Si no lo haces bien es porque no lo sabes hacer
Mientras caminaba hace unos días, observé que una adulta llamaba la atención a un niño diciéndole: “¿Cuántas veces te he dicho que esto no es así?, eres un perezoso”. El niño, de unos siete años, la miró como si no comprendiera lo que la mujer le quería decir. Luego dirigió la vista a sus zapatillas, estaban mal atadas. Comprendí que él no sabía cómo hacerlo. No acostumbro inmiscuirme en asuntos ajenos, menos cuando una madre llama la atención a su hijo (supuse que sería su madre), pero me acerqué y le dije: “tal vez él no haya comprendido cómo se hace”. Ella me miró sorprendida. “Perdone que me entrometa, pero a mi hijo le sucedía lo mismo, hasta que le expliqué al detalle cómo y por qué era necesario atarse bien los cordones”. La mujer reaccionó y me sonrió. “Tiene razón”, me dijo. “A veces no tengo tiempo y pierdo la paciencia”.
Me despedí y después de unos cuantos pasos volví la mirada y la vi sentada en el borde del muro, atando el cordón de la zapatilla del niño mientras le explicaba. Él parecía entenderla.
Muchas veces damos por hecho que los demás pueden hacer lo que nosotros hacemos con
facilidad, y nos asombramos que les cueste tanto trabajo llegar a un resultado
parecido, pero deficiente. El asunto es que todos somos diferentes, pensamos,
intuimos y actuamos diferente, incluso nuestras manos tienen diferentes
aptitudes. Unos tienen facilidad para tocar el piano y otros para tocar el
violín, Unos aprenden rápidamente cómo utilizar una computadora y para otros es
algo inimaginable. Lo que no debemos suponer es que la gente hace las cosas mal
porque desea hacerlas así. Creo que nadie quiere que algo le salga mal, si le
sale mal es porque no sabe cómo hacerlo.
Cuando tenía mi taller de costura tuve la oportunidad de enseñar a muchas personas a efectuar operaciones que para mí eran sumamente fáciles y las había aprendido viendo, sin necesidad de mucha explicación, sin embargo, no todas las personas tienen facilidades manuales, algunas trabajan por necesidad y deben adquirir dichas habilidades. Y de la única manera como pueden hacerlas es explicándoles con paciencia, no solo cómo hacerlas, sino el por qué. Una vez que comprenden la utilidad de su trabajo, con seguridad lo harán cada vez mejor, y esto va para todos, inclusive para la escritura.
Cuando
empecé a escribir pensé que lo hacía muy bien. Solo era cuestión de llevar al
papel lo que tenía en mente. Considero que tengo buena ortografía y eso para mí
era lo principal. ¡Craso error! Con el tiempo me di cuenta de que escribir una
novela no era igual que escribir un informe, una carta o un mensaje. Había que
tomar en cuenta una serie de factores que no sabía que existían, como la de
evitar ambigüedades, la coherencia, prestar atención a signos como los de
interrogación (¿?), las comas y los puntos, ya que los errores en su uso pueden
dificultar la lectura y sobre todo el estilo. Fue en lo que más me enfoqué. El
estilo literario.
¿Qué es el
estilo literario? Es la forma de mejorar un texto respetando el estilo del
autor. Puede hacerlo el mismo autor o un corrector de estilo, que sería lo aconsejable.
En mi caso, lo hago yo, pero cuando publico por editorial es el corrector de la
editorial quien se ocupa de hacerlo.
Fui y sigo
siendo una lectora empedernida, gracias a ello pude captar con bastante rapidez
de qué se trataba aquello de “estilo literario”. No es cambiar la manera
personal e intransferible en que un autor utiliza el lenguaje para crear una
obra, manifestándose a través de su selección de palabras, la estructura de las
oraciones, el tono, el ritmo y las figuras retóricas. Es simplemente mejorarla.
Los
comentarios que mis novelas reciben generalmente se refieren a “el estilo
elegante de la autora”, de lo cual me siento satisfecha, porque es el estilo
que decidí imprimir a mis obras, no importa de qué asunto traten. Claro que
también recibo comentarios bastante negativos en algunos casos, pero en lugar
de mortificarme trato de comprender a qué se refieren, porque no siempre es
bueno achacar a la envidia o algo por el estilo cuando dejan comentarios
negativos. Como dije arriba, no todos comprendemos las cosas de igual manera,
ni tampoco aprendemos con la misma facilidad.
Por lo que sé, creo que aún me falta mucho por aprender, y agradezco
cuando alguien me echa una mano y me corrige.
Cuando
tenía mi taller de costura, encontré una manera de hacerme entender con las
costureras. “Cuando hagas algo, hazlo como si el que fuera a recibirlo fuera
Dios. A Él no le gustaría un pantalón con el cierre torcido, una costura mal
pasada, un botón fuera de lugar, o una chaqueta mal forrada o una prenda mal
planchada”. Obviamente, ellas debían creer en Dios, porque de lo contrario no
me habrían hecho caso.
Y aquello
lo acostumbro llevar a mi vida personal. Si tengo que limpiar lo hago a fondo,
si debo planchar lo hago con placer, y si cocino, igual, me da gusto pensar que
Dios probará mi comida, paseará por mi casa limpia, vestirá la ropa bien planchada,
leerá mis libros. Creo en Dios. No tanto en las religiones, pero sé que hay una
fuerza poderosa que mueve el Universo.
Hasta la
próxima, amigos.
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