PISO DOCE, Por Blanca Miosi
Se subió el cuello del abrigo para cobijarse del viento que azotaba Manhattan mientras caminaba hacia algún hotel. Por segunda vez se había retrasado el vuelo, sus intentos de conseguir cupo en otra aerolínea habían resultado vanos. Pensó en Aurora, la imaginaba preocupada esperando verlo aparecer en cualquier momento. Maldijo el móvil una vez más, sólo se oía: «Su llamada será desviada al buzón, cuando escuche el tono deje su mensaje». El sonido impersonal de la voz seguía grabado en su cerebro desde su último intento.
«Habrá que aguardar a que el clima mejore, se espera una fuerte nevada, muchos vuelos se han retrasado». Dijeron en el aeropuerto, como si fuese consuelo que otros cientos estuviesen en la misma situación. Pasaría la Nochevieja del 2009 en Nueva York. Ya lo había decidido, pero los hoteles estaban repletos.
La ciudad hervía de gente, las vidrieras, las luces que adornaban los edificios, las de los adornos navideños, todo semejaba uno de esos sueños fantásticos, donde todo era posible. Un taxi se detuvo a su lado. Un taxi. Un milagro. Sin pensarlo más abrió la portezuela y se zambulló en el coche.
—¿Adónde lo llevo, jefe?
—A un hotel.
El chofer lo miró a través del retrovisor.
—¿Para dormir?
—Por supuesto, ¿para qué, si no? —dijo, sintiéndose ridículo apenas cerró la boca.
—Hay muchos lugares de diversión esta noche, puedo llevarlo a...
—Estoy cansado, consiga un hotel donde pueda dormir, por favor —interrumpió.
—...un hotel en el Barrio Chino. Por aquí no encontraremos nada libre.
—Vayamos al Barrio Chino entonces.
—¿No es de aquí, eh?
—Debo regresar a Hammond, pero los vuelos están cancelados.
—¿Hammond?
—Indiana.
—Ah.
A través de la ventanilla del coche vio que estaban en la avenida Bowery. El conductor dobló en una de las esquinas y detuvo el coche frente a un edificio gris de seis pisos. Arriba de una puerta de vidrio en letras que en un tiempo fueron doradas, rezaba: Hotel de la Suerte. Pagó lo que marcaba el taxímetro y dejó el cambio. Bajó y fue directamente al hotel. A través de la puerta de vidrio todo se veía de una coloración rojiza, tonalidad que se acentuó al entrar, pues provenía de los faroles chinos rojos que colgaban del techo. Detrás del mostrador una mujer de rasgos asiáticos inclinó ligeramente la cabeza y le regaló una leve sonrisa.
—Buenas noches, señor.
—Buenas noches. Una habitación, por favor.
—¿Por cuánto tiempo?
—Aún no lo sé. Tal vez dos días.
La mujer china tomó sus datos, y le entregó una tarjeta.
—Piso doce, habitación 1210.
—¿Piso doce? Creo que no existe el piso doce.
Ella sólo lo miró y le señaló el ascensor con un gesto de las cejas. Estaba demasiado cansado para discutir. Prefirió quedarse callado y entró al elevador. Se fijó que el tablero marcaba hasta el número doce. Marcó su piso y esperó a que la luz intermitente se apagara al llegar. El ascensor se detuvo con un largo quejido. Se escuchó otro sonido lastimero al deslizarse la puerta hacia un lado y un largo pasillo desnudo se ofreció ante su vista. Al final, una puerta. Su habitación, supuso. En efecto era la 1210. Deslizó la tarjeta por la ranura y la mujer del mostrador le dio la bienvenida. Llevaba puesto un traje de seda color carne, pegado como una segunda piel. Se le acercó y recibió su pequeña valija, colocándola a un lado, luego le ayudó a quitarse el abrigo, y prosiguió con toda su ropa, con movimientos delicados, tan sutiles que parecía no tocarlo. Una vez que estuvo desnudo lo llevó a la cama y fue cuando él se dio cuenta que el vestido de seda no existía. Era su piel, tan suave al tacto que sus dedos parecían deslizarse, creyó que soñaba pero sabía que estaba despierto; experimentaba un placer desconocido: el que la bella asiática le proporcionaba sin permitirle un momento de descanso, hasta dejarlo exhausto como si hubiese corrido el Maratón de Nueva York.
Cuando abrió los ojos se encontró solo en la cama. Tenía el pijama puesto, al parecer había dormido tanto que ya el pálido sol del invierno se colaba por las rendijas que dejaban a los lados las cortinas rojas. Sobre la mesa de noche, su reloj de pulsera marcaba las tres de la tarde, pero el indicador de la fecha parecía haberse dañado. Abrió las cortinas y la luz entró eliminando cualquier rezago fantasmagórico que quedara en el cuarto y sobre todo, en su mente. Parecía que el clima permitiría que su vuelo pudiese partir. Se dio una ducha rápida y bajó a la recepción. Un hombre de rasgos asiáticos lo atendió y le dio una mirada cómplice cuando recibió la tarjeta. Salió y tomó un taxi de la fila que esperaba en la puerta del hotel.
—¿Al aeropuerto?
—Sí, a Newark, por favor.
—¿Qué tal recibió el año?
—Bien, gracias. —Recordó en ese instante que así había sido, en efecto. Pero ya no estaba seguro. Miró la hora: tres y treinta. Se dio un golpe en la frente, debió llamar a Aurora desde el hotel. Su celular estaba descargado—. Debo hacer una llamada, ¿podría detenerse en algún teléfono público?
—Puede usar mi móvil —ofreció el conductor.
—Muchas gracias, es que debo hablar con mi esposa —explicó, sin saber por qué.
El chofer sonrió con picardía, al tiempo que le alcanzaba el móvil.
—Creo que debía modificar la fecha. Dice 2010.
—Es el primer día de enero del año 2010 —aclaró el chofer.
—¿Aurora?, mi amor, llegaré esta noche, creo que esta vez...
Un seco golpe al otro lado de la línea le indicó que había cortado. Miró al chofer.
—Repítame lo que dijo, por favor.
—Es el primer día de enero del año 2010 —repitió pacientemente el conductor, mientras giraba hacia la avenida Canal.
B. Miosi
«Habrá que aguardar a que el clima mejore, se espera una fuerte nevada, muchos vuelos se han retrasado». Dijeron en el aeropuerto, como si fuese consuelo que otros cientos estuviesen en la misma situación. Pasaría la Nochevieja del 2009 en Nueva York. Ya lo había decidido, pero los hoteles estaban repletos.
La ciudad hervía de gente, las vidrieras, las luces que adornaban los edificios, las de los adornos navideños, todo semejaba uno de esos sueños fantásticos, donde todo era posible. Un taxi se detuvo a su lado. Un taxi. Un milagro. Sin pensarlo más abrió la portezuela y se zambulló en el coche.
—¿Adónde lo llevo, jefe?
—A un hotel.
El chofer lo miró a través del retrovisor.
—¿Para dormir?
—Por supuesto, ¿para qué, si no? —dijo, sintiéndose ridículo apenas cerró la boca.
—Hay muchos lugares de diversión esta noche, puedo llevarlo a...
—Estoy cansado, consiga un hotel donde pueda dormir, por favor —interrumpió.
—...un hotel en el Barrio Chino. Por aquí no encontraremos nada libre.
—Vayamos al Barrio Chino entonces.
—¿No es de aquí, eh?
—Debo regresar a Hammond, pero los vuelos están cancelados.
—¿Hammond?
—Indiana.
—Ah.
A través de la ventanilla del coche vio que estaban en la avenida Bowery. El conductor dobló en una de las esquinas y detuvo el coche frente a un edificio gris de seis pisos. Arriba de una puerta de vidrio en letras que en un tiempo fueron doradas, rezaba: Hotel de la Suerte. Pagó lo que marcaba el taxímetro y dejó el cambio. Bajó y fue directamente al hotel. A través de la puerta de vidrio todo se veía de una coloración rojiza, tonalidad que se acentuó al entrar, pues provenía de los faroles chinos rojos que colgaban del techo. Detrás del mostrador una mujer de rasgos asiáticos inclinó ligeramente la cabeza y le regaló una leve sonrisa.
—Buenas noches, señor.
—Buenas noches. Una habitación, por favor.
—¿Por cuánto tiempo?
—Aún no lo sé. Tal vez dos días.
La mujer china tomó sus datos, y le entregó una tarjeta.
—Piso doce, habitación 1210.
—¿Piso doce? Creo que no existe el piso doce.
Ella sólo lo miró y le señaló el ascensor con un gesto de las cejas. Estaba demasiado cansado para discutir. Prefirió quedarse callado y entró al elevador. Se fijó que el tablero marcaba hasta el número doce. Marcó su piso y esperó a que la luz intermitente se apagara al llegar. El ascensor se detuvo con un largo quejido. Se escuchó otro sonido lastimero al deslizarse la puerta hacia un lado y un largo pasillo desnudo se ofreció ante su vista. Al final, una puerta. Su habitación, supuso. En efecto era la 1210. Deslizó la tarjeta por la ranura y la mujer del mostrador le dio la bienvenida. Llevaba puesto un traje de seda color carne, pegado como una segunda piel. Se le acercó y recibió su pequeña valija, colocándola a un lado, luego le ayudó a quitarse el abrigo, y prosiguió con toda su ropa, con movimientos delicados, tan sutiles que parecía no tocarlo. Una vez que estuvo desnudo lo llevó a la cama y fue cuando él se dio cuenta que el vestido de seda no existía. Era su piel, tan suave al tacto que sus dedos parecían deslizarse, creyó que soñaba pero sabía que estaba despierto; experimentaba un placer desconocido: el que la bella asiática le proporcionaba sin permitirle un momento de descanso, hasta dejarlo exhausto como si hubiese corrido el Maratón de Nueva York.
Cuando abrió los ojos se encontró solo en la cama. Tenía el pijama puesto, al parecer había dormido tanto que ya el pálido sol del invierno se colaba por las rendijas que dejaban a los lados las cortinas rojas. Sobre la mesa de noche, su reloj de pulsera marcaba las tres de la tarde, pero el indicador de la fecha parecía haberse dañado. Abrió las cortinas y la luz entró eliminando cualquier rezago fantasmagórico que quedara en el cuarto y sobre todo, en su mente. Parecía que el clima permitiría que su vuelo pudiese partir. Se dio una ducha rápida y bajó a la recepción. Un hombre de rasgos asiáticos lo atendió y le dio una mirada cómplice cuando recibió la tarjeta. Salió y tomó un taxi de la fila que esperaba en la puerta del hotel.
—¿Al aeropuerto?
—Sí, a Newark, por favor.
—¿Qué tal recibió el año?
—Bien, gracias. —Recordó en ese instante que así había sido, en efecto. Pero ya no estaba seguro. Miró la hora: tres y treinta. Se dio un golpe en la frente, debió llamar a Aurora desde el hotel. Su celular estaba descargado—. Debo hacer una llamada, ¿podría detenerse en algún teléfono público?
—Puede usar mi móvil —ofreció el conductor.
—Muchas gracias, es que debo hablar con mi esposa —explicó, sin saber por qué.
El chofer sonrió con picardía, al tiempo que le alcanzaba el móvil.
—Creo que debía modificar la fecha. Dice 2010.
—Es el primer día de enero del año 2010 —aclaró el chofer.
—¿Aurora?, mi amor, llegaré esta noche, creo que esta vez...
Un seco golpe al otro lado de la línea le indicó que había cortado. Miró al chofer.
—Repítame lo que dijo, por favor.
—Es el primer día de enero del año 2010 —repitió pacientemente el conductor, mientras giraba hacia la avenida Canal.
B. Miosi
no te miento si te digo que me ha caido de la silla, 2010? dios mios el cuento ha dado tal giro que me has dejado sin palabras.
ResponderEliminarpreciosa historia Blanca, que buena forma de comenzar el año
un beso y gracias
¡hola, Blanquita!
ResponderEliminarFeliz año nuevo, en cuanto pueda vengo a leerte despacio que tengo a mis sobrinos.
un beso.
wow!!! Un final impactante, de los que dejan un gran sabor de boca (y de paso los pelos como escarpias). Magistral. Quizás habrías podido meter una disimulada referencia al año en que se inicia el relato, para que el contraste sea aún más claro. Pero insisto, un relato magnífico, claro y sencillo pero a la vez impactante.
ResponderEliminarPor cierto, acabo de fijarme en que tienes una referencia en la columna a "Nunca en las cenizas del olvido", el anuario de relatos de la editorial Novaltea. Curioso, porque yo voy a formar parte con uno de mis relatos del segundo tomo de ese recopilatorio.
Un beso.
Magnífico relato, me ha encantado. Como siempre te digo escribes de un modo muy visual, leer tus textos es como ver una película. Está muy bien dosificado el misterio, sin estridencias, con elegancia y sensualidad. Si alguna misión tiene la literatura es, entre otras, entretener y divertir, y lo logras con creces con esta historia perfecta.
ResponderEliminarQuizás, la referencia que comenta Javier Pellicer en cuanto al año
no hubiese estado de más, aunque dadas las fechas en las que nos encontramos todos suponemos que el protagonista esperaba el 2009.
Felicidades por este estupendo relato.
Un abrazo.
pasate por mi blog, hay algo para ti
ResponderEliminar¡maestra!
ResponderEliminarde acuerdo con la anotación que te hace Javier Pellicer, le falta eso.
Gracias, aprendo mucho de ti.
te quiero.
6 pisos por 12 y una noche por un año...Es bueno que existan hoteles donde perder la noción del tiempo. Naturalmente no son aconcejables para los que son la razón de alguna espera, pero si para los que deseen experimentar las milenarias técnicas de
ResponderEliminarrelajación oriental...
Fluído y entretenido tu cuento, Blanca, saludos y vuelvo a desearte un excelente año.
Blanca, me encantó tu relato y poco más puedo añadir a los comentarios tan acertados que te han dejado los demás contertulios.
ResponderEliminarDarte las gracias por dejarnos leer tus obras.
Me gustó el juego de los números!
Un abrazo.
Conchi
Querida Arwen, ya pasé por tu blog y me llevé una grata sorpresa. ¡Dos premios los primeros días del año! es como para empezar a celebrar otra vez, ja, ja, Los exhibiré en un puesto de honor, muchas gracias, amiga,
ResponderEliminary muchos besos!
Hola Javier, un honor que digas que te asustó el cuento, ja, ja, tienes razón, quizá he debido dejar esa referencia que dices, veré cómo lo arreglo, gracias por fijarte.
ResponderEliminarPasé por Editorial Novaltea pero no encuentro la referencia a la que haces mención, es que soy pésima buscando cosas en Internet.
Gracias por pasar, amigo,
Un abrazo,
¡Oh! ¡Maribel! que palabras tan interesantes me dedicas, me encantan los cuentos, y éste es una especie de reto del foro al cuar pertenezco: Prosófagos. Debíamos hacer un cuento tomado los datos de otro participante, y me salió Piso doce.
ResponderEliminarLos del año creo que es importante, así que mo le dije a Javier, lo corregiré.
Muchas gracias por leer y comentar, Maribel,
Besos,
Blanca
Mamen querida, qué maestra voy a ser, sólo hago lo que puedo (cuando puedo) ja, ja, en cambio tú tienes arte en las venas, pues poesía es escribir con sangre.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo,
Blanca
Hola Vanidoso, estuve por tu blog, volveré para dejar un mensaje, porque creo que no se quedó grabado. (¡así se dice?)
ResponderEliminarTambién te deseo un magnífico año!!
y me alegra que te gustase mi cuento.
Besos,
Blanca
Hola Blanca, aquí estoy devolviéndote la visita. Feliz año.
ResponderEliminarMe ha gustado la historia. El final me ha heco pensar, especialmente cuando su mujer le corta al teléfono. Porque cuenta la historia de una mujer harta de un marido que no da noticias en un año. Un marido que viaja constantemente. ¿Infelicidad?¿Infidelidad?
Y eso en una línea.
Un saludo
Hola Blas, pues has dado con el punto clave: esa última línea cuenta toda una historia. Cualquier otra hubiese preguntado infinidad de cosas, Autora estaba harta, tienes razón. Y creo que en la infidelidad hay una mezcla de infelicidad.
ResponderEliminarAgradezco muchísimo tu atenta lectura y tu visita,
Un abrazo,
tienes una cosita en mi blogm en la entrada del 8 de enero
ResponderEliminarUn relato interesante y de sorprendente final. Me ha gustado mucho, Blanca.
ResponderEliminarVeo que en el año recién comenzado sigues dejándonos esas pequeñas perlas que nos alegran el día.
Un abrazo.
Blanca, el sorpresivo final me hizo recordar a tu magnifico relato del Piso Ryden. Ambos asombran al lector.
ResponderEliminarMe gustó tu cuento, el que fluye agilmente con tu especial estilo y, asimismo, la relación del piso doce con el paso de un año. Refleja mucho tu creatividad.
Nuevamente te felcito,
Cariños,
Venator
Armando, celebro que te haya gustado, ojalá la musa no me abandone en este 2009!
ResponderEliminarBesos,
Blanca
¿Aún recuerdas El piso de la calle Ryden? no hay mejor manera para empezar el año, ja, ja,
ResponderEliminarMuchas gracias, querido Venator,
Tus palabras me animan a seguir.
Besos,
Blanca
Hoy entré en su blog para agradecerle su visita al mio y, de camino, leer. He leido bastante del suyo, pero en especial PISO DOCE, pues es un relato; las notas de prensa que conforman su blog son referencias a otros. Me ha gustado su forma de escribir. Es suave, da facil lectura y bien hilvanada. Sin embargo, en este relato me he encontrado con una sorpresa. Al final nos dice que es primero de año del 2010, cosa que para nada me llamó la atención porque, releido el relato, en ningún momento nos dice que año era cuando el actante buscó el hotel para pernoctar. Creo que ese detalle le quita sorpresa al final. Perdóneme el comentario, pero con una simple entrada al comienzo del mismo haría cambiar todo el sentido y la sorpresa final sería la que usted busca.
ResponderEliminarSi mi comentario le ha parecido impropio, le ruego lo destruya de inmediato, no quisiera molestarle, intentando agradarle.
Por cierto, el detalle de dar publicidad de otros blogs en el suyo propio es realmente admirable. Le doy mi enhorabuena.
Estimado Incongruente, es un placer tener lectores como usted. Hice caso de su sugerencia pues tiene toda la razón, creo que ahora sí el cuento tiene sentido.
ResponderEliminarDe ninguna manera me ofendería por su comentario.
Muchas gracias por su visita,
Un saludo,