FG Labandal habla de LA LISTA
FG Labandal |
Pasar dieciocho años en la cárcel por un crimen no cometido. Si existen sufrimientos mayores a este, deben de ser pocos. La nueva novela de Blanca Miosi demuestra con realismo y maestría un tópico de este mundo: quien tiene dinero y amigos se burla de la justicia.
A Toni Montero le faltaban ambas cosas. Fue despreciado por su padre y criado por una madre soltera. El destino quiso que estuviese en el lugar y en el momento equivocado. Inexperto y casi sin reacción, atravesó un juicio plagado de pruebas plantadas y testigos falsos que lo enviaron al infierno de San Quintín, la única prisión del estado de California que cuenta con el corredor de la muerte. Y como si fuera poco, le mataron a su madre.
Las reglas de la prisión existían, pero no figuraban en ningún lado. A lo largo de los años, se dio cuenta de que San Quintín era una máquina transformadora de personas, una fábrica de criminales funcional al poder. La delincuencia lubricaba el engranaje económico y político de la sociedad. Y Toni no estaba exento a esta transformación, porque el odio comenzó a multiplicársele en la bodega de su alma. Y tarde o temprano debería aflorar, subir a la superficie para ser liberado. ¿Pero acaso la venganza no era un daño que produciría más daño? ¿No le habían enseñado eso?
Las casi dos décadas de reclusión le endurecieron el corazón, le enfriaron la mirada y le pusieron ojos en la espalda. También le dieron contactos. Un judío ricachón que había ido a la cárcel por matar a su mujer y a su amante. El hombre tocó las teclas de sus influencias para dejarlo en libertad. Entonces Toni Montero abandonó la prisión con una nueva identidad — Edmund West—, y con una lista de los responsables de haberlo metido en el infierno. Una lista de venganza, su nueva razón de vivir.
Hábil con los números, entró a trabajar al despacho contable de su mentor. Y poco a poco, se conectó con el crimen organizado de Los Ángeles. Entendió que el narcotráfico y la corrupción no eran fuerzas paralelas al Estado. Eran un Estado. En semejante entorno, Toni/Edmund deberá utilizar la inteligencia y el pulido instinto de supervivencia. Pero no le será fácil confiar en la gente. No le será fácil aceptar que se sentía solo. Porque la desconfianza es la madre de la soledad. Por fortuna, los encuentros con Martha pasarán de sexuales a maternales. Ella lo ayudará, le aplacará la sensación de aislamiento y le dará valor para llevar a cabo su objetivo.
Además del excelente argumento, Blanca acierta en la elección del estilo y del ritmo.
Con un lenguaje sobrio —y no por eso poco expresivo—, consigue meter al lector dentro del personaje principal. Es decir, a medida que leemos, iremos sufriendo, protestando y odiando a la par de Toni Montero. Y este es el aspecto más importante de una historia. Es la habilidad —a mi juicio— más sobresaliente de un escritor. Además, los pasajes duros, violentos, prescinden de los golpes bajos y del vocabulario soez. Blanca maneja muy bien el arte de sugerir. Pinta las escenas y apela a la inteligencia del lector para que las complete. Hace un uso moderado y calculado de la elipsis.
El ritmo de la novela podríamos calificarlo de «endiablado». Y para esto sobresalen dos cualidades: la dosificación de la información y los capítulos cortos. A pesar de sonar a cliché, el efecto de «querer leer un capítulo más» no es tan común ni fácil de lograr. En más de una ocasión he tenido que abandonar libros, o juntar toda mi paciencia y energía para no hacerlo. Creo que esa habilidad de «gancho» está subestimada, y por eso la subrayo en Blanca. Y para no ser pesado, terminaría por resaltar la muy buena ambientación, el realismo de los diálogos —uno realmente escucha diferentes voces—, y el final sorprendente, inesperado.
Los fanáticos del thriller, novela negra, suspense no querrán perderse La lista. Tampoco lo harán los lectores exigentes que saben leer entre líneas, que disfrutan del subtexto de las novelas.
A Toni Montero le faltaban ambas cosas. Fue despreciado por su padre y criado por una madre soltera. El destino quiso que estuviese en el lugar y en el momento equivocado. Inexperto y casi sin reacción, atravesó un juicio plagado de pruebas plantadas y testigos falsos que lo enviaron al infierno de San Quintín, la única prisión del estado de California que cuenta con el corredor de la muerte. Y como si fuera poco, le mataron a su madre.
Las reglas de la prisión existían, pero no figuraban en ningún lado. A lo largo de los años, se dio cuenta de que San Quintín era una máquina transformadora de personas, una fábrica de criminales funcional al poder. La delincuencia lubricaba el engranaje económico y político de la sociedad. Y Toni no estaba exento a esta transformación, porque el odio comenzó a multiplicársele en la bodega de su alma. Y tarde o temprano debería aflorar, subir a la superficie para ser liberado. ¿Pero acaso la venganza no era un daño que produciría más daño? ¿No le habían enseñado eso?
Las casi dos décadas de reclusión le endurecieron el corazón, le enfriaron la mirada y le pusieron ojos en la espalda. También le dieron contactos. Un judío ricachón que había ido a la cárcel por matar a su mujer y a su amante. El hombre tocó las teclas de sus influencias para dejarlo en libertad. Entonces Toni Montero abandonó la prisión con una nueva identidad — Edmund West—, y con una lista de los responsables de haberlo metido en el infierno. Una lista de venganza, su nueva razón de vivir.
Hábil con los números, entró a trabajar al despacho contable de su mentor. Y poco a poco, se conectó con el crimen organizado de Los Ángeles. Entendió que el narcotráfico y la corrupción no eran fuerzas paralelas al Estado. Eran un Estado. En semejante entorno, Toni/Edmund deberá utilizar la inteligencia y el pulido instinto de supervivencia. Pero no le será fácil confiar en la gente. No le será fácil aceptar que se sentía solo. Porque la desconfianza es la madre de la soledad. Por fortuna, los encuentros con Martha pasarán de sexuales a maternales. Ella lo ayudará, le aplacará la sensación de aislamiento y le dará valor para llevar a cabo su objetivo.
Además del excelente argumento, Blanca acierta en la elección del estilo y del ritmo.
Con un lenguaje sobrio —y no por eso poco expresivo—, consigue meter al lector dentro del personaje principal. Es decir, a medida que leemos, iremos sufriendo, protestando y odiando a la par de Toni Montero. Y este es el aspecto más importante de una historia. Es la habilidad —a mi juicio— más sobresaliente de un escritor. Además, los pasajes duros, violentos, prescinden de los golpes bajos y del vocabulario soez. Blanca maneja muy bien el arte de sugerir. Pinta las escenas y apela a la inteligencia del lector para que las complete. Hace un uso moderado y calculado de la elipsis.
El ritmo de la novela podríamos calificarlo de «endiablado». Y para esto sobresalen dos cualidades: la dosificación de la información y los capítulos cortos. A pesar de sonar a cliché, el efecto de «querer leer un capítulo más» no es tan común ni fácil de lograr. En más de una ocasión he tenido que abandonar libros, o juntar toda mi paciencia y energía para no hacerlo. Creo que esa habilidad de «gancho» está subestimada, y por eso la subrayo en Blanca. Y para no ser pesado, terminaría por resaltar la muy buena ambientación, el realismo de los diálogos —uno realmente escucha diferentes voces—, y el final sorprendente, inesperado.
Los fanáticos del thriller, novela negra, suspense no querrán perderse La lista. Tampoco lo harán los lectores exigentes que saben leer entre líneas, que disfrutan del subtexto de las novelas.
FG Labandal
Periodista, escritor
Autor de "Muertes silenciosas"
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