miércoles, 16 de octubre de 2013

Un exhaustivo análisis de EL LEGADO por la crítica literaria Ester González

Portada de la versión digital
Una de las cuestiones que más me interesan de una novela puede formularse como pregunta: ¿Cuál es la humanidad del relato?

En el caso de El Legado no vacilo en la respuesta: es la historia de un hombre condenado a arrastrar la cruz de su culpa hasta el fin de sus días. Hanussen es, en definitiva, una persona como cualquier otra: llevado por sus ambiciones, se engaña a sí mismo, se autojustifica, y no ve el abismo hasta caer en él. De allí en más toda su vida es solo una cosa: tratar de expiar esa culpa intentando impedir que el daño se propague.

                Pero su poder fue mayor que el del común de la gente y sus ambiciones más extremas que las de la mayoría de las personas; el daño causado, entonces, tiene ribetes apocalípticos. Sus actos no solo afectan a quienes lo rodean —su grupo familiar, amigos, los empleados de su empresa—: devienen en guerra, en muerte, terror. Y justamente por eso es pequeña la posibilidad de que logre revertir las consecuencias nefastas de su ambición, y le exige una tarea hercúlea.

                Alrededor de este eje se teje una historia que contiene tanto personajes y hechos de la Historia “grande” (Hitler, la Segunda Guerra), como cotidianos: las relaciones entre las personas, los afectos y traiciones, la familia, las esperanzas y amarguras cotidianas. Las que todos vivimos en la vida diaria. La fusión entre ambos planos está muy bien lograda; el lector pasa sin darse cuenta de uno a otro, una y otra vez. El resultado de esa fusión es que Hitler adquiere características tan humanas como la vacilación, la ignorancia, la confusión. Y, al mismo tiempo, la vida familiar de la descendencia de Hanussen es continuamente invadida por el plano de la gran Historia, la que puede tener efectos sobre toda la Humanidad.

                No es una novela histórica; es una ficción construida sobre hechos que la Historia recoge como importantes, y a los que da una nueva forma, un nuevo sentido, a la luz de esa ficción.

                La relación entre el nazismo y el ocultismo está, creo, bastante extendida y debatida, y se ha escrito mucho sobre ella. Digo “creo” porque no es un área de la que sepa mucho. En El Legado esta relación se aprovecha con maestría. ¿Por qué? Porque rescata una idea afianzada en el inconsciente colectivo: el mago, el brujo, la entidad oscura, el hombre de las sombras con poder para manipular a los hombres públicos. Y con ella ofrece una explicación para el ascenso de Hitler que resulta coherente. La calidad de esta explicación radica en que se ha prestado atención a los detalles históricos tanto como a la lógica interna de la “magia” de Hanussen; y eso le otorga verosimilitud. Para mí, como lectora, es un valor fundamental de El Legado: sabiendo que es ficción, me convenció de esa ficción que muestra.

                No deseo hablar de situaciones precisas, en honor a quienes aún no la han leído, pero no resisto el comentar que la idea del aprovechamiento de las emociones de la gente —y la forma con que se desarrolla esta idea— me resultó, como clave de la primera parte, fascinante.

                Si inicialmente la historia es una historia de hombres, luego se convierte en una historia de mujeres. Son ellas las que, en definitiva, deciden sobre el presente y sobre el futuro. Mujeres fuertes, con capacidad para elegir, para soportar el dolor, para ir en contra de los convencionalismos, para seguir su propio camino, para defenderse a sí mismas y también a quienes aman. Si Hanussen se negó a reconocer que todo poder tiene un precio, ellas —desde Alice hasta Justine— lo saben, lo aceptan. En el fondo, los esfuerzos que hace Hanussen para evitar el desastre final los hace en contra de ellas: es a ellas a las que no puede doblegar, vencer, lograr que hagan aquello que él desea. Él, que dominó a Hitler, que fue artífice de hechos que afectaron a la Humanidad, que maneja un imperio financiero y manipula gente de todas clases sociales en más de un continente, que planifica jugadas de ajedrez a largo plazo… él no puede dominarlas. Quizás porque no quiere: son su familia, y él las ama.

Así, Hanussen, que ejerció un poder que exigía el sacrificio del amor y de la descendencia para existir, termina en manos de Alice y Sofía, justamente porque ellas poseen y ejercen un poder que, para existir, exige la presencia del amor y el amor a la descendencia.

Ambas clases de poder son imágenes especulares entre sí.
Portada de la versión impresa

Creo que uno de los mejores aspectos de la novela es esto último, porque, en definitiva, Hanussen, Alice, Sofía, Albert, Oliver… quedan presos en su propia condición de seres humanos, y lo que sucede y lo que sucederá no es debido a la magia: ellos sienten y actúan como seres humanos.

La trama de la novela se extiende y entrecruza en diferentes caminos: una ambientación asociada con la descripción de sucesos históricos —el ascenso y caída de Hitler, la aparición del hippismo—; características de novela policial —la muerte de Will, las acciones de Klein—; las luchas individuales de los personajes para hacerse un lugar en el mundo —el taller de costura, los fondos para el Museo, por ejemplo—.

Sin dudas, la estructura de la novela, pensada y ejecutada en forma impecable, hace posible que estos diferentes caminos se incorporen hasta conformar una trama compleja y sólida, que atrae y lleva a leer El Legado en forma casi adictiva hasta la línea final. Valga como ejemplo de la calidad de esta estructura la precisión con que se introducen los personajes secundarios para anudar hilos de la trama. Por ejemplo, Rose aparece como personaje relacionado con la puesta en marcha del proyecto profesional de Alice, pero al mismo tiempo es quien salva la ignorancia de Alice con respecto a los sucesos en Europa (cuestión vital en el desarrollo de la narración); y luego su hija es motivo para que Alice se comunique con su padre, y a su vez ello es motivo para que se introduzca la idea de un laboratorio en manos de Hanussen, el cual a su vez tendrá importancia más tarde…

La prosa, fluida, claramente cuidada para no caer en extremos, y los diálogos, bien armados (hago una mención especial a los diálogos con la niña Sofía), se equilibran entre sí, dándole a la lectura dinamismo e impidiendo que el interés decaiga, cuestión que no es fácil de conseguir en una novela extensa.

Una mención particular sobre la figura de Welldone. Este personaje, envuelto en una nebulosa, siempre presente, nunca terminado de revelar, crea por sí mismo el eje más profundo de la trama. Si la forma de operar de Hanussen sobre Hitler aparece argumentada, descripta a través de técnicas y actos reducibles a tácticas y estrategias, el motivo último de estas acciones no llega a saberse… porque no sabemos quién fue Welldone y qué quería. En esa ignorancia se abre las puertas a reflexiones que quedan pendientes luego de la lectura de la novela. Welldone, que manipula el curso de la Historia como si fuera un dios y a través de una sabiduría que parece ser de un nivel superior, también parece patética y humanamente confuso en sus ideas e intentos. Por eso creo que el primer capítulo es importante: contiene las claves de lo que vendrá después. Welldone parece querer intervenir en el futuro de la Humanidad para bien de ella, a través de otorgarle conocimientos a ciertas personas, conocimientos que las harán poderosas… pero, ¿cómo elige a Hanussen y cómo lo convence de aceptar su oferta? ¡Por su ambición y a través de esa ambición, exacerbándola! En el capítulo 34, Alice le pregunta a John Klein: «¿Cree usted en el destino, John?». Él contesta: «Creo que lo que sucede es el resultado de nuestras acciones, para bien o para mal». Al igual que John, creo que El Legado no habla de la inevitabilidad del Destino, sino más  bien de una profecía autocumplida: el poder en manos de la ambición no requiere de influencias astrales para conducir al desastre, porque a su servicio terminará quedando tanto el odio como el amor. Por eso, en sus últimas decisiones, tanto Justine como Oliver sintetizan, en sí mismos, toda la historia previa, y el final de la novela —esperado o no— redondea la historia con precisión de cirujano.

Una novela para leer, disfrutándola como tal, en su historia y en la forma de narrar esa historia.
También una novela para reflexionar.


Esther González

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