesante, Blanca. Me entraron ganas de leer esos cuentos pues no los conozco. Investigaré.
ResponderEliminarTe mando un fuerte abrazo
Conchi
Hola Blanca Miosi.
ResponderEliminarExcelente la entrada sobre el Maestro Chejov. Coincido contigo en la fascinación que despierta la lectura del pabellón número seis.
Aunque he leído la mayoría de sus relatos necesitaba encontrar un ensayo sobre su vida y obra, por suerte encontré un pequeño estudio sobre Chejov escrito por Janet Malcolm titulado "Conociendo a Chejov"
"Leer El pabellón número seis como una parábola política es no hacer justicia a su poder. Uno se resiste a creer que, al escribirlo, Chejov tuviera en mente algo tan local como la situación del Imperio ruso. Como siempre, lo que le preocupa es la condición humana. "La vida le enseñará sus garras más tarde o más temprano, le sobrevendrá alguna desgracia (el hombre feliz y satisfecho)-enfermedad, pobreza o pérdida- y nadie lo verá ni lo oirá, de la misma manera que él ahora no ve ni oye a los demás" Nikita encarna la brutalidad de la vida misma, que se abalanza sobre todos nosotros con sus grandes puños. Chéjov condena a Raguin por negarse a interceder en favor de sus sufrientes hermanos, pero a la vez lo comprende. Como no creyente, también el siente lo absurdo que resulta todo a la luz de nuestra ineluctable e irreparable extinción bajo las frías estrellas de un universo de diez mil millones de años."
Janet Malcolm
Y para terminar me gustaría señalar la descripción que realizó Olga del instante en que murió su marido (Chejov)
"Llegó el médico y pidió champán. Antón Pávlovich se incorporó y dijo al médico en voz alta, en alemán (sabía muy poco alemán): Ich sterbe
Entonces cogió un vaso, se volvió hacia mí, esbozó una extraña sonrisa y dijo: -hace mucho tiempo que no bebo champán-, apuró tranquilamente la copa, se volvió ligeramente del lado izquierdo y poco después quedó callado para siempre. El terrible silencio de la noche sólo era turbado por una gran polilla que había irrumpido en la habitación como un torbellino, se golpeaba enloquecida con las lámparas eléctricas encendidas y revoloteaba confusamente por la habitación..."
Un saludo
Tengo que leer a Chejov, creo que es uno de los cuentistas más interesantes de la historia. A él se refiere Carver en su cuento Tres rosas amarillas y, curiosamente, Skármeta se refiere a éste cuento de Carver en El baile de la Victoria. Las obras literarias que te remiten a otras me gustan, porque te hacen ver las múltiples conexiones de los libros. Un saludo, Blanca.
ResponderEliminarQuerida Blanca, una entrada muy interesante. Que recuerde solo he leído un cuento de Chejov y hace muchos años, pero al leerte me han entrado ganas de leer más a este maestro. El tiempo no alcanza a leer tanto como nos gustaría. Ese cuento de La sala número seis se ve la mar de interesante. Y tienes razón, parece que aquí no hay mucho interés por los cuentos, y a mí me encantan porque en un espacio pequeño te cuentan toda una historia. Deberían dar más oportunidad a los escritores que escriben este género. Buscaré alguno de sus cuentos por la red, como dices nos da la oportunidad de acercarnos a muchos escritos.
ResponderEliminarUn beso,
Margarita
Al igual que Lola, yo conocía más la faceta de autor teatral de Chejov, donde siempre he oído que era uno de los grandes. Había oído algo de sus cuentos, pero gracias a tu entrada lo tendré mucho más en cuenta a partir de ahora.
ResponderEliminarHace poco también me tope con él en un libro sobre lingüística y toería literaria. Casualmente se utilizaban muchos de sus escritos para mostrar ciertos aspectos de la narración, elevando dichos textos a la categoría de indispensables para aprender el arte de escribir bien.
Gracias de nuevo por la entrada, Blanca, siempre se aprende algo edificante en tu blog.
Saludos.
Martha, creo que Chéjov es indispensable para quien emprende la apasionante aventura de escribir, en ciudad Seva puedes encontrar muchos de sus cuentos.
ResponderEliminarBesos
Amigo Devoust,
ResponderEliminarEn la mayor parte de ls librerías, venden lo más reciente, y por supuesto los que están de moda. Efectivamente, a Chéjov es difícil encontrarlo, pero te invito a que te asomes en Ciudad Seva como le dije a Martikka,
Un abrazo,
La dama del perrito es un buen cuento. Recuerdo que hace años, cuando le leí, pensé que estaba inacabado, ¡pero estaba completo! en aquella época no me fijaba en las sutilezas de la buena escritura...
ResponderEliminarMarien: no dejes de leerlo. Realmente se puede aprender mucho de él.
ResponderEliminarPrincesa:
ResponderEliminarNo comprendo muy bien tu comentario, pero las figuras son muyy lindas!
¡Bienvenida a mi blog!
Besos
Jorge Ángel, gracias por tus palabras. Pasé por tu blog y he visto un par de artículos muy interesantes. Regresaré con más tiempo...
ResponderEliminarAbrazos!
Bravo! Daniel, creo que en Amazon se consigue de todo, yo aún sigo esperando tu novela.
ResponderEliminarPero no importa, Henry viajará a Miami en nos días y le encargué que entrase a la librería del aeropuerto, supongo que la deben tener, ¿no?
Besos!
Claro, Lola, una maestra de las tablas como tú, tenía que conocerlo. ¿Verdad que es genial?
ResponderEliminarBusca sus cuentos en el enlace que puse,
Cristi, tuviste suerte de encontrarlo, pero si quieres leer sus cuentos puedes clicar en el enlace, hay una buena selección!
Besos!
Querida Conchi:
ResponderEliminarEn Ciudad Seva hay muchos cuentos de él, espero que los disfrutes, amiga,
Un beso,
Excelente entrada, Blanca, muy instructiva. En parte muchos aspectos de los que narrabas me recordaban a Tolstoi, que también tiene magníficos cuentos.
ResponderEliminarDentro de mi colección de clásicos de la literatura tengo LA ESTEPA y MI VIDA, de Anton Chejov, ¡y no los he leído! Prometo hacerlo, después de tu entrada me apetece indagar más en su obra. Gracias.
Un abrazo.
Febade, ¡Qué bueno verte de nuevo por aquí! espero que todo vaya bien con tu novela, ya nos contarás.
ResponderEliminarJanet Malcom ha explicado perfectamente lo que significa El pabellón número seis y te agradezco que la hayas traído a colación, creo que es un autor que no debería faltar en la biblioteca, tanto en la de los que escriben como en los simples lectores.
Un abrazo, amigo,
Blanca
Leon Tolstoi, otro de los grandes escritores rusos, creo que más adelante le dedicaré una entrada. Ahora tengo a El doctor Zhivago, de Pasternak, y me han dicho que es mucho mejor que la película, en cuanto termine con Chéjov y Poe, lo leeré.
ResponderEliminarCreo que la mejor forma de aprender es leyendo a los grandes.
Un abrazo!!
El Deme, ya ves que no soy la única que lo recomienda, ja, ja, un gusto verte por aquí, amigo.
ResponderEliminarAbrazos!
Querida Margarita, me gusta mucho tu visita, y te recomiendo la lectura de Céjov, claro que sí. A mí también me gustaría que diesen más oportunidades a los escritores de cuentos, ¡son tan fáciles de leer y tan prácticos! sobre todo para la gente que no puede terminar una novela por falta de tiempo!
ResponderEliminarBesos, amiga!
Hola Armando, Chéjov siempre es un ejemplo, y muy agradable de leer, creo que su éxito se basa en la claridad de sus ideas.
ResponderEliminarUn abrazote, amigo!
Gracias Blanca por la recomendación de la página Ciudad SEva, la verdad es que promete, ¡le echaré un vistazo con tranquilidad, cuando tenga tiempo!
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola, Blanca. He buscado el cuento que mencionas en tu entrada y no lo encuentro. No obstante he encontrado otros del mismo autor que son también muy interesantes.
ResponderEliminarBesos
Querida MJesus:
ResponderEliminarEl pabellón número seis es más que un cuento, una novela corta, de 52 páginas, tal vez por ello no lo encuentras en Ciudad Seva, pero estoy segura de que en cualquier otro lugar de los tantos que hay en Internet lo podrás conseguir.
Me alegra que le empieces a seguir la pista.
Besos!
Buenas Blanca. Llego un poco tarde, pero he estado últimamente algo ajetreado.
ResponderEliminarLa verdad que no suelo leer cuentos, pero esta entrada me ha resultado muy interesante.
Saludos!
Has conseguido sembrar en mí la curiosidad. ¡Qué rabia pasar de las letras negras a las rojas! Y no porque me disguste el narrador de la entrada, Blanca, sino porque quería saber el final.
ResponderEliminarNo sé, tengo la sensación de que me han recomendado este autor cientos de veces, así que for fin me decido a leerle.
Gracias por la información, Blanca.
Abrazos,
naTTs
Rafael: Siempre un placer haber servido de algo.
ResponderEliminarNatts: Ja, ja, me dio risa lo que dices, en realidad, amiga, hay muchos buenos escritores, Chéjov es uno de ellos, y ese cuento que te dejó con la miel en los labios, creo que es uno de sus mejores.
Besos!
Blanca
Blanca,comentaste muy bien la obra y el cuento de Anton Chéjov. He leído bastantes de sus cuentos y, por supuesto, la sala número seis, pero ahora la releeré de una forma diferente.
ResponderEliminarCariños,
Venator
Me encanta conocer a estos autores, gracias por esta publicación.
ResponderEliminarBueno, ¡vamos por Chejov!
ResponderEliminarGracias por el entremez.
Eso, Venator, vale la pena releerlo, estoy segura de que le encontrarás otros matices,
ResponderEliminarbesos,
Blanca
Iván, muchas gracias por pasar y comentar, a mí también me gusta pasearme por tu blog, siempre hay alguna sorpresa!
ResponderEliminarLobo: Lo mejor que puedes hacer: leer a Chéjov.
Te lo garantizo.
Besos!