Un muerto en la nevera
—Tiene buena vista desde aquí... —comentó el inspector, observando hacia abajo. Los vidrios de la ventana estaban sucios, y los bordes, manoseados—. Tal vez, digo, sólo tal vez, haya visto algo extraño últimamente.
—No he visto nada, inspector. ¿Por qué habría de hacerlo? No suelo inmiscuirme en los asuntos de nadie —respondió don Genaro.
—Si recuerda algo, por favor, llámeme. —El inspector de policía le entregó una tarjeta y salió del apartamento.
Había interrogado a todos los vecinos del viejo edificio y estaba harto de tantas tonterías. Su olfato le decía que alguno de ellos debía saber algo, pero, ¿quién? Arrancó con desgana el coche y se alejó del lugar.
Desde la ventana que daba al frente, don Genaro lo vio alejarse. Cerró la cortina y fue a prepararse un té; lo único que calmaba sus nervios. ¿Qué se habría creído el policía ese? No tenía la culpa de vivir en el único apartamento que tenía una ventana que daba al callejón. Cierto que en él sucedían cosas interesantes; en realidad, podía ver casi todo lo que ocurría por los alrededores, y no porque lo quisiera, ni porque fuese chismoso. Era imposible no verlo. «Lo que pasa es que los policías no hacen su trabajo y pretenden que sea uno quien resuelva sus problemas» pensó, despectivo.
Un muerto en la nevera. Si él hubiese encontrado un muerto en su nevera, con seguridad no saldría gritando a voces, como la vecina de abajo. Lo sacaría, tal vez cortado en pedazos, de esa manera sería más fácil deshacerse del cuerpo sin despertar sospechas. El asunto es que su nevera se había dañado hacía meses y tenía que pedir favores a los vecinos para guardar los comestibles. Qué curioso, cada persona a la que preguntó qué habría hecho de encontrar un muerto en su nevera, le dio una respuesta diferente.
Doña Jacinta opinó que antes de llamar a la policía echaría llave a la nevera para que sus hijos no se enterasen, porque para ella lo primero era la tranquilidad de sus niños. Después, vería la forma de sacarlo en una bolsa grande con ayuda de su hermano, para arrojarlo al canal. Opinaba que la policía sólo traería problemas.
Pedro, el carnicero, dijo que lo cortaría en pequeños trocitos con la sierra eléctrica, aunque don Genaro dudaba que fuese a botar los restos, pues por su negocio ni siquiera merodeaban los gatos.
La peruana del segundo piso, la que trabajaba en el bar, después de pensarlo mucho, dijo que lo envolvería como una momia peruana, según ella, las envolvían sentadas, y la hubiese llevado por la noche en la silla de ruedas de su difunto hermano hasta la puerta del museo, que quedaba a siete cuadras de allí. La muy tonta no sabía que era un museo de arte moderno. «Aunque pensándolo bien, tal vez un muerto envuelto en tiras de tela, en la actualidad sea considerado arte moderno», pensó don Genaro.
Lo curioso del caso es que nadie acudiría a las autoridades, excepto la anciana de abajo que había salido gritando después de llamar a la policía. Don Genaro supuso que ella era la más tranquila de la vecindad; de haber previsto su reacción, hubiese elegido otra nevera. Miró la tarjeta que el inspector le había dejado y la rompió en pedacitos. Terminó de tomar su taza de té ya frío. Era lo único que calmaba sus nervios.
—No he visto nada, inspector. ¿Por qué habría de hacerlo? No suelo inmiscuirme en los asuntos de nadie —respondió don Genaro.
—Si recuerda algo, por favor, llámeme. —El inspector de policía le entregó una tarjeta y salió del apartamento.
Había interrogado a todos los vecinos del viejo edificio y estaba harto de tantas tonterías. Su olfato le decía que alguno de ellos debía saber algo, pero, ¿quién? Arrancó con desgana el coche y se alejó del lugar.
Desde la ventana que daba al frente, don Genaro lo vio alejarse. Cerró la cortina y fue a prepararse un té; lo único que calmaba sus nervios. ¿Qué se habría creído el policía ese? No tenía la culpa de vivir en el único apartamento que tenía una ventana que daba al callejón. Cierto que en él sucedían cosas interesantes; en realidad, podía ver casi todo lo que ocurría por los alrededores, y no porque lo quisiera, ni porque fuese chismoso. Era imposible no verlo. «Lo que pasa es que los policías no hacen su trabajo y pretenden que sea uno quien resuelva sus problemas» pensó, despectivo.
Un muerto en la nevera. Si él hubiese encontrado un muerto en su nevera, con seguridad no saldría gritando a voces, como la vecina de abajo. Lo sacaría, tal vez cortado en pedazos, de esa manera sería más fácil deshacerse del cuerpo sin despertar sospechas. El asunto es que su nevera se había dañado hacía meses y tenía que pedir favores a los vecinos para guardar los comestibles. Qué curioso, cada persona a la que preguntó qué habría hecho de encontrar un muerto en su nevera, le dio una respuesta diferente.
Doña Jacinta opinó que antes de llamar a la policía echaría llave a la nevera para que sus hijos no se enterasen, porque para ella lo primero era la tranquilidad de sus niños. Después, vería la forma de sacarlo en una bolsa grande con ayuda de su hermano, para arrojarlo al canal. Opinaba que la policía sólo traería problemas.
Pedro, el carnicero, dijo que lo cortaría en pequeños trocitos con la sierra eléctrica, aunque don Genaro dudaba que fuese a botar los restos, pues por su negocio ni siquiera merodeaban los gatos.
La peruana del segundo piso, la que trabajaba en el bar, después de pensarlo mucho, dijo que lo envolvería como una momia peruana, según ella, las envolvían sentadas, y la hubiese llevado por la noche en la silla de ruedas de su difunto hermano hasta la puerta del museo, que quedaba a siete cuadras de allí. La muy tonta no sabía que era un museo de arte moderno. «Aunque pensándolo bien, tal vez un muerto envuelto en tiras de tela, en la actualidad sea considerado arte moderno», pensó don Genaro.
Lo curioso del caso es que nadie acudiría a las autoridades, excepto la anciana de abajo que había salido gritando después de llamar a la policía. Don Genaro supuso que ella era la más tranquila de la vecindad; de haber previsto su reacción, hubiese elegido otra nevera. Miró la tarjeta que el inspector le había dejado y la rompió en pedacitos. Terminó de tomar su taza de té ya frío. Era lo único que calmaba sus nervios.
un blog interesantísimo. Para empezar, voy a acercarme a Morris West, que Ud. me ha puesto delante como un anzuelo... tengo la "virtud" de no conocerlo, lo que me abre mundos nuevos.
ResponderEliminarLuego, con cierto temor, me acercaré a sus libros, pues la literatura actual me da miedo. debe ser por la edad, ¿sabe?
Quiero expresarle mi apoyo moral contra ese tirano que soportan Ud. -amigo del que soporto yo, por cierto- y espero por eso que ambos vayan pronto al infierno. Así sea. Un placer entrar en un blog inteligente. Gracias, charlete.
...Verá que la he incluido entre mi selección de blogs.
ResponderEliminar¿Un cadáver en la nevera? ¡jamás se me hubiese ocurrido algo tan macabro! jiji
ResponderEliminarBuen relato, Blanca, pero eso no es nuevo ¿verdad? Eres una estupenda escritora.
Besos
Me encanta como con pocas palabras pintas unos personajes y creas una historia...."que dá frío". Besos
ResponderEliminarVaya, en uno de mis cuentos, la protagonista esconde el cadáver de su madre en un congelador para poder verse con su amante, a salvo de su marido. Hemos coincidido en ese aspecto. Por lo demás un micro muy interesante, bien escrito y que te arrastra hasta el final. Un abrazo.
ResponderEliminarAgatha Christie hace su aparición, perdona la comparación pero encuentro tu relato en esa misma tónica, te atrapa desde la primera línea y ya no puedes parar hasta el final.
ResponderEliminarUn saludo.
El título me gusta mucho, pero me ha parecido muy corto.
ResponderEliminarBlanca, he leído tu relato en la revista RománTica y es muy original
Un beso.
Bienvenido, Luis, he intentado entar en tu blog sin mucho éxito, tal vez sean problemas de conexión.
ResponderEliminarVes la vida de una manera optimista, ja, ja, al decir que tienes la "virtud" de no conocer a Morris West, es como ver siempre el vaso medio lleno, ¿no?
Muchas gracias por su apoyo, no hay peor lucha que la que no se hace.
Un abrazo,
Blanca
Querida MJesus, siempre tienes palabras lindas, para mí.
ResponderEliminarMuchas gracias por leer mi cuento!
Besos!
Blanca
Winnie:
ResponderEliminarLa historia da frío, es cierto, imagínate, con un muerto congelándose... ja, ja,
Besos!
Blanca
¡La mujer escondió el cadáver de su madre en un congelador para verse con su amante?
ResponderEliminar¡Madre mía! tú si que escribes historias tétricas!, tengo que leer ese cuento. ¿Lo tienes en tu blog?
Besos!
Blanca
Dean, Agatha Christie fue mi autora favorita cuando niña, tal vez se me haya pegado algo, aunque no le llegue ni a las rodillas, je, je,
ResponderEliminarMuchas gracias por visitarme y leer mi cuento, amigo,
Besos
Blanca
Arlette, tengo que descargar Romanticas, no he podido hacerlo no sé por qué. El enlace que me pasaste no abre. Pasé por Facebook y también lo intenté y nada, tal vez ahora esté la cosa más fácil, pasaré en un rato por ahí.
ResponderEliminarMuchas gracias, amiga, tu opinión es invaluable.
Besos!
Blanca
Pobre Don Genaro, quizás sueña convertirse en un psicópata consagrado, pero sus nervios y falta de inseguridad lo traicionaron. Lamentablemente la nevera jugó en su contra; de haber funcionado, hubiese congelado a la anciana, la fileteaba en Carpaccio y ofrecía una fiesta a sus vecinos para deshacer la evidencia.
ResponderEliminarExcelente cuento querida amiga.
Un cordial abrazo,
Daniel DC
ME gustó tu cuento, Blanca. Es uno de esos relatos que te agarran y que no te sueltan hasta el final. !Bravo! Es curioso cómo pueden pensar varias personas con respecto a mismo asunto: Una idea por cada individuo. Cave muy bien el dicho: "Cada cabeza es un mundo"
ResponderEliminarUn Abrazo
Ja, ja, ja, Daniel, qué cosas tienes, carpaccio a la nevera, tremenda fiesta se hubiera armado!
ResponderEliminarGracias por pasar, amigo, ya vi que cerraste los comentarios, así que misión imposible, si antes era difícil ahora ni hablar!
Besos!
Blanca
Blanca, ya deshabilité la seguridad en los comentarios del Blog. Puedes pasar cuando quieras y dejar tus impresiones.
ResponderEliminarUn beso,
Daniel DC
Ja,ja..un relato genial, Blanca. Te felicito, me encantó lo del carnicero y las sospechas del viejo Genaro a que realmente se deshiciera de los restos... Como siempre, eres una maestra del relato, amiga.
ResponderEliminarUn abrazo.
Me encanta que te haya gustado, Sergio, me divertí mucho escribiéndolo!
ResponderEliminarBesos!
Blanca
¡Vaya con don Genaro, qué calladito se lo tenía! Me gusta la frescura del cuento (y no porque salga de la nevera, jeje), me gusta la narración tranquila, como esa taza de té, que sin embargo relata una verdadera tragedia. Queda convertida en menos tragedia. Un abrazo.
ResponderEliminarBreve y conciso. Las meditaciones de Genaro están muy bien construidas, y encontré bueno el relato.
ResponderEliminarMe agrada mucho cuando pones cuentos tuyos, son interesantes de leer, siempre tienen un humor negro.
Cariños,
Venator
Escalofriante! Como me gustan tus relatos Blanca.
ResponderEliminarEste esta muy bueno, tiene suspenso, tiene la medida justa, los personajes bien caracterizados, y excelente los detalles.