“Dime qué lees y te diré quién eres”

A lo largo de mi vida he leído muchas, muchas novelas. Empecé con novelas de vaqueros, me refiero a las de cowboys, que encontré cierto día en un cajón de cartón que pertenecía a mi padre, un lector empedernido. Eran novelitas cortas pero muy entretenidas, en las que el “jovencito” o héroe, siempre salía bien parado haciendo el bien a los demás, aquello me causaba una gran admiración y me hacía sentir reconfortada. Creo que desde esos primeros años; yo tendría ocho o nueve años entonces, ya me perfilaba como una asidua lectora.

Y a aquellas primeras lecturas, les siguieron las obras de Julio Verne, que me abrieron la mente a nuevos mundos, luego encontré a Alejandro Dumas, Fiodor Dostoievski, Enrique Sienkiewicz con su famosísimo Quo Vadis?, que dejó una huella profunda en mí y ahora que escribo estas líneas caigo en la cuenta de que la mayoría, por no decir todas, las lecturas que siempre he preferido, han sido y siguen siendo aquellas que me dejan alguna clase enseñanza, ya sea geográfica, de métodos, ideas filosóficas, como las de Herman Hesse y otras que me introdujeron en un mundo que desconocía y que durante buena parte de mi vida tuvieron influencia en mí. Y es que las lecturas influyen. La revolución francesa surgió como la primera obra social de los libros. Y para acallar los pensamientos han sido famosas las quemas de libros.

Tal vez ese sea el motivo por el que las novelas que escribo estén motivadas a hacer el bien, evitando narrativa de situaciones que no lleven a ninguna parte, sino únicamente a ser objeto de divertimento. Está claro que cada persona tiene la libertad de elegir lo que desea leer, y lo que considere entretenimiento. También es cierto que: “Dime qué lees y te diré quién eres”, (tomo el título de un discurso pronunciado por Federico García Lorca en Fuente Vaqueros, durante la inauguración de una biblioteca pública en su pueblo natal en la provincia de Granada, España). Eso lo tengo claro. Por ejemplo, dudo mucho antes de leer novelas que traten de asesinos en serie. El motivo principal es que no veo la conveniencia de empaparme durante horas en una historia que trate de cómo un personaje, sea hombre o mujer, se dedique a matar gente por un asunto que solo está en su cerebro, se trate de una venganza por haber sido maltratado de niño, o por cualquier otra clase de impulso emocional.

De inmediato me viene a la mente El silencio de los inocentes una obra escrita por Thomas Harris y llevada al cine. A menudo es citada por críticos, directores de cine y espectadores como una de las mejores y más influyentes películas de todos los tiempos.

Tuvo tanto éxito que a raíz de esa obra surgieron escritores copiando el tema y lo asombroso es la enorme cantidad de literatura que existe al respecto, cientos y cientos de novelas que tratan de cómo matar de la manera más despiadada posible sin dejar ninguna clase huella, excepto alguna pista puesta expresamente por el personaje en cuestión, o algún otro artilugio, y al final, como siempre se sabe, el asesino serial es capturado. Pero para llegar a ese momento ya nos hemos embadurnado de sensaciones que van haciendo que cada vez veamos ese tipo de muertes como algo natural. Es como hacer una apología a la maldad. De ahí que haya algunos que se dejan llevar por ese tipo de lecturas y cometan actos similares o de cualquier otro tipo. Sin embargo, no digo que “El silencio de los corderos” sea una mala novela o una mala película, siempre las obras primigenias son dignas de admiración, lo negativo del asunto es dejarse influenciar por ellas, ya sea actuando o escribiendo para emularlas. Debo reconocer que la película me fascinó, pero hasta ahí. No sentí deseos de matar ni de escribir algo similar, pero esa soy yo. No todos actúan igual.

En mis novelas evito describir detalladamente las escenas eróticas, y no digo que lo que escribo no las contengan, cualquiera que haya leído alguno de mis libros habrá notado que digo lo esencial, lo demás lo dejo a la imaginación del lector. Pienso que las elipsis son necesarias en la narrativa; en algunos casos, la omisión puede generar mayor impacto. No es necesario que cuente con pelos y señales lo que A le hizo a B, porque caería en lo pornográfico y yo escribo historias, no escenas de cama. Tal vez me tachen de ser una mojigata, pero no es así, no me escandaliza el sexo, lo considero secundario en la narrativa que escribo porque doy prioridad a la historia, no las baso en el sexo. Sé que hay escritores que escriben escenas de sexo explícito porque piensan que es lo que más vende, pero me parece que no es así. Los autores más renombrados no utilizan ese tipo de subterfugio para atraer lectores.

TENSAI
Claro está que hay lectores de todo tipo, así como a algunos les encantan las novelas románticas, a otros el género de acción y aventura (yo me descarto por este último), aunque me apasiona la historia también, por lo que procura mezclar ambos géneros, para mí no hay nada mejor que introducirse en un mundo histórico y recrear a personajes de la época en situaciones de intriga y misterio. Y si de eso se trata, procuro documentarme lo suficiente como para no cometer errores históricos, que ahora con Internet es muy fácil descubrirlos.

Y hablando de novela romántica, últimamente me he aficionado a ver series coreanas románticas. Sí, así como lo leen. Son tan singulares, tienen temas con contenido social, histórico y filosófico, y sus escenas son tan tiernas que van más allá de las novelas románticas al uso, eso apartando la actuación de los protagonistas, que suelen ser de una atracción exquisita, delicada y una hermosura difícil de describir.

En suma, los escritores tenemos responsabilidad acerca de lo que escribimos, los libros pueden influir en los lectores para bien o para mal. Tal vez no todos estén de acuerdo conmigo, pero es así como lo pienso y lo digo.

Hasta la próxima, amigos.

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