sábado, 29 de agosto de 2020

Mi amigo Rafael

Hoy voy a hablar de mi amigo Rafael R. Costa, escritor onubense; creo que ahora radica en Madrid. Digo creo porque con él nunca se sabe. Es uno de esos hombres que de vez en cuando uno tiene el privilegio de toparse en el camino de la vida. Lo conocí en persona en el encuentro de escritores que organizó Amazon allá por el año 2015 en Madrid, y su presencia se hizo notar de inmediato. Alto, flaco y con el aire elegante de los hombres de estilo bohemio; el sombrero tipo hipster cubría en parte su espesa cabellera que sobresalía salvaje sin seguir ningún corte a la moda, sino de pura casualidad. Intercambiamos algunas palabras dentro del laberinto que formaba el nutrido grupo de escritores y aspirantes a serlo como yo. No tuve espacio para entablar una conversación con él, pero sentí que no hacía falta. Me parecía conocerlo de toda la vida a través de sus libros y de los mensajes que intercambiábamos por Facebook. Además, siempre estaba rodeado de gente. Muchas escritoras, especialmente.


Rafael es peculiar. Cuando digo esto me refiero a que no se comporta como suele hacerlo la mayoría de escritores. He leído varios libros suyos y su narrativa es espectacular. Algunos atrapan desde el inicio y no se pueden soltar, como me ocurrió con “Melodrama Berlín”, para mí su mejor novela. Pero ¿qué sucedió con ella? Le pregunté un día que estuve buscándola en Amazon para promoverla en Twitter. “La saqué de Amazon para corregirla porque algunos se quejaron de algo y quedó en un PC que ya no sirve”, fue su catastrófica respuesta.

Solo él puede resolver una situación de tal calibre de esa manera. Yo habría movido cielo y tierra para extraer la novela del disco duro, pasarla a mi nueva PC y volverla a publicar, pero Rafael, tan él, parece que el asunto dejó de importarle. Qué se puede decir de una persona que al nacer lo dieron por muerto. Y esto que digo es la pura verdad. Cierto día me cuenta:

“Mira... era una tarde lluviosa de diciembre de 1959. Mi madre se puso de parto debajo de un membrillero. Vivía en casa de su madre, mi abuela. Resulta que en ese momento llegaron visitas inesperadas, y en la casa (a las afueras de Huelva, cerca del río) había mucha gente. El caso es que mi pobre madre aguantó cuanto pudo, era primeriza. Finalmente la evidencia se manifestó: estaba de parto. Nací en la cama de mi abuela materna, pero nací muerto. Resulta que nací morado y sin respirar. No había médicos, sólo las mujeres de la familia, incluidas las inesperadas visitas.”

¿Pero cómo fue que resucitaste? Le pregunté.

“…Entonces prepararon algunos recursos para devolverme la vida, según me han contado varias versiones distintas. Primero me cogieron por los pies y boca abajo me dieron a lo largo de la columna vertebral, hasta la nuca, como a los conejos... Nada. Luego me pincharon con una aguja desde la planta de los pies al cuello... Nada. Dos personas se subieron a la cama y cogido por las extremidades me dejaban caer de súbito al colchón... Nada.” 

¡Madre mía!, exclamé, mientras una sombra de duda cruzaba por mi mente. ¿Sería una invención de su afiebrada imaginación de novelista?

“Prepararon un baño de agua caliente y otro de agua fría, donde alternativamente me sumergían… Nada. Entonces me dieron por muerto y se dedicaron a cuidar a mi exhausta madre. Me liaron en una toalla y me dispusieron en la mesa del comedor, donde permanecían los hombres. Uno de esos hombres, quien estaba fumando un cigarrillo, no tuvo otra ocurrencia que acercarse, abrirme la boca e inhalarme una bocanada de humo.”

 ¿Qué barbaridad!

 “¡Sucedió el milagro! Al parecer moví las piernas como un ciclista y los brazos como un boxeador, tosí y escupí una bola de coágulo. Así hasta hoy día. Siempre dije que morí como persona y nací como personaje de novela.”

 Y yo le creo hasta la última palabra.

Otro día, de improviso, me dice: “Los incas son los únicos humanos que a veces tienen dos occipitales.” ¿En serio? Yo pensé que todos teníamos dos occipitales, respondo dentro de mi inhóspita ignorancia. “No, mira... tenemos el frontal, dos temporales (las sienes) y dos parietales que se unen en la nunca y dejan un hueco, ese hueco lo tapa el occipital. Pues los incas tienen parietales muy cortos y a veces tienen dos occipitales.”

¡Válgame!, tal vez yo tenga dos occipitales y sin enterarme. De esa manera, tal como él cuenta sus anécdotas escribe las novelas. Siempre hay un punto de asombro, hay párrafos excelsos, situaciones inverosímiles que se transforman en reales antes nuestros ojos. En “Berlín Melodrama” escribe acerca de un espía judío en Berlín, en plena era nazi. La novela es la saga de “La interpretadora de sueños”, que después de estar en Amazon fue publicada por Espasa, un sello de Editorial Planeta.  Me enteré de casualidad. Y es que Rafael no salió a dar la noticia con bombos y platillos como yo lo habría hecho, por ejemplo. Y tiene casi todas sus novelas fichadas por el sello editorial de Amazon Encore. También ha sido finalista de conocidos premios literarios como Planeta, y ganador de innumerables premios, como el Pablo Neruda, el Petrer-Palco Mollá, el Premio Onuba, entre otros.

De vez en cuando aparece en Facebook, que es la única red social que se le da mejor, y es cuando me pregunto ¿por qué hay escritores que no escriben tan endiabladamente bien como Rafael y son leídos por montones? ¿En qué consiste la supremacía de un escritor, en su simpatía o en sus letras? Y no puedo dar una respuesta. Es el misterio que siempre rodeará a esta profesión.

Saludos desde aquí, mi querido amigo, me dio gusto recordar algunos momentos y los traje a cuento. Por algo somos escritores, ¿no?

Si desean saber más de sus obras pueden pasar por su página de autor en Amazon:

https://www.amazon.es/Rafael-R-Costa/e/B00756UJVW/ref=dp_byline_cont_pop_ebooks_1

5 comentarios:

  1. Gracias, Blanca, siempre es un delito leer tus entradas.
    Un saludo (clarinete)

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    1. ¡Hola, Jesús! Qué gusto tenerte por aquí. Gracias por tu visita, amigo.

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    2. Siempre es un deleite quise decir (perdón).
      Siempre es un placer leerte, bien en tus libros como en estas entradas.
      Un saludo

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  2. Muchas gracias, querida Blanche... No sé qué decir, así que te envío un tierno beso. Bueno, dos... uno por mejilla. Para mí también resultó inolvidable conocerte en persona.

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