De Santander, España: "Se llamaba Soledad", por David R. Vila
El infierno está todo en esta palabra:
"soledad."
Victor Hugo
Llevo dos días tirada en el suelo. Ya me voy acostumbrando al dolor, pero durante muchas horas creí que iba a asfixiarme porque al respirar algo se me clava en el costado. He debido de romperme algún hueso. Sí, eso debe de ser. Me pasó una vez, hace ya muchos años, y trabajé durante tres días con dos costillas rotas. El médico no salía de su asombro el día que, por fin, fui a visitarle -¿Pero cómo eres tan burra, mujer? -Me decía. Y cuando estuve curada, me firmó una semana de más. -De vacaciones,- dijo -esta te la regalo yo-. Pero, claro, eran otros tiempos y yo era aún muy joven. Ahora tengo ochenta y siete años. Y no me puedo levantar.
Me caí el sábado. Al pisar una pequeña alfombra a los pies de la cama. He resbalado cientos de veces con ella. Mi vecina Mari Carmen siempre me decía que debería ponerle debajo no sé que cosa de goma que la pega la suelo. ¡Ay! Si ella aún viviera aquí ya habría venido a ayudarme. Venía cada mañana para preguntarme si necesitaba alguna cosa y me ayudaba a limpiar la casa, y a cocinar, que me da tanta pereza. Pero, desde que se divorció del marido y se fue a vivir con la hija mayor, casi no viene, -para no tener que verle y recordar- me dijo. Y yo la entiendo porque se llevaba unas palizas, la pobre... Yo oía los golpes desde mi cama y la veía las marcas por la mañana, aunque jamás hablábamos de ello. Sólo una vez la dije que debería dejarle. Me miró muy seria y cambió de tema, así que nunca volvimos a referirnos a su problema. Nunca pensé que me fuera a hacer caso, pero me equivoqué, y me alegro por ella. Aunque desde entonces no tengo con quien comentar las telenovelas.
Empiezo a tener hambre. Y sed. El dolor ha sido tan grande que no me dejaba pensar en otra cosa, pero, ahora que parece que se calma un poco, me estoy dando cuenta del vacío que tengo en el estómago. Y eso que yo no soy de mucho comer. Desde que vivo sola, hace ya tantos años, cocino sólo lo justo y me alimento con poca cosa. Además, ¡con los precios que tiene todo! Con la pensión apenas llega para pagar las facturas. Tengo sopa en la cocina, pero, es imposible llegar hasta allí. ¡Si no puedo ni girarme!
Y mi hijo. ¡Ay, mi pobre Andrés! Si él supiera... Hace ya casi un año que no le veo. Desde Navidad. Se fue a trabajar a Alicante, con su mujer y mi nieta, hace ya doce años. Insistió en que fuera con ellos, pero yo no quise ir. No creía que pudiera vivir tan lejos de mi tierra, del Cantábrico frente al balcón de mi casa, del lugar donde había crecido y envejecido, de mi hogar. Además sospechaba que a su mujer no le hacía mucha gracia. Me llamaba los fines de semana al teléfono de la vecina. Yo no tengo teléfono. A él le digo que son manías mías, que no quiero más cacharros en casa, pero es que con lo que me costaría la linea tengo para comer casi una semana. El caso es que desde el divorcio de Mari Carmen, a su marido no le gustaba mucho y yo le pedí a Andrés que no llamara más, que me escribiera cartas. No me ha llegado ninguna aún. Me dijo que me regalaría un teléfono móvil para Reyes ¡Un móvil! ¡Si tardé meses en aprender cómo funcionaba el mando de la televisión y, desde que se me rompió, sólo veo el Canal Uno! Pobre Andrés. Tengo muchas ganas de verle. Suelen venir por navidad.
Me parece oír pasos en la escalera. Sí, pero no hacia aquí. Será el vecino de arriba, por las horas. Qué señor tan raro este. Ni siquiera sé su nombre. Ni creo que lo sepa nadie en el barrio. Dicen que es un escritor, pero yo no lo tengo claro.A mi me da un poco de miedo. ¡Ay! ¡Qué sed, Señor! Espero que alguien venga pronto porque esto empieza a ser insoportable. Me está entrando sueño.
-Sí, sargento. Nos avisó un vecino. Le pareció raro no escuchar la televisión durante tanto tiempo, porque solía estar muy alta, pero no le dio importancia. Fue al percibir un olor nauseabundo que se filtraba por las maderas de su habitación cuando decidió llamarnos.
Es una anciana de unos ochenta años, señor. Según el forense, fallecida hace alrededor de quince días. Estamos tratando de localizar a algún familiar. Al parecer, vivía sola.
David R. Vila, un excelente escritor y amigo, un joven filósofo del cual se puede disfrutar en su blog Estación terminus
"soledad."
Victor Hugo
Llevo dos días tirada en el suelo. Ya me voy acostumbrando al dolor, pero durante muchas horas creí que iba a asfixiarme porque al respirar algo se me clava en el costado. He debido de romperme algún hueso. Sí, eso debe de ser. Me pasó una vez, hace ya muchos años, y trabajé durante tres días con dos costillas rotas. El médico no salía de su asombro el día que, por fin, fui a visitarle -¿Pero cómo eres tan burra, mujer? -Me decía. Y cuando estuve curada, me firmó una semana de más. -De vacaciones,- dijo -esta te la regalo yo-. Pero, claro, eran otros tiempos y yo era aún muy joven. Ahora tengo ochenta y siete años. Y no me puedo levantar.
Me caí el sábado. Al pisar una pequeña alfombra a los pies de la cama. He resbalado cientos de veces con ella. Mi vecina Mari Carmen siempre me decía que debería ponerle debajo no sé que cosa de goma que la pega la suelo. ¡Ay! Si ella aún viviera aquí ya habría venido a ayudarme. Venía cada mañana para preguntarme si necesitaba alguna cosa y me ayudaba a limpiar la casa, y a cocinar, que me da tanta pereza. Pero, desde que se divorció del marido y se fue a vivir con la hija mayor, casi no viene, -para no tener que verle y recordar- me dijo. Y yo la entiendo porque se llevaba unas palizas, la pobre... Yo oía los golpes desde mi cama y la veía las marcas por la mañana, aunque jamás hablábamos de ello. Sólo una vez la dije que debería dejarle. Me miró muy seria y cambió de tema, así que nunca volvimos a referirnos a su problema. Nunca pensé que me fuera a hacer caso, pero me equivoqué, y me alegro por ella. Aunque desde entonces no tengo con quien comentar las telenovelas.
Empiezo a tener hambre. Y sed. El dolor ha sido tan grande que no me dejaba pensar en otra cosa, pero, ahora que parece que se calma un poco, me estoy dando cuenta del vacío que tengo en el estómago. Y eso que yo no soy de mucho comer. Desde que vivo sola, hace ya tantos años, cocino sólo lo justo y me alimento con poca cosa. Además, ¡con los precios que tiene todo! Con la pensión apenas llega para pagar las facturas. Tengo sopa en la cocina, pero, es imposible llegar hasta allí. ¡Si no puedo ni girarme!
Y mi hijo. ¡Ay, mi pobre Andrés! Si él supiera... Hace ya casi un año que no le veo. Desde Navidad. Se fue a trabajar a Alicante, con su mujer y mi nieta, hace ya doce años. Insistió en que fuera con ellos, pero yo no quise ir. No creía que pudiera vivir tan lejos de mi tierra, del Cantábrico frente al balcón de mi casa, del lugar donde había crecido y envejecido, de mi hogar. Además sospechaba que a su mujer no le hacía mucha gracia. Me llamaba los fines de semana al teléfono de la vecina. Yo no tengo teléfono. A él le digo que son manías mías, que no quiero más cacharros en casa, pero es que con lo que me costaría la linea tengo para comer casi una semana. El caso es que desde el divorcio de Mari Carmen, a su marido no le gustaba mucho y yo le pedí a Andrés que no llamara más, que me escribiera cartas. No me ha llegado ninguna aún. Me dijo que me regalaría un teléfono móvil para Reyes ¡Un móvil! ¡Si tardé meses en aprender cómo funcionaba el mando de la televisión y, desde que se me rompió, sólo veo el Canal Uno! Pobre Andrés. Tengo muchas ganas de verle. Suelen venir por navidad.
Me parece oír pasos en la escalera. Sí, pero no hacia aquí. Será el vecino de arriba, por las horas. Qué señor tan raro este. Ni siquiera sé su nombre. Ni creo que lo sepa nadie en el barrio. Dicen que es un escritor, pero yo no lo tengo claro.A mi me da un poco de miedo. ¡Ay! ¡Qué sed, Señor! Espero que alguien venga pronto porque esto empieza a ser insoportable. Me está entrando sueño.
-Sí, sargento. Nos avisó un vecino. Le pareció raro no escuchar la televisión durante tanto tiempo, porque solía estar muy alta, pero no le dio importancia. Fue al percibir un olor nauseabundo que se filtraba por las maderas de su habitación cuando decidió llamarnos.
Es una anciana de unos ochenta años, señor. Según el forense, fallecida hace alrededor de quince días. Estamos tratando de localizar a algún familiar. Al parecer, vivía sola.
David R. Vila, un excelente escritor y amigo, un joven filósofo del cual se puede disfrutar en su blog Estación terminus
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