Acabo de leer Al este del Edén, de John Steinbeck
Acabo de terminar de leer Al este del Edén, de John Steinbeck, el mismo de Las uvas de la ira (1939); novela con la que ganó el Premio Pulitzer en 1940.
Desde que empecé a escribir, y concretamente, desde que tomé en serio la escritura, dejé de leer como antes. El goce de la lectura sigue siendo el mismo, pero las diferencias son sutiles; ahora me deleito con la construcción de algunos párrafos, me detengo a admirar los diálogos que antes sólo me servían de información, observo casi con avidez la manera en que se desarrollan aspectos de la novela que antes los daba por hechos, sin detenerme a examinar el modo como se teje fuertemente con finos hilos de tela de araña. Antes captaba los ingredientes pero no los auscultaba, examinaba o profundizaba en ellos de manera consciente. Los digería deleitándome con el conjunto y eso era suficiente.
Al este del Edén es una novela de setecientas treinta y seis páginas de letra menuda, cuya historia transcurre en Salinas, una ciudad de California, Estados Unidos. Contada en primera persona; en este caso el propio John Steinbeck forma parte de ella pero no como un personaje principal, sino como uno más de los hijos de una numerosa familia, de las muchas que poblaron el valle allá por 1860. Lo insólito del caso es que John, que utiliza su nombre y apellido, narra con detalle casi microscópico cada parte de la trama, como si hubiese sido testigo de cada momento de las vidas de sus numerosos personajes; se adentra en sus pensamientos, disecciona sus personalidades, todo de manera omnisciente, pero la obra tiene tal grado de interés que a uno no le interesa saber cómo se enteró de tal o cual cosa. Simplemente se asume que fue así, y se sigue leyendo.
Al comienzo, Sam Hamilton, abuelo de John, llega de Irlanda y la novela gira en torno a él y su familia, sus diez hijos. A medida que corren las páginas, voy cayendo en la cuenta que Sam Hamilton no es el personaje principal, ni tampoco lo es Adam Trask, ni su extraordinariamente endiablada esposa Kate, tampoco alguno de los gemelos, hijos de Adam, ni el chino Lee, y por último, ni el propio John. Todos ellos forman parte de un microcosmos que a lo largo de la novela ven encadenadas sus vidas de forma paulatina, esporádica algunas vez, y otras, como en el caso del chino Lee, el sirviente de los Trask, de manera permanente. Sin embargo, este detalle no resta para nada interés a un acontecimiento que es el motivo principal de toda la trama: ¿Es posible que los padres tengan influencia decisiva en el comportamiento futuro de sus hijos? Un hecho que se repite en cada una de las familias que toca Steinbeck en su obra.
Siempre uno de los hijos será el preferido, por encima de los demás, y parece que es una condición asumida por el resto de la familia como una consecuencia normal, pero por debajo de la piel subyace el resentimiento, el odio, la envidia, y nos acerca un poco más a la leyenda bíblica que nos contaban acerca de Caín y Abel, haciéndonos dudar de la respuesta que nos daban: “Es que Dios también tiene derecho a preferir a uno de sus hijos más que a otro” ¿Y acaso es lo justo? Menos tratándose de Dios. Podría ser si fuese humano, un ser lleno de imperfecciones, al que se le atribuyen todos los pecados por los que fue echado del Paraíso. Por cierto, el título de la novela: A este del Edén, acertadísimo.
Mención aparte merece Kate, una mujer que pese a su rostro y figura aniñada y angelical es la maldad encarnada. Proveniente de una familia de clase media, en la que era el centro de la atención y podría decirse que no le faltaba nada para ser feliz, planifica fríamente el asesinato de sus padres, y huye a una edad en la que apenas está en la adolescencia, para presentarse a trabajar en un prostíbulo. Más adelante también huye de Adam Trask dejando a sus gemelos de días de nacidos para trabajar en otro latrocinio, y finalmente su muerte no es suficiente para completar su maldad, que no se limita a su deseo de cierta clase de vida, sino a motivos banales y casi incomprensibles. Su suicidio despierta culpas y acarrea trágicas consecuencias. Pero ella es solo una más de un grupo de personajes fascinantes, con sus propios problemas existenciales, a cuál más terrible o desgarrador, según las circunstancias en las que se vean envueltos.
Estoy satisfecha de haber leído otra vez a Steinbeck, y la próxima vez que tenga en mis manos Las uvas de la ira, estoy segura de que el placer será definitivamente diferente al que sentí la primera vez.
B. Miosi
John Steinbeck, 1902 - 1968
Estudió en la Universidad de Stanford y en su juventud trabajó como bracero y recolector de fruta. Publicó su primera novela a los veintinueve años: En La copa de oro (1929), en la que narra la vida y las hazañas de Henry Morgan, famoso pirata galés del siglo XVII. A continuación publica Las praderas del cielo (1932), A un dios desconocido (1933), Tortilla Flat (1935), Una vez hubo una guerra (1936), La fuerza bruta (1937)
Otras obras dignas de mención son: La luna se ha puesto (1942), Los arrabales de Cannery (1944), El ómnibus perdido (1947), El invierno de nuestro descontento (1961) y Norteamérica y los norteamericanos (1968). En 1962 escribió Viajando con mi perro, un relato autobiográfico de un viaje por Estados Unidos.
Desde que empecé a escribir, y concretamente, desde que tomé en serio la escritura, dejé de leer como antes. El goce de la lectura sigue siendo el mismo, pero las diferencias son sutiles; ahora me deleito con la construcción de algunos párrafos, me detengo a admirar los diálogos que antes sólo me servían de información, observo casi con avidez la manera en que se desarrollan aspectos de la novela que antes los daba por hechos, sin detenerme a examinar el modo como se teje fuertemente con finos hilos de tela de araña. Antes captaba los ingredientes pero no los auscultaba, examinaba o profundizaba en ellos de manera consciente. Los digería deleitándome con el conjunto y eso era suficiente.
Al este del Edén es una novela de setecientas treinta y seis páginas de letra menuda, cuya historia transcurre en Salinas, una ciudad de California, Estados Unidos. Contada en primera persona; en este caso el propio John Steinbeck forma parte de ella pero no como un personaje principal, sino como uno más de los hijos de una numerosa familia, de las muchas que poblaron el valle allá por 1860. Lo insólito del caso es que John, que utiliza su nombre y apellido, narra con detalle casi microscópico cada parte de la trama, como si hubiese sido testigo de cada momento de las vidas de sus numerosos personajes; se adentra en sus pensamientos, disecciona sus personalidades, todo de manera omnisciente, pero la obra tiene tal grado de interés que a uno no le interesa saber cómo se enteró de tal o cual cosa. Simplemente se asume que fue así, y se sigue leyendo.
Al comienzo, Sam Hamilton, abuelo de John, llega de Irlanda y la novela gira en torno a él y su familia, sus diez hijos. A medida que corren las páginas, voy cayendo en la cuenta que Sam Hamilton no es el personaje principal, ni tampoco lo es Adam Trask, ni su extraordinariamente endiablada esposa Kate, tampoco alguno de los gemelos, hijos de Adam, ni el chino Lee, y por último, ni el propio John. Todos ellos forman parte de un microcosmos que a lo largo de la novela ven encadenadas sus vidas de forma paulatina, esporádica algunas vez, y otras, como en el caso del chino Lee, el sirviente de los Trask, de manera permanente. Sin embargo, este detalle no resta para nada interés a un acontecimiento que es el motivo principal de toda la trama: ¿Es posible que los padres tengan influencia decisiva en el comportamiento futuro de sus hijos? Un hecho que se repite en cada una de las familias que toca Steinbeck en su obra.
Siempre uno de los hijos será el preferido, por encima de los demás, y parece que es una condición asumida por el resto de la familia como una consecuencia normal, pero por debajo de la piel subyace el resentimiento, el odio, la envidia, y nos acerca un poco más a la leyenda bíblica que nos contaban acerca de Caín y Abel, haciéndonos dudar de la respuesta que nos daban: “Es que Dios también tiene derecho a preferir a uno de sus hijos más que a otro” ¿Y acaso es lo justo? Menos tratándose de Dios. Podría ser si fuese humano, un ser lleno de imperfecciones, al que se le atribuyen todos los pecados por los que fue echado del Paraíso. Por cierto, el título de la novela: A este del Edén, acertadísimo.
Mención aparte merece Kate, una mujer que pese a su rostro y figura aniñada y angelical es la maldad encarnada. Proveniente de una familia de clase media, en la que era el centro de la atención y podría decirse que no le faltaba nada para ser feliz, planifica fríamente el asesinato de sus padres, y huye a una edad en la que apenas está en la adolescencia, para presentarse a trabajar en un prostíbulo. Más adelante también huye de Adam Trask dejando a sus gemelos de días de nacidos para trabajar en otro latrocinio, y finalmente su muerte no es suficiente para completar su maldad, que no se limita a su deseo de cierta clase de vida, sino a motivos banales y casi incomprensibles. Su suicidio despierta culpas y acarrea trágicas consecuencias. Pero ella es solo una más de un grupo de personajes fascinantes, con sus propios problemas existenciales, a cuál más terrible o desgarrador, según las circunstancias en las que se vean envueltos.
Estoy satisfecha de haber leído otra vez a Steinbeck, y la próxima vez que tenga en mis manos Las uvas de la ira, estoy segura de que el placer será definitivamente diferente al que sentí la primera vez.
B. Miosi
John Steinbeck, 1902 - 1968
Estudió en la Universidad de Stanford y en su juventud trabajó como bracero y recolector de fruta. Publicó su primera novela a los veintinueve años: En La copa de oro (1929), en la que narra la vida y las hazañas de Henry Morgan, famoso pirata galés del siglo XVII. A continuación publica Las praderas del cielo (1932), A un dios desconocido (1933), Tortilla Flat (1935), Una vez hubo una guerra (1936), La fuerza bruta (1937)
Otras obras dignas de mención son: La luna se ha puesto (1942), Los arrabales de Cannery (1944), El ómnibus perdido (1947), El invierno de nuestro descontento (1961) y Norteamérica y los norteamericanos (1968). En 1962 escribió Viajando con mi perro, un relato autobiográfico de un viaje por Estados Unidos.
Hace algunos años que lo leí, y me ocurrió como a tí, me gustó sin pararme en los detalles. Tendré que volverlo a leer para saborearlo mejor.
ResponderEliminarBesos
Una excelente novela que leí hace muchos años. Lo que más me ha llamado la atención es lo que comentas sobre leer de manera diferente desde que escribes. A mi me sucede lo mismo. Yo no he dejado de leer desde que escribo (supongo que por eso soy tan lenta escribiendo), pero es como una droga para mi: he de tener un libro en la mano.
ResponderEliminarPero sí que es curioso como, a medida que vamos escribiendo nos fijamos en aspectos diferentes en la lectura. Antes sólo veía la historia, ahora veo frases, construcciones, vocabulario...
Me encanta leer. Siempre se aprenden cosas nuevas.
Querida MJesus, hay tantos libros que devoré literalmente, ja, ja, ahora es momento de retomarlos y Leer.
ResponderEliminarUn abrazo, amiga,
Blanca
Completamente de acuerdo, Belén, creo que el disfrute es doble, pues al placer de la lectura se une el del aprendizaje, por supuesto, dependiendo del libro.
ResponderEliminarBesos, y muchas gracias por pasar,
Blanca
La verdad es que no he leido las novelas que mencionas porque debo de haber visto las peliculas un millon de veces. Pero a mi tambien me pasa lo que dices: desde que escribo en serio leo de otra manera; además de la historia me fijo en cada palabra, en la construcción de cada frase, en la estructura, en todo. Y disfruto mucho mas todo lo que leo, o lo sufro.
ResponderEliminarBesos.
Blanca si no has leido De ratones y de hombres léela. La escribió antes que Las uvas de la ira y es una novela (fue llevada al cine protagonizada por John Malckovitz) y es en mi opinión una maravilla... He leido las obras que comentas y todas ellas tienen mucha psicología humana y me parecen a veces desgarradoras...pero fantásticas. Besos.
ResponderEliminarTentadora reseña, Blanca. Creo que el que escribe busca en la lectura, más allá de pasar un rato agradable, "descubrir" los secretos de tal o cual escritor cuya historia nos haya cautivado. Cualquier cosa que nos ayude ( y siempre habrán algunas) a mejorar nuestra propia escritura.
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