Las cartas, por Blanca Miosi
Miraba el pedazo de papel que tenía en sus manos, ajado de tanto leerlo, y encerrado en esas cuatro paredes pasaba las horas aguardando con desesperación el día siguiente, cuando la enfermera le hiciera entrega de otra misiva. Eran el leitmotiv de su vida, y a pesar de no entender el idioma en el que estaban escritas, cada día en uno diferente, sabía que su contenido era importante, tanto, que su angustia se acrecentaba con el paso de las horas. Estaba seguro de que la única persona que comprendía todo era la enfermera que se las entregaba; una pequeña mujer de menos de un metro cuarenta, de mirada inteligente y apariencia sombría. Aunque nunca había querido decirle quién las enviaba, o no lo sabía. Pobre, no era su culpa, ella era tan prisionera como él si no, ¿qué hacía en ese lugar siniestro?
Las colocaba una sobre otra después de pasar horas tratando de dilucidar su contenido, hasta formar con ellas pequeños montones. El cuarto estaba lleno de papeles arrugados cuidadosamente dispuestos unos sobre otros. Cuando el psiquiatra iba a visitarlo decía que en ellas no había nada escrito. ¿Qué sabía él? Pensaba.
Pero esa mañana... esa mañana la carta estaba escrita en español. Podía entenderla y no lo podía creer. Tantos años, tanto tiempo, y sólo había recibido una en su idioma. Volvió a posar sus ojos en las escuetas líneas:
“Todas las demás cartas que te mandé estaban vacías, en ésta te digo que vendré por ti, ya no puedo seguir esperando”
¿Quién la habría escrito? Él no sabía quién deseaba venir por él, pero estaba seguro de que era una mujer, lo presentía, lo sentía en la piel, las letras se lo decían, y él sabía muy bien cuándo eran de mujer. A partir de ese momento la única pregunta que tuvo en mente fue ¿Quién? ¿Quién? ¿Quién no pudo seguir esperando? ¿Cómo era posible que alguien que le había escrito durante tanto tiempo dijera las cartas estaban vacías y que no podía seguir esperando? ¿Esperando qué? Aguardaría la visita del psiquiatra.
Sabía que él tenía la respuesta. Era el único que le había dicho que las cartas estaban vacías.
—Doctor, ¿recuerda que siempre me dice que están en blanco? Y ahora dice que nunca existieron. Creo que usted está demente. Sé que allá afuera hay alguien que estuvo escribiéndome muchos años, pero yo, torpe de mí, no pude traducir sus cartas… pero esta que tengo aquí es muy clara. Ella vendrá por mí, ¿lo sabe, no? Sé que está impaciente.
A través de la diminuta ventana con barrotes, la enfermera que medía un metro cuarenta alcanzó a ver al desgraciado hablando solo. El pobre agitaba la mano como si enseñase algo, sin notar que la sombra inmóvil en un rincón empezaba a moverse. Abrazó al pobre loco que murió con la felicidad reflejada en el rostro.
B. Miosi
Las colocaba una sobre otra después de pasar horas tratando de dilucidar su contenido, hasta formar con ellas pequeños montones. El cuarto estaba lleno de papeles arrugados cuidadosamente dispuestos unos sobre otros. Cuando el psiquiatra iba a visitarlo decía que en ellas no había nada escrito. ¿Qué sabía él? Pensaba.
Pero esa mañana... esa mañana la carta estaba escrita en español. Podía entenderla y no lo podía creer. Tantos años, tanto tiempo, y sólo había recibido una en su idioma. Volvió a posar sus ojos en las escuetas líneas:
“Todas las demás cartas que te mandé estaban vacías, en ésta te digo que vendré por ti, ya no puedo seguir esperando”
¿Quién la habría escrito? Él no sabía quién deseaba venir por él, pero estaba seguro de que era una mujer, lo presentía, lo sentía en la piel, las letras se lo decían, y él sabía muy bien cuándo eran de mujer. A partir de ese momento la única pregunta que tuvo en mente fue ¿Quién? ¿Quién? ¿Quién no pudo seguir esperando? ¿Cómo era posible que alguien que le había escrito durante tanto tiempo dijera las cartas estaban vacías y que no podía seguir esperando? ¿Esperando qué? Aguardaría la visita del psiquiatra.
Sabía que él tenía la respuesta. Era el único que le había dicho que las cartas estaban vacías.
—Doctor, ¿recuerda que siempre me dice que están en blanco? Y ahora dice que nunca existieron. Creo que usted está demente. Sé que allá afuera hay alguien que estuvo escribiéndome muchos años, pero yo, torpe de mí, no pude traducir sus cartas… pero esta que tengo aquí es muy clara. Ella vendrá por mí, ¿lo sabe, no? Sé que está impaciente.
A través de la diminuta ventana con barrotes, la enfermera que medía un metro cuarenta alcanzó a ver al desgraciado hablando solo. El pobre agitaba la mano como si enseñase algo, sin notar que la sombra inmóvil en un rincón empezaba a moverse. Abrazó al pobre loco que murió con la felicidad reflejada en el rostro.
B. Miosi
Ay BLanca qué triste y a la vez qué lleno de la esperanza de morir en la locura siendo feliz...Me ha encantado. Besos y feliz finde
ResponderEliminarBlanca,
ResponderEliminarComo te había adelantado, acabo de publicar una entrada sobre tu libro, :-).
http://alaurenza.blogspot.com/2010/02/el-legado-la-hija-de-hitler.html
Un abrazo!
Alejandro.
Muy emotivo.
ResponderEliminarFeliz fin de semana.
Hola Blanca:
ResponderEliminarDemasiada razón parece locura y demasiada locura parece razonable, esto hace de la locura algo espléndido.
(Lord Demerted)
Besos
Tessa
Querida Blanca, tienes una capacidad innata para, en las pocas líneas de un relato corto, acongojar nuestro corazón con historias impactantes.
ResponderEliminarPobre loco que en su locura encuentra la felicidad suprema, pensando que los locos son los demás porque no le entienden.
Hermoso y triste a la vez, como la vida misma. Me ha encantado.
Un abrazo.
Incomprensible, pero es así. Un relato llevado entre pliegues de melancolía; tristemente bello.
ResponderEliminarHasta dónde puede llevarnos el sentido para dejar de tenerlo. Cuál es el límite que divide la sensatez de la locura, y dónde se pierde la cordura que una vez alcanzamos, si es que fue así. Espero ser locamente prudente, o prudente dentro de mi locura.
Besos, amiga.
Mián Ros
La ternura de la demencia llevada al extremo en este relato triste y bello. Feliz domingo.
ResponderEliminarUn abrazo.
¡Cuánta emoción en unas pocas líneas!
ResponderEliminarMe has llenado de esa ternura que nos provocan los ancianos, los que agotan los días perdidos en su propio mundo; esos que han vivido y amado tanto, que hasta la memoria la llevan tan gastada y agotada como los pies.
Gracias, Blanca. Me voy con un pellizquito en el corazón.
Me ha encantado el relato, sobre todo el primer párrafo. Creo que es de una grandísima perfección narrativa, de una belleza que es difícil encontrar en foros, y muchos menos, en libros escritos hoy. Te felicito, amiga. Me has dejado sin palabras.
ResponderEliminarSErgio.
Tienes un premio a tu blog, preciosa. Pasa por el mío y te enterarás de qué va todo esto.
ResponderEliminarUn beso enorme.
El amor y la locura dicen que van undos de la mano. Precioso relato, blanca, tienes una cualidad; no necesitas muchas palabras para describir una historia.
ResponderEliminarGracias ! Winnie!
ResponderEliminarAlejandro,
ResponderEliminarMuchas gracias por leer mi libro, y por tan linda reseña en tu blog, acabo de pasar por ahí, y es todo un honor!
Besos!
Blanca
Arlette: Un millón de gracias por leerme.
ResponderEliminarTessa: Esa cita es todo un cuento!
Besos!
Armando,
ResponderEliminarMe encanta la lectura que das a lo que escribo, es cierto, los locos piensan que los demás lo son.
Este cuento está dedicado a todos los locos locos!
Besos!
¿Tristemente bello, Mian?
ResponderEliminarQué linda manera de describir mi cuento!
Muchas gracias por comentar, amigo,
Besos,
Blanca
Maribel, estoy contigo cien por cien,
ResponderEliminargracias amiga,
Besos!
Blanca
Ángeles:
ResponderEliminarPasé por tu blog a recoger mi premio
¡Un millón de gracias!
¡besos!
Blanca
Pero qué "peazo" de comentario me has dejado, Sergio!
ResponderEliminarGracias por tan buen concepto, esas palabras me dan aliciente para proseguir en esta locura...
Besos!
Blanca
Uy, Blanca, eso fue, hermoso sorprendente!!1 No esperaba ese final. !Pobre loco!!
ResponderEliminarUn Beso
Un relato enternecedor, Blanca, no hay mejor forma de morir que con ilusión.
ResponderEliminarBesos.
Gracias, Vicsabelle! Lolita!
ResponderEliminarUn beso a ambas!
Blanca
Querida Blanca, impactante relato. La locura siempre me produjo terror, eso de no tener control sobre uno mismo...
ResponderEliminarMuy buena cadencia en el relato, aumentando la intriga según se avanza en él. El final, es acojonante, la visión de la enfermera, cuando ve al paciente hablar solo y agitar algo que no está y esa sombra que no percibe que se acerca, esa sombra... esa sombra es la que me deja pensando. Quién sabe qué puertas abre una mente en ese estado, porque al final ella sí vino a buscarlo. Genial. Tienes maestría para el misterio y ya sabes cómo me gusta. Lo he disfrutado mucho.
Un abrazo enorme, amiga,
Margarita
Blanca, no es la misma versión que subiste en Prosófagos; el final está totalmente cambiado: ahora se cerraron algunos posibles caminos interpretativos, pero a cambio de han abierto otros.
ResponderEliminarYo... la verdad, me quedé enganchada con la idea de que la muerte le hubiera escrito cartas. De que a solo los locos le escriba cartas. O, quizás, que solo los locos las pueden leer, porque son los únicos que ven las palabras en el papel, o incluso al propio papel. Ya sé, no es la lectura que correspondería, ya sé... pero, amiga, está allí esa interpretación, y me parece fantástica para pensarla, jejeje.
Abrazos,
Esther
Esther, ¿cómo que no está allí? ¡es básicamente la idea! así es como imaginé el cuento, o sea que tu interpretación es correcta.
ResponderEliminarTú sabes que me gustan las historias que no lo dicen todo, me gusta que el lector complete lo que falta, pero no que complete cualquier cosa, sino que sea inducido porque no queda otro camino.
Un abrazo a miga, y gracias por tu lectura.
Blanca, me ha gustado mucho tu cuento, reflejaste muy bien la locura y el final feliz del pobre anciano.
ResponderEliminarcariños,
Venator