jueves, 27 de agosto de 2009

Daniel de Cordova: De cineasta a escritor, autor de LA ESTRELLA DE DAVID


El día que conocí a Daniel, llegaba de la calle y no alcancé a escuchar la entrevista completa por la emisora que solía sintonizar. Apenas una mención a Hitler y la Segunda Guerra Mundial. Me llamó la atención que un venezolano joven —lo deduje por su voz—, hablase de filmar una película acerca de los temas que en ese momento me interesaban. Yo estaba dando los toques finales a mi novela El Legado e iba a empezar la corrección. Tuve un impulso y llamé a la emisora, no estaba segura qué iba a decir, pero cuando logré comunicarme, dijeron que ya Daniel se había despedido.

Pedí con urgencia al conductor del programa que me proporcionase los teléfonos del joven que acababa de entrevistar, y ya ni recuerdo los argumentos que utilicé, lo cierto es que me dieron hasta el número de su celular. Fue así como conocí a Daniel De Cordova, un jovencísimo director de cine; ahora un entrañable amigo que muchos de ustedes lo deben haber visto en los comentarios de éste y otros blogs.

Ya Daniel no vive más en Venezuela, como muchos jóvenes talentos, ha emigrado. Desde el 2006 radica en Estados Unidos y sigue dando sorpresas. El pasado jueves 20 de agosto, fue el lanzamiento en Estados Unidos de su primera novela: La Estrella de David.

Voy a conversar con Daniel y me gustaría que ustedes, queridos amigos, participasen de esta agradable tertulia que estoy segura les va a interesar.

Blanca Miosi: ¿Cómo fue que una película se transformó en novela?, por lo general sucede al contrario.

Daniel De Cordova: Lo importante es transmitir el mensaje. Cuando Ralf se me apareció en un sueño lúcido en el 2001, me mostró sus desaciertos y el cargo de conciencia que todavía albergaba su espíritu. Al verle lágrimas recorrer sus mejillas, sentí compasión por él. Sabía que al ayudarlo, liberaría su alma. Mi responsabilidad es contar su historia. El medio que disponía era el cine; lamentablemente se presentaron inconvenientes en la postproducción que imposibilitaron terminar el proyecto. En el 2008, tomé la decisión de transferir la historia al papel y dio como fruto la novela.

BM: Sabes muy bien que fui testigo presencial de hechos sobrenaturales durante la filmación de La Estrella de David; ¿los asocias a ese sueño lúcido que mencionas?

DDC: Querida amiga, la actividad es mayor en el mal llamado mundo de los muertos, que en esta realidad donde vivimos. Los que no creían en ésos fenómenos, se llevaron una sorpresa durante la semana de rodaje. Simplemente pedí ayuda a mis niños; ellos controlaron el clima y materializaron de 30 hogazas de pan.

BM: ¿Qué crees que signifique ese sueño en tu vida?

DDC: Desde que era niño, las personas me han pedido ayuda —los vivos y los que ya se fueron—. El problema: la mayoría está en el otro plano, pero desconoce que murió en la realidad física; otros, desean liberar las cargas de su espíritu.

BM: Son temas apasionantes Daniel, bien podrían valer un libro.

DDC: Estas personas me confían sus secretos; yo respeto su libre albedrío. Si ellos no me dan su consentimiento, no lo haré.

BM: Hablemos de tu profesión: te graduaste con los mayores honores en la cinematografía, obtuviste un premio del prestigioso estudio 20th Century Fox, por tu cortometraje: Un Símbolo de Amor y lograste competir por una nominación al Oscar. ¿Por qué decidiste retirarte?

DDC: El mundo del cine me estaba succionando mi posesión más preciada: la inocencia. Soy una persona que se rige bajo principios y valores. Si un ambiente perturba mi tranquilidad espiritual al grado de querer transformarme, tomo la decisión de elevar la vibración de mi energía y aguardo hasta que la atmósfera de ese entorno regrese a la normalidad.

BM: ¿Tienes pensado retornar?

DDC: Todo dependerá de las circunstancias y del proyecto.

BM: Por lo que hemos conversado, sé que tu novela está escrita en un formato poco común: 96 páginas. Parecería sencillo, pero los que escribimos sabemos lo difícil que es reducir una historia a menos de 100 páginas. No todos tienen ese poder de síntesis, ¿podrías explicarnos cómo fue el proceso? ¿Y de quién fue la idea, o exigencia?

DDC: El Amor y La Palabra, son las energías más poderosas del Universo; como todo en la creación, lo hermoso, está en la simplicidad. La novela corta es un género abandonado en Estados Unidos. Le sugerí a la editorial que podía contar la historia en menos de 100 páginas y así resucitar esta corriente literaria. La ventaja: nadie se acobardaría ante la lectura de un libro pequeño y para los que no tienen tiempo de leer, les será fácil retomar el hábito.

BM: Tu novela La Estrella de David, tiene una semana de haber salido a la venta. ¿Cómo ha sido la respuesta del público?

DDC: Fue instantánea. No había transcurrido un día desde su publicación, cuando mi novela entró en la lista de los 100 libros más vendidos en español dentro del género ficción.

BM: El mercado hispano en Estados Unidos es muy importante, pero supongo que la novela también será editada en inglés. ¿Para cuándo el lanzamiento?

DDC: 2010.

BM: ¿Y España y Sudamérica?

DDC: La editorial se está moviendo con los derechos de distribución mundial.

BM: ¿Tienen planes para Venezuela?

DDC: Nunca olvido mi país natal. Hay una editorial interesada en los derechos de distribución. Veremos cómo quedará el acuerdo.

BM: Me gustaría que nos hicieras un pequeño resumen de la obra, un abreboca, para que nuestros amigos sepan por qué les interesaría leer tu novela. Y como me dijeron en una entrevista por radio: de esa época y de Hitler, se ha escrito mucho, ¿hay algo nuevo que no se haya tocado?

DDC: Hitler estaba seguro de dos cosas: Ralf Holz era el prototipo de la raza Aria y Josef Dietrich lo ayudaría a cristalizar ese sueño. Bajo el amparo de Dietrich, Ralf convirtió la primera división Leibstandarte-SS, en la unidad blindada élite de la Segunda Guerra Mundial; hazaña con la que se ganó la admiración de la Waffen-SS y el odio de la Wehrmacht. Ralf no le temía a las amenazas de muerte o perder la vida en combate; lo único que atormentaba su alma, era un secreto que de conocerse, desestabilizaría las bases del nazismo. Luego de ser traicionado en una planificación militar que traería la victoria germana sobre los aliados, Ralf recibe un choque ideológico y emocional que lo obligan a encarar su temor. Ahora deberá redimir el error que cometió en su juventud, cuando arriesgue su vida para salvar a sus mejores amigos... Una Familia Judía.

BM: ¿Tienes pensado seguir escribiendo, o ésta fue una situación excepcional?

DDC: Te respondo con mi lema: Soy escritor; el amor por las palabras genera en mí una energía. Es esta energía la que me impulsa a crear historias para compartirlas luego con la humanidad.

BM: Esperemos, Daniel, que tu novela marque un hito en la industria editorial, y que haya más escritores dedicados a la novela corta, creo que ayudaría mucho al bolsillo en época de crisis, y también al fomento de la lectura de los que se acobardan ante un ejemplar de 300 páginas. Te deseo el mayor de los éxitos. Por favor, te invito a que digas unas palabras a tus potenciales lectores.

DDC: Gracias a todos por leer estas líneas; es un honor que absorban mis palabras. Los humanos son criaturas maravillosas a los que amo profundamente. Mi único interés en la vida, es dejar plasmada una huella como servicio a la humanidad en su evolución espiritual.

Si desean saber más sobre Daniel, los invito a que visiten sus enlaces:

Página Web:
http://de-cordova.com/

La novela en Amazon:
http://amzn.com/0615297897

El autor en Amazon:
http://bit.ly/1njFW

El autor en Twitter:
http://twitter.com/De_Cordova

Páginas de fans en facebook:
http://bit.ly/3DEjQT Y http://bit.ly/yICAG

El autor en MySpace:
http://myspace.com/de_cordova

El autor en YouTube:
http://youtube.com/danieldecordova

El autor en Shelfari:
http://shelfari.com/de_cordova

miércoles, 19 de agosto de 2009

Esther: Una dama misteriosa


En una entrada anterior hablé acerca de mi incursión en los foros literarios, esta vez me referiré a una persona en particular que pertenece al foro Prosófagos. Se trata nada menos que de una de sus participantes más influyentes: Esther Creo haber escogido el adjetivo correcto.

Es bien sabido que los escritores somos básicamente egocéntricos. ¿Por qué, si no, dedicamos gran parte de nuestro tiempo a construir historias para que otros las lean? Y esperamos con verdadero placer vernos reconocidos, ¡vaya!, parte de nuestra personalidad está reflejada en nuestros escritos, porque tanto los cuentos, relatos, novelas, así como los poemas, son una extensión de nosotros mismos.

Podemos analizar la mente de Gustavo Adolfo Bécquer detrás de Volverán las oscuras golondrinas, imaginamos cómo debió ser vivir al lado de la reina del misterio Agatha Christie; admiramos la mente lúcida de Herman Hesse tras leer El lobo Estepario, y nos es casi imposible distanciar la personalidad de Don Quijote de la de su autor, Cervantes, porque en definitiva somos lo que escribimos, y así es como deseamos que el mundo nos recuerde, no como la figura anodina que muchas veces subyace detrás de una obra, ya que sabemos que cuando recordamos a un autor de inmediato nos viene a la mente su impronta, y en la mayoría de los casos, la que más nos impactó. Difícilmente podríamos recordar a García Márquez sin situarlo en Macondo, y hacernos la ilusión de que detrás de él se yergue la figura del inolvidable Aureliano Buendía.

De tal manera que cada uno de nosotros cuando escribe un cuento, deja en sus líneas su alter ego, y al exponerlo al público, lo que menos deseamos es que otros le encuentre errores. Los foros nos enseñan más que a salir del cascarón, a enfrentar el mundo, y el que verdaderamente desea participar en uno tendrá que aprender otras virtudes además de la escritura, como la humildad y la perseverancia, y muy especialmente: la diplomacia.

Justamente aquí quería llegar. No es fácil decir: “Tu cuento está mal escrito” y esperar un aplauso. Sin embargo, en Prosófagos tenemos la suerte de contar con una persona que lo dice y todo el mundo la aplaude. ¿Cómo lo logra? Voy a tratar de averiguarlo para ustedes, queridos amigos. Hoy entrevistaré a Esther, la participante a la que muchos le debemos por sus atentas lecturas. Una persona que encuentra florituras en el texto y nos hace llegar a las nubes. Pero no se confíen. Líneas debajo del mismo texto encontrarán a la dama de hierro. Sin embargo, los que conocemos a Esther sabemos que es sensible, servicial, emotiva y sobre todo: muy buena persona. Dejo que ella misma hable un poco de sí.

Pregunta: ¿Cómo fue que te animaste a participar en un foro literario?

Respuesta: Buscaba información sobre libros en el Google... y llegué a Bibliotecas Virtuales; así supe que existía algo llamado «foros literarios». Estuve curioseando… Me registré, pasé un par de semanas en los foros de lectores, y al final encontré valor para acercarme al foro de prosa. Creo que si me animé a participar fue porque percibí, leyéndolo, un ambiente interesante en lo literario, y pese a las peleas (ah, sí, sí), cordial. El primer cuento que subí me tuvo temblando de pánico hasta que empezaron a aparecer los comentarios; pánico porque dijesen que era un desastre, que no sabía ni cómo juntar el verbo con el sustantivo. Por suerte comentaron que parecía lindo; que era algo tonto y encima no se entendía demasiado, pero estaba escrito lindo. Entonces respiré: había con qué empezar a trabajar para escribir algo mejor la siguiente vez.

P: Creo que tu vida real está ligada al mundo de la educación, ¿tu activa participación en los foros tiene algo que ver con el hecho de que sientas disposición a la enseñanza?

R: Sí, estoy ligada al mundo de la educación. Pero no creo que la participación en los foros tenga que ver con ello; es más, resisto militantemente la idea de que un foro sea un símil virtual de un aula o de un espacio académico de aprendizaje. Sí es cierto que determinadas cuestiones tienen que ver con la teoría o la práctica educativa; por ejemplo, mi también resistencia militante a la agresión despiadada como mecanismo para «enseñar a escribir» no surge de la virtualidad, surge de la experiencia adquirida en el ámbito educativo.
El docente no sabe qué hay en la mente del estudiante, y el estudiante no sabe qué hay en la mente del docente: solo tienen la palabra, el símbolo, como nexo, como vehículo, y cada uno de ellos deberá decodificar los símbolos que le ofrece el otro, para luego construir en su propia mente el mensaje. ¿Existe, acaso, una diferencia significativa con respecto a lo que sucede entre el lector y el autor, mediados a través de la palabra, del símbolo escrito, en un texto literario? No. De hecho, en didáctica de las ciencias hay investigadores que estudian los textos de ciencias bajo la perspectiva de que son textos narrativos; y la utilización de diferentes estructuras narrativas impacta sobre qué concepción de ciencia que adquiere el estudiante.
En algún momento de la historia nos diversificamos, nos especializamos, categorizamos: esto es biología, aquello es didáctica, lo de más allá es arte. Y tendemos a olvidar que hace veinticinco siglos Aristóteles habló de física, filosofía, poética… el todo como una unidad. La unidad la da la mente humana, claro está, que es la misma en cualquier percepción y/o elaboración del mundo exterior o del mundo interior. Llegado el momento, escribir una novela fantástica, enseñar ciencias o participar de un foro… todo, ideológicamente, forma parte de una unidad. Desde este punto de vista, entonces, no la participación en sí misma, pero sí la forma de participar guarda una estrecha relación con mi trabajo en educación.

P: Lees casi todo lo que se publica en el foro, pero de ninguna manera es una lectura superficial, y es tan buena que en ocasiones notas matices que ni el autor tenía previstos. ¿Podrías decirnos cuál es el método que usas?

R: Jajajaja… ¡Qué vergüenza! No, no puedo decirlo, no lo sé. Es empírico. Costumbres adquiridas al leer mucho. Leer mucha literatura, de «la de verdad», leer libros académicos con fuerte carga de abstracción teórica. Leer exámenes intentado interpretarlos posiblemente ayude mucho. Una parte importante, justamente, es no leer en forma superficial. Eso no es leer, no hay forma de disfrutar de la lectura si se lee a las apuradas. Pero mis lecturas no son nada del otro mundo; vos sabés, Blanca, que muchas veces las lecturas tuyas o de otros compañeros son sustancialmente mejores que las mías, y que también los demás encuentran matices en mis cuentos de los cuales no me había «noticiado». Todos tenemos una forma particular de leer, y en el conjunto, todas son útiles e interesantes. Solo el constatar cuántas lecturas diferentes se pueden extraer de un mismo texto es importante para su autor; en definitiva, es también lo que sucedería a «campo abierto», si publica su obra.

P: Algunas veces tus comentarios exceden las tres páginas, pues no sólo diseccionas el texto, sino que haces una lista de los errores gramaticales, sintácticos, ortográficos y en algunos casos de construcción de las ideas, ¿cuánto tiempo te toma hacerlo?

R: Bastante, sí. Sus buenos ratos. Aunque la práctica hace que el tiempo invertido sea menor que el que puede parecer.

P: ¿Qué es lo que te motiva?

R: Ah. Buena pregunta. Hay cuestiones netamente individualistas: me aburriría enseguida si me limitara a leer superficialmente; como decía, así no se disfruta de la lectura. O a opinar: «qué lindo, qué feo». No sirvo para eso. Y otras razones más generales. Los foros literarios forman parte de un entramado, cuya extensión y consistencia aún no se alcanza a determinar, pero que existe como una red dentro de la Red. Los hay de naturaleza diferente, y en ese sentido entiendo que no hay foros mejores o peores; en todo caso, hay foros en los que uno encuentra lo que busca y otros en los que no, pero en estos últimos, otros sí encuentran lo que buscan. Estoy en Prosófagos y no en otros, y eso es porque adhiero a los motivos que llevaron a fundarlo: ayudarnos entre todos a mejorar la escritura. Detenerme a comentar exhaustivamente es mi forma personal de expresar ese convencimiento; no es la única posible, por supuesto. Soy consciente, empero, de las limitaciones, y no hablo solo de las mías como lector; también de las que tiene el espacio como espacio de mejoramiento escritoril. Uno aporta al citar un fragmento de la RAE en un comentario; pero eso es circunstancial. Lo importante es otra cosa: darse cuenta de que no hay que esperar a que el otro te cite un fragmento de la RAE; hay que reconocer la existencia de gramáticas y usarlas por cuenta propia y continuamente. Uno aporta al sugerir eliminar el último párrafo para lograr un mejor final. Pero eso es circunstancial. Lo importante es otra cosa: darse cuenta de que no hay que esperar que el otro lo sugiera; hay que pensar por qué dijo eso, esa vez, y cómo uno no se dio cuenta cuando escribía o revisaba, y qué hace que el otro tenga razón o no tenga razón, y recorrer cuentos de buenos autores preguntándose, ¿y cómo construye sus finales? Los aportes en un comentario crítico tienen una validez limitada. Al final, lo que queda es lo mismo que en otras áreas: reconocer que el aprendizaje es, siempre, una cuestión íntima, de puertas adentro, que descansa en la voluntad propia y en el trabajo personal.
Pero el caso es que los foros funcionan. Solo una fracción de las personas que participan llegarán a ser escritores que publican, y serán escasísimos aquellos que lleguen a ser grandes escritores; y no lo serán simplemente por participar de un foro literario virtual. Mas, para todos, los foros funcionan, por lo menos en algún momento: para aprender a escribir y a leer, para reconocer que no se está solo en esta cosa loca de escribir, para contactarse con otros, para abrir la mente y expandir el horizonte en la teoría o en la práctica literaria. Y esto es lo que verdaderamente hace que el esfuerzo valga la pena.

P: Tienes la virtud de que nadie se sienta agraviado, aun cuando la lista de errores que señalas sea más larga que el propio cuento, ¿cómo lo logras?

R: Y aquí llegamos a uno de los fantasmas, de los mitos forales más difundidos, jejejeje. Creo que lo primero a tener en cuenta es que no todos los que participan escribiendo en los foros literarios lo hacen por el mismo motivo. Están los que quieren escribir literatura, y eso implica aceptar que la única forma de escribir literatura —aunque sea por hobby— es hacerlo de la mejor forma posible. Esforzarse al máximo para intentar llegar al techo de lo mejor posible. Esther nunca llegará al techo de Ítalo Calvino, pero en algún lugar hay una Esther que escribe mil veces mejor que la actual, y si quiero decir «escribo literatura», aunque sea por hobby nomás, debo tratar de llegar a ella. Si existe ese convencimiento, y a despecho de ciertos mitos que circulan por la red, los autores aceptan con agrado las observaciones. Si no existe, no podemos hablar de que se pretenda escribir literatura. El caso es que muchos foreros lo que desean es otra cosa; desean contar historias, compartir con otras personas sus propias vivencias o las que surgen de su imaginación. En esta perspectiva, tan válida como la anterior, las observaciones sí pueden molestar… porque es algo que el autor no aprecia ni quiere, ya que no está en sus objetivos el aprender a escribir lo mejor posible. El problema es que ambos tipos de foreros escritores suelen convivir en los foros, y eso lleva a situaciones incómodas. Y el otro problema es: ¿cuál es el objetivo del lector que critica negativamente? Y aquí se abren muchas posibilidades, y algunas de ellas conducen a que el autor posiblemente se sienta agraviado.
En mi experiencia personal existen algunas consideraciones que son básicas. Una de ellas: leer de verdad, y no lanzarse a hacer críticas negativas con lecturas superficiales; es el mínimo respeto que se le debe al autor. Otra, aceptar que el texto es del otro, no de uno, así que no hay por qué enojarse porque el otro no escribe como uno quiere: lo que importa es que uno escriba como uno quiere; el otro escribirá como él quiere. Comprender que no existe valoración humana que sea objetiva: eso es una falacia; quien se considera a sí mismo objetivo es un subjetivo que no sabe que lo es, y entonces no puede controlar adecuadamente su propia subjetividad. También, pensar que más allá de las cuestiones estrictamente formales se ingresa en cuestiones de estilo, siempre discutibles, siempre dependientes de un sinnúmero de factores; vale hacer sugerencias, pero no mucho más que eso. Reconocer que uno no es un profesor enseñando al alumno que no sabe. Eso, lo hace el director de un taller literario o el docente a cargo de un curso académico. Un foro es un espacio abierto, una comunidad horizontal; al fin y al cabo Borges no participa de los foros literarios y no solamente porque está muerto. Así que mejor bajarse del caballo y ser humilde tanto como escritor o lector.
Muchos ya nos conocemos… entonces es fácil. Basta con: «Oye, ese final no funciona bien. ¿Por qué no le metés tijeras?». O bien: «Se te escapó dos “iban” uno al lado del otro, y si es deliberada la repetición, compañero, te diré que hace bastante ruido al leer». Y ya, listo. A veces tengo la sensación de que si un autor no recibe aunque sea una arruga a planchar, se siente decepcionado, se impacienta, siente que está perdiendo el tiempo.
Digamos, creo —de verdad, visceralmente y sin metáforas— en el manifiesto prosofágico: «1) Estamos para el mejoramiento de la creación literaria: cada usuario participa para aprender de la crítica ajena y la propia, a los otros y a sí mismo. No publicamos para inflar el ego, sino esperando que nos enseñen dónde equivocamos y dónde, por casualidad, acertamos».
Ese convencimiento, creo, el autor lo siente, lo percibe. El autor percibe si quien le hace una observación lo hace con la intención de darle una mano en su escritura, o lo hace para demostrar cuán perfecto es él, qué fantásticos son sus conocimientos, o qué horrible le pareció lo que leyó. Como percibe si un halago es sincero, o es mera adulación o una forma de «sacarse de encima la tarea de comentar lo más rápido posible y sin arriesgarse».


P: Tengo la impresión de que sabes que en el foro todos esperan que leas sus cuentos, ¿esto te crea alguna presión? ¿Sientes que le estás fallando a alguien cuando no lo haces?

R: Sí que crea presión. No es responsabilidad de los demás, claro, sino de mí misma. No debiera. Pero… Todos tenemos nuestras tonterías. ¡En fin! Muchas veces envío un mensaje: «No he podido pasar, aguantame un par de días más». Generalmente me responden: «¡Pero mujer, no te hagas problemas, qué cosas tienes!». Y me siento más tonta todavía, jejejeje.

P: ¿Qué sucede cuando te topas con un cuento que es un verdadero “tostón”?

R: Si no logro encontrar algo positivo que decir, prefiero no comentar. Pero es raro encontrarse en esa situación. Por lo menos en Prosófagos es raro. En Bibliotecas Virtuales era más común, iba y venía muchísima gente que, creo, pasaba por los foros de lectores, tropezaba, y se caía por puro azar en Prosa. No, no creo, era así. ¿Te acordás? Yo recuerdo que incluso llegaban solicitando les hicierámos resúmenes de un libro para la escuela, cosas así. En fin, siempre tengo presente que en un principio, yo, no sabía escribir más que con cinco verbos: ser, estar, tener, haber y ver. No, siete: oir y caminar. Si me hubieran puesto violeta a críticas, me hubiese perdido de la maravilla de escribir, así, por puro goce. Y de aprender gracias a los consejos de los demás. Bueno, ahora que uno logró expandir el número de verbos a veinte, corresponde recordar que antes uno creía que eran siete, y entonces darle una mano a otros, ¿no? Y eso no se logrará si entrás en una crisis existencial ante un cuento que tenga bastantes fallos, y como resultado mordés al autor o pasás de largo. Porque, en principio (y hasta tanto se demuestre lo contrario) el autor solo se diferencia de uno en algo: en el 2009 sabe lo que uno sabía en el 2007. Ahora, si llegamos al tercer cuento y seguimos intentando adivinar si donde dice “hacia” se deseaba expresar “hacia” o “hacía”… entonces no leo más a ese autor. Es evidente que está en el foro equivocado. Vuelvo al manifiesto prosofágico:
«6) Descuide: si es usted idiota, se lo diremos amablemente. Si quiere, hasta le ayudamos a mejorar. Pero nos revienta que se conforme con serlo. Porque nuestra idiotez no nos conforma es que estamos aquí». No me conforma mi propia idiotez, así que… ¿por qué habría de conformarme la ajena?


P: ¿Y cuando alguien te refuta lo que dices?

R: Jajajaja... ¡Depende! Si da para continuar con el tema, sigo, me divierte, nos divertimos; a veces se llega a discusiones literarias sumamente interesantes, o terminamos divagando sobre las estrellas y las flores de colores. Y si no es así, pues… nada. Nunca olvido que el texto es del autor, no mío. Tiene siempre la última palabra, ¿no? Estamos en un foro, no en una Editorial… Así que si le parece bien dejar esos adjetivos, pues le parece bien y ya, no hay más que decir. Al fin y al cabo, la Literatura es ancha y profunda, y en ella caben estilos muy distintos. Uno aporta lo que le parece mejor y eso es todo.

P: ¿Cómo ha influido en ti la lectura de los cuentos del foro en tu evolución como escritora?

R: Muchísimo. Aprendí… aprendí un montón. Rescato, y adhiero totalmente a los dichos de Laren (Teo Palacios), en el artículo suyo del 3º número de Prosofagia:
«Y ese “algo más” consiste, curiosamente y según mi experiencia, en ser él mismo quien ayude a otros.
Porque, para ser mejor, hay que ser consciente de los fallos de uno mismo. Y la única manera de encontrarlos es verlos antes en otros. ¿Nunca has oído aquello de “ver la paja en el ojo ajeno”? Pues hay que encontrar esa paja en otros para luego poder buscarla, como si miráramos a través de un espejo, en nuestros propios escritos.
Así agudiza uno la vista y el ingenio y crece gracias a los comentarios y rebatimientos del otro autor».
La práctica de la lectura minuciosa de los cuentos de los compañeros me ayudó y me ayuda a encontrar no solo mis propias fallos; también a encontrar recursos estilísticos, ideas, formas de expresión, de construcción sintáctica, de estructura, personajes, narrador… lo que quieras. Y también me ayudó a aprender a leer de otra forma a los “grandes”. ¡Importantísimo! Eso solo es suficiente para afirmar que uno realmente se ha beneficiado y se beneficia leyendo textos ajenos.

P: ¿Sabes reconocer el talento?

R: No lo sé. Cuando el talento llega ya con oficio hecho, es fácil reconocerlo. Cuando no es así, en fin, no creo poder afirmar que sé o que no sé reconocerlo, en cualquier situación y lugar. Por ejemplo, cuando llegué a Bibliotecas Virtuales, vos, Elisabet, Forke, Sierra, Ñam, ya manejaban bastante del oficio. Era fácil, entonces. Sin embargo, casi nadie leía a Naerum, y a mí me parecía que había algo realmente bueno en sus textos; y ya ves, pasaron apenas dos años y hoy es uno de los mejores escritores que han participado de Prosófagos. En cambio, con Pepsi me sucedió al revés; tardé varios cuentos en darme cuenta de lo que otros percibieron en el primero: que estábamos delante de alguien con un manejo espléndido del lenguaje y que lo utiliza para re-inventar la literatura, de un modo original y sin pedir permiso.

P: ¿No se te ha cruzado en algún momento la idea de dedicarte a corregir de manera profesional?

R: Sí, algunas veces me han hablado de esto. Pero es una tarea que exige dedicarse en serio. Hay que saber bastante más de lo que sé. Más que entender de correción profesional, poseo una suerte de detector de ruidos en la cabeza, una chicharra que suena cuando, al leer, detecta una anomalía, sea un verbo faltante o una rodilla deformando la esfera; luego intento analizar ese ruido. No es lo mismo que saber. Nada de lo que me falta no se puede aprender leyendo, estudiando y pensando, pero exige un tiempo que valdría la pena dedicarle solo si uno realmente estuviese seguro de apostar —laboralmente hablando— a futuro. Y no es mi caso. Digo laboralmente, porque en términos de literatura, me interesa más emplear ese tiempo en otras lecturas.

P: ¿Cómo haces para que te rinda el tiempo? Entre tu trabajo, el foro, la revista Prosofagia, la edición final de las entrevistas...

R: Mmm… ¿dormir poco? Eso. Algunos sacrificios. Fijate: ¡estuve seis meses sin aparecer en mi propio blog!

P: ¿Alguna vez has sentido que tu trabajo no es reconocido?

R: Más de una vez. No espero recibir aplausos; uno hace lo que hace porque así lo decidió; los otros no son responsables de esa decisión. Pero a veces me impaciento. Me refiero a otras cosas. A las que tienen que ver con una red social que subsiste por el conjunto, no por algunas personas. Si lo único que hacés es tomar, tomar, tomar, y nunca tenés tiempo o interés en dar algo… los hilos que sostienen esa red (y que son frágiles) se resienten. Es una clase de no-reconocimiento de orden social, de comunidad, de grupo: esperar que los demás construyan para disfrutar de los beneficios sin responsabilidad alguna. También en lo personal; existe una falta de reconocimiento que se traduce en la exigencia sin límites hacia el otro. Más de una vez he sentido que otras personas exigen que sea una suerte de robotito, siempre lista para hacer algo que los beneficie y siempre dispuesta a aceptarles cualquier exabrupto, plegarme a todo planteamiento ajeno, siempre obligada a pensar como piensan y poseyendo sus objetivos como propios. Si por ventura encuentran que tengo ideas propias y que no deseo resignarlas para adoptar las suyas, o que en verdad nadie me paga un sueldo para brindar un servicio, o que, como cualquier hijo de vecino me canso, tengo problemas personales, me deprimo, me enojo, se ofenden, incluso hasta con furia. Estas cosas son un no-reconocimiento que sí me molesta, porque tiene que ver con un posicionamiento humano, del tipo de «los derechos que exijo para mí no se los concedo a los demás». Mas… es también cierto que en todos lados pasa lo mismo, en los lados virtuales y en los lados reales. Vienen con el paquete: hay que asumirlo. Pero la mayoría de las personas no participan de estos no-reconocimientos. Hay mucha buena gente en los foros literarios. Mucha.


P: ¿Has pensado en escribir? Me refiero a una novela, por ejemplo.

R: No, novelas no. Siento un enorme respeto por el escribir durante largo tiempo sobre un mismo mundo. Creo que necesitaría una calma que no poseo, un alejamiento de la realidad que me resulta imposible alcanzar. Sin contar con necesitar mayor calidad escritoril; hay cuestiones que todavía no manejo; y si no las manejo en un cuento breve, no puedo esperar manejarlas en una novela. Hay, también, mucho que me falta comprender sobre aspectos más teóricos. Sí he pensado en cuentos extensos, realmente extensos. Siempre he escrito con las tijeras al alcance de la mano; va siendo hora que las deje un poco de lado, a ver qué sale.

P: Por último: ¿cómo te definirías?

R: Jajajaja… Una persona común y corriente, Blanca. Que tiene un profundo amor por la literatura. Que lo comparte con otros amores de su vida. Nada especial, vamos, nada especial.

P: Muchas gracias, Esther por tus acertadas respuestas, ¿te gustaría decir algunas palabras? Estoy segura de que muchos estarán ansiosos por conocerte un poco más.

R: Mmm… ¿Te parece? ¡Creo que ya he hablado para cubrir por lo menos varias entrevistas! El caso es que nada de lo que pueda hacer de positivo en un foro es una marca registrada mía: todo lo he aprendido de otros. Puedo aparecer como referente por una cierta permanencia, una cierta participación mayor, pero nada más que por eso. Ni siquiera Prosófagos ha sido idea mía: fue idea y fue construcción de Forke y de Sierra; y también les debo a ellos buena parte de lo que he aprendido sobre escribir y sobre comprender literatura. Parte de las ideas que he volcado en esta entrevista tampoco son originales mías: hay mucho de Elisabet en ellas, persona de una calidad humana como pocas veces se encuentra en la vida virtual o en la real, y que también me ha enseñado mucho sobre literatura. ¿Es posible, Blanca, que hoy podamos, vos y yo, delimitar hasta dónde cada una ha aprendido de la otra y hasta dónde no, en el oficio de escribir y en el oficio de ser? No lo creo. Y esa permanencia mía tampoco es marca registrada; hubiera abandonado la virtualidad más de una vez, si no contara con amigos que —al revés de los que exigen sin límites— han estado para darme apoyo cuando era necesario y para regañarme cuando se debía. El entramado, Blanca, siempre se trata del entramado… es lo que importa, y está constituido por muchas personas; una sola no hace, no produce, no existe sin las otras.

http://www.necesidadyazar.com.ar/

lunes, 17 de agosto de 2009

Los visitantes

El calor sofocante de esa tarde de verano hacía crujir la madera de la casa, y mientras Rose se pasaba una vez más un trapo humedecido por la frente y el escote, se admiraba de que la vieja morada aún se conservase en pie. Su abuelo había dicho en una ocasión que había sido una de las primeras casas de ese lado de la ciudad construida en nogal, y que era una madera tan dura y noble que hasta podría sobrevivir a los incendios. Pero de eso hacía ya muchos años, y el tranquilo barrio residencial se había ido transformando con el tiempo, y las tiendas y edificios fueron tomando el lugar de las añejas construcciones. Rose mojó sus manos un buen rato bajo el chorro de agua fría, y las pasó por la cara, por un instante cruzó por su mente el aire acondicionado que se respiraba en el nuevo centro comercial a menos de tres calles. Se acercó un poco a la ventana de la cocina y tras las cortinas del delgado entramado volvió a verlos. Esta vez eran sus sombras. Una alta y la otra pequeña. Sabía que eran un hombre y un niño, acostumbraban cobijarse del sol bajo el toldo de la panadería. Estaban a la vuelta de la esquina, pues sus sombras alargadas parecían estampadas en el concreto, inmóviles como dos gallinazos con las alas recogidas.

La primera vez que los vio no parecían extraños al lugar, es más, casi hacían juego con esa parte de la ciudad. Siempre enfundados en chaquetas, como si el calor no les afectase igual que a ella. Pero Rose sabía que no era el clima del verano lo que la hacía sentirse abochornada. Era algo que no tenía remedio, aunque en la televisión los programas de salud dijeran que habían encontrado la panacea para la eterna juventud. Ella sabía que eran sólo consejos de mujeres que intentaban dar ánimo a cambio de dinero por sus inútiles secretos de belleza. Y aunque Rose apenas acababa de pasar por los cuarenta, sabía que el futuro era ineludible. Se consideraba atractiva, algo entrada en carnes pero a su difunto marido siempre le había parecido apetitosa. Y una mujer sabía cuando lo era. Las sombras se movieron. Fueron alargándose y desaparecieron. Su marido, un hombre de cincuenta años y muerto de un infarto. Increíble, ella misma no se lo creía. A partir del momento en que lo vio en el ataúd, supo que todos terminarían allí. Mientras se pasaba las manos húmedas por el cuello sintió el mismo calor que hacía que su Roberto supiera que lo deseaba. Sintió su falta más que nunca, y al pensar en las horas transcurridas entre sus brazos bajo las sábanas, sintió humedad entre sus piernas. No era justo que ella quedase sola, ni siquiera tenía un hijo en quien descargar su tiempo ni por quien preocuparse, y evitar los deseos que la azotaban como ráfagas, y que ni el agua con hielo podían calmar.

Fue hacia la sala y dejó que el aire del ventilador le diese en la cara, secando las lágrimas que bajaban como riachuelos hasta el escote. Un hijo, era lo único que la hubiese consolado, pero como decía su Roberto, Dios no lo había querido. ¿Y qué hubiera querido Él? –se preguntó Rose–, aparentemente Dios no quería muchas cosas, y todas las que quería involucraba sacrificios y sufrimientos, claro que con la esperanza de un premio en el más allá. Donde estaba su Roberto. ¿Habría encontrado su premio?, Rose no creía en esas patrañas. Pero su marido era italiano, y no era posible discutir con él si la Biblia era sagrada o era un simple libro. Había hojeado las Sagradas Escrituras, y lo que encontró en ellas fue más escandaloso que lo que ella pregonaba. Un Salomón con setecientas esposas, unas hijas que emborrachaban al padre para quedar preñadas, un padre sacrificando a su hijo por petición del mismísimo Dios. Todo era tan enrevesado en ese libro que terminó por dejarlo de lado. Como hacía con todos los libros, pues a ella nunca le interesó la lectura.


Otro día y otra onda de calor. Ambos volvían a escudriñar desde la esquina. Presentía que era a ella a quien miraban, ¿a quién, si no? Tenía la rara sensación de que esperaban algo, tal vez un acercamiento, pero Rose no sentía deseos de saber de nadie, se limitaba a observarlos así como lo hacían ellos. Detrás de las persianas, o tras el velo suave de la gasa de las cortinas, no le picaba la curiosidad, prefería mantenerse distante, como si la cosa no fuera con ella.

Hacía días que no salía de casa, y debía hacerlo, la nevera estaba casi vacía, y en la alacena apenas si quedaba un poco de azúcar, pero ¿para qué?, ¿para qué ir a perder el tiempo con el panadero? Odiaba que la mirase con sus ojos libidinosos, y ahora que su Roberto había muerto sería peor. Y más con aquel par de extraños esperando quién sabe qué... Vio que el mayor murmuraba al oído del pequeño. ¿Acaso hablaba de ella? Tenían la vista fija, sabían que ella también los miraba, claro que sí. Sería imposible dejar de notar su silueta en la ventana. ¡Ah, cómo le hacía falta Roberto! Era callado, pero su silencio acompañaba. Y cuando la veía desnuda no hacía falta que dijese nada, era cuando más apreciaba su mutismo que parecía un silente homenaje a su desnudez madura, a sus pechos bajos y su vientre holgado. El calor insoportable le hizo olvidar por un segundo a los fisgones de la esquina. Abrió la ventana de la cocina de par en par y dejó entrar la brisa tibia pero siempre más fresca que el aire viciado de la casa. ¿Por qué no lo había hecho antes? Cerró los ojos y sintió que el aire la bañaba amainando el bochorno que le impedía pensar con claridad. Cuando los abrió los fijó en la esquina, se había hecho costumbre, pero echó en falta las siluetas. Dio un suspiro y regresó a la sala.

Alguien llamaba a la puerta. Tuvo miedo de abrirla, segura de encontrarse cara a cara con el hombre de la esquina y el pequeño niño que siempre estaba demasiado quieto. Tenía el vestido empapado por el hielo derretido. Los toques leves en la puerta de nogal sonaron lejanos, como si la hoja fuese tan gruesa que impidiese pasar el ruido. Sin embargo, no sentía apremio, parecía que quien estuviese al otro lado le dijera: «tómate tu tiempo». Se sentó en el sillón forrado con cretona a flores. ¿Había pensado en ir de compras? Los ojos del panadero acudieron a su mente, luego la sonrisa callada de Roberto, después el hijo que nunca tuvieron pero que en un tácito acuerdo sabían cómo sería de haberlo tenido. Y ahora no había más reminiscencias, sólo los toques leves, lejanos, que parecían hacerla volver de algún lugar, en lugar de hacerla ir hacia la puerta. ¿Era una puerta? Giró el rostro y vio la ventana cerrada. Las cortinas como negros crespones enmarcando un cuadro. Los toques seguían, el nogal era grueso, pero ya ni sabía dónde quedaba la puerta. Sólo escuchaba los toques suaves, delicados, que se parecían a él. Fue al sofá y se echó, el cansancio parecía haber estado guardado; de pronto sintió deseos de cerrar los ojos, ¿o eran los toques que fungían de canción de cuna? Entonces lo supo. Supo que debía salir de esa casa. Ya no pertenecía más allí, su Roberto era paciente, siempre lo había sido, ¿pero y el niño? ¿Quién era ese niño? ¿Sería el que cruzó la avenida persiguiendo el balón? ¡Siempre quisieron tener un niño al que le gustara el fútbol! Los golpes suaves en la madera la llamaban, debía encontrar la puerta, su Roberto esperaba, pero ella siempre había sido remolona para salir: costumbres que no se pierden. Pero iría, ya no estarían solos, tenían al pequeño Robertino, suerte que hubiera podido salvarse. ¿Cómo pensó que su marido había muerto de un infarto? No, era ella la del infarto, él se había roto el cuello al desviar el coche que de todas maneras elevó por los aires al niño.

Abrió la puerta y vio a su marido callado, como siempre. Con sus ojos le decía que la amaba. Vio al niño, su mirada indefinible le estrujó el corazón, ella sería una buena madre. Lo sabía, siempre lo supo.

B. Miosi

miércoles, 5 de agosto de 2009

JOSÉ MANUEL GARCÍA MARÍN, por Blanca Miosi


El sol enciende los pétreos cirios, pomposamente elevados sobre la única nave de la iglesia del monasterio. Revela así su destino frustrado de catafalco de reyes, libre de las entrañas y del hedor de sus cuerpos que, clavados como saetas en el corazón del sur, llevan siglos ofendiendo las tierras sometidas a su rapiña, en una postrera burla permanente.
Este solo párrafo nos llena de interrogantes.
Es el comienzo de la novela La escalera del agua, escrita por José Manuel García Marín, una obra exquisita, que nos remontará a una época en la que cristianos, judíos y musulmanes convivían en paz y armonía. Ángel, un niño en las puertas de la adolescencia, es el personaje principal y nos cuenta su historia estando ya viejo y faltando poco tiempo para su muerte:

...Mejor dicho, la crónica de mi familia, que es, a su vez, parte de la historia de miles de legítimos hijos de este sufrido pueblo, expulsados hace siglos. Arrancados de las casas que los cobijaron en la infancia, de sus haciendas, producto del trabajo de años o legado de sus mayores, fueron condenados al destierro mientras les era entregado todo a otros que podían demostrar sangre de cristianos viejos. No, no soy judío. Soy un auténtico morisco.

Curiosamente, el origen del adjetivo morisco no se refiere a gente venida de fuera de España o de al-Ándalus, como se la llamaba en aquella época. Los moriscos eran gentes nacidas en al-Ándalus por muchas generaciones, a quienes se dio tal apelativo al ser conversos, pero los cristianos y en especial la Santa Inquisición, siempre dudaron de su sinceridad. La palabra morisco cobró entonces visos de prohibición, de persecución y de hogueras:

Todo esto nos era relatado por el abuelo poco a poco, noche tras noche, durante meses y con omisiones que yo, más adelante, aprendí a completar y que ahora resumo. Mas, aun así, con lagunas, asimilamos que aquellos moros, seres fingidores y perversos, proclives a la herejía, éramos nosotros, los descendientes de los que, en franca huída, se ocultaron en El Gasco. Llevaban razón, era imprescindible que algo tan delicado y peligroso se conservara en el más absoluto silencio.

José Manuel García Marín reúne dos cualidades esenciales en un escritor: Una hermosa prosa y la capacidad de transportar al lector hacia otras épocas, que no es otra cosa que la de escribir con alta dosis de credibilidad, tan necesaria para que ocurra esta magia. Más que novelas, sus obras son documentos históricos, con la diferencia de que estos suelen ser áridos y aburridos, mientras que Azafrán; su primera novela editada por Roca en 2005, que llegó a las cinco ediciones y fue traducida al ruso y que Planeta DeAgostini lanzará al mercado en Chile y Argentina, y La escalera del agua, que sigue el mismo camino, son novelas que mezclan la cultura y la enseñanza con el entretenimiento.
José Manuel me ha concedido una entrevista y tendré el placer de visitarlo en su casa de manera virtual.:
José Manuel muestra su agradable sonrisa y me invita a pasar; lo primero que percibo es un suave aroma a Yachtman, una colonia muy acorde con su personalidad, cuyos efluvios de incienso conjugan con las historias que le gusta escribir. La ventana de su despacho tiene una preciosa vista al monte San Antón; es un lugar agradable, atiborrado de libros, tantos, que el sillón donde podría sentarme está cargado a tope de planos, libros y documentos.

—¿Te gusta el té verde? Lo sé preparar al estilo marroquí —pregunta.

—Me encanta —le respondo, gratamente sorprendida.

—Entonces pasemos al salón, estaremos más cómodos —invita galante, mientras me ofrece asiento en un amplio sofá de cuero y se dispone a servir el té que ya está preparado.
—Debo empezar por la pregunta de rigor: ¿Cuándo te interesó ser escritor?
—Seguramente yo solo no me hubiera atrevido. Te explico: los libros ya se sabe que tienen magia o voluntad propia y hacen lo que quieren. Yo, un enamorado de la Alhambra, escribí para mí una especie de manual para visitarla. No tenía ninguna intención de hacerlo público; pero, un buen día, a través de amigos, él se fue a la aventura y, cuando vine a darme cuenta, se editó a través de una fundación. Tuvo un rápido éxito y eso me hizo reflexionar sobre la posibilidad de escribir. Así vino mi determinación.
—Las tres obras que has escrito rondan el tema de la época de al-Ándalus, la primera: Al-Hamrá, habla de la simbología en la arquitectura de la Alhambra, la segunda: Azafrán, de un viaje iniciático del maestro musulmán Mukhtar Ben Saleh para conocer la esencia mística de las tres religiones de “El libro”, y la tercera, La escalera del agua, también toca la época. ¿Existe alguna razón específica para ello?
—Sí, claro que hay una razón. Mi propósito es divulgar una historia, de ochocientos años, insuficientemente contada. Una historia de esplendor cultural, en la que nos adelantamos al Renacimiento italiano y en la que la convivencia, mal que les pese a muchos, fue un ejemplo que hoy deberíamos seguir. Los que niegan esta cuestión, o no han reparado en que en una sociedad que se odia es imposible el florecimiento filosofía, literatura, ciencia, de las artes y otras disciplinas, o sí lo han hecho, pero tienen objetivos inconfesables.
—¿Piensas que un escritor debería especializarse?
—No necesariamente. Cada autor debe escribir sobre aquello que brote de sí, de forma natural.
—He notado que pareces tener inclinación por la docencia, tus obras están construidas sobre la base de una minuciosa documentación, indicativo de tu preocupación de llevar no sólo entretenimiento, sino cultura al público lector, ¿crees que el actual auge de la novela histórica ayude a un público alienado por lo banal?
—La literatura, la buena, claro, combate la ignorancia y la vulgaridad que se impulsa desde los medios de comunicación. La lectura incentiva el desarrollo del criterio propio, y eso es libertad.
—¿No piensas que un novelista es en cierta medida un manipulador?
—Puede serlo, sin duda, pero faltaría a la honestidad. Yo creo que el novelista debe ser un estimulador. No escribo libros de historia, pero estimulo al lector a que se interese por ella, a que desee conocer sus raíces.
—¿A qué crees que se deba el éxito de tus novelas?
—Me lo he preguntado muchas veces. Supongo que, por una parte, se debe al cuidado con que edita Roca Editorial y, por otra, a la conexión que se establece entre lector y autor cuando este manifiesta su respeto por aquel, escribiendo con los cinco sentidos.
—Estoy sorprendida de la gran cantidad de potenciales escritores que existen en la actualidad. No hay más que asomarse a Internet para encontrar páginas web, blog, foros literarios, colmados en su mayoría por jóvenes, que desean publicar. A ellos, a quienes no han logrado hacerlo, ¿cuál dirías que sería el camino a seguir?
—Primero, leer mucho, y segundo, ser exigentes y autocríticos, sin bajar la guardia. Pienso que debemos exigirnos más de lo que lo haría un lector.
—¿Tuviste dificultades para publicar por primera vez?
—Envié mi novela “Azafrán”, a dos editoriales. Ignoraba que una pertenecía a un vergonzoso grupo de buitres que se dedica a estafar a escritores noveles; pero, por fortuna, me respondió primero la otra. Fue una cuestión de suerte. Según me ha contado mi editora, Blanca Rosa Roca, la limpiadora colocó mi manuscrito sobre su mesa para poder limpiar bien el mueble en que estaba, y olvidó devolverlo a su sitio después. A la editora le llamó la atención el título y decidió llevárselo a casa, para leerlo. En un mes tuve la respuesta. Le debo, como mínimo, una invitación a comer a esa limpiadora, pero ella está en Barcelona, y yo en Málaga. A los dos meses también me contestó, interesada, la otra; pero yo ya había firmado con Roca.
—La historia del manuscrito y la limpiadora merece otra novela, cuando menos, un relato. Supongo que como todo escritor, eres un gran lector. ¿Cuál ha sido tu fuente inspiradora?
—Realmente han sido muchas las obras que me han influido. Por mencionar una, actual, que en su momento fue decisiva para mí, citaré a “El médico”, de Noah Gordon, que en una de las escenas, en la que describía cómo uno de los personajes preparaba alimentos para el invierno, consiguió despertarme hambre. Ahora resulta que publica en la misma editorial que yo. Estuvimos juntos en Jerez de la Frontera, en la presentación de su último libro, “La bodega”, y aproveché para contarle esta anécdota. Pero ¿qué decir de Mujica Láinez, con su genial “Bomarzo”, o “El laberinto”?
—Los escritores de best sellers tienen muy mala fama entre los que no lo son. ¿Qué piensas tú? ¿Crees que un libro muy vendido necesariamente ha sido mal escrito?
—En general es cierto, y hemos tenido un ejemplo reciente de ventas astronómicas de una novela que no lo merecía, pero hay excepciones. ¿Acaso “El nombre de la rosa”, que es magnífica, no fue un éxito de ventas? Si nos ceñimos al número de ejemplares vendidos, “Don Quijote de la Mancha” supera a todos los “best sellers”
—Me gustaría que me explicaras qué significa para ti el término “best seller”, ¿es un libro mal escrito pero bien promocionado? ¿Está mal dicho si digo que “Don Quijote de la Mancha” es un best seller? ¿O “El nombre de la rosa”?
—El término, literalmente, significa el más vendido o de los más vendidos. Eso, en principio, no es más que un dato de ventas. El problema es que se asocia a la simpleza: un tema tratado superficialmente, con el que el lector no tenga que pensar, que esforzarse, contado con vulgaridad. ¿Es fácil confundirlo con una buena novela? No, no damos el mismo valor a una litografía que a un cuadro, aun cuando muestren la misma imagen. La mayoría de ellos son eso que has dicho, libros mejor promocionados que escritos. En cuanto a Don Quijote, no es que sea un best seller, es que está a la cabeza de la literatura universal. “El nombre de la rosa” es una magnífica novela que, por esa razón, se ha vendido mucho y, en ese sentido, entraría dentro de la categoría de los muy vendidos. Tengo que confesar que mis novelas, en la edición de bolsillo, salen con esa etiqueta.
—¿Cuál sería para ti un día perfecto?
—Una mañana inspirada, en la que hallara las palabras adecuadas a la primera, y una tarde en la que tuviera un coloquio con los lectores.
—Excelente respuesta. ¿Hay algún escritor en especial al que te gustaría conocer?
—Sí, a Cervantes; pero nunca lo encuentro en casa —responde José Manuel con una sonrisa pícara.
—Me ha gustado mucho leer Los moriscos, el mensaje del novelista, en cuyos títulos: «El cometido del narrador» y «Herramientas del narrador», dejas una idea clara de lo que significa para ti escribir con propiedad. Me gustaría que hablases un poco de ello.
—Soy un convencido de que, para escribir novela histórica, hay que documentarse seriamente y viajar a los lugares donde sucede la acción, para después contarlo. El siguiente problema es ese: contarlo. Porque se trata de capturar al lector, rodearlo de “atmósfera”; que vea cómo sufre el personaje, cómo ama, odia, suda, se alimenta y viste. Hay que situar al público en el centro del escenario. Como digo en esa conferencia: “...el narrador es un pintor de escenarios, cuya pincelada es la palabra. La palabra escogida, claro, porque su principal cometido, inexcusable, no se nos olvide, es hacer literatura”.
—Creo que sería conveniente dejar un enlace, pues el artículo completo está publicado en tu blog.
—Sí, esta conferencia, de octubre de 2008, que la di en el IV Simposium de Historia, en Almuñécar, la publiqué completa en mi segundo blog “La mar de textos”, y el vínculo es:
—José Manuel, el té está exquisito —le digo, mientras tomo un sorbo y observo la gran cantidad de dibujos a tinta china, carboncillo, grabados y acuarela, que adornan la única pared que no está atestada de libros. Me llaman la atención dos; una de flores y otra de pájaros.
—Son filipinos —explica—, pintados sobre pasta de arroz. Son anteriores a 1898. Los trajo un bisabuelo antes de la guerra de independencia de Filipinas.
—Evidentemente te atrae lo exótico, tal vez sea el motivo por el que has profundizado tanto en la historia de España, especialmente en la época en la que reinaba el islam. También he notado que pones énfasis que el término “reconquista”, para definir el retorno de las tierras a manos españolas está mal utilizado. ¿Podrías explicar por qué?
—Está mal utilizado porque no fue una conquista militar tradicional. Era la Hispania de los visigodos, cristiana arriana, de los que los naturales estaban más que hartos. Sí fue una conquista de ideas, más frescas y más refinadas de los árabes, a las que el pueblo hispano hizo suyas. Mucho más tarde, ese pueblo se convirtió al Islam. Como toda civilización, cuando llega a su punto culminante, se pacifica y descuida lo militar. Los pequeños reinos cristianos se beneficiaron de ello y conquistaron poco a poco todas las tierras, salvo el Reino de Granada, que se mantuvo hasta 1492, cuando los reyes Isabel y Fernando lo sometieron. Para que se rindiera, estos firmaron unas capitulaciones que jamás cumplieron. Finalmente, los españoles musulmanes convertidos, por la fuerza, al cristianismo, a los que se llamó “moriscos”, fueron expulsados para siempre de la península. Es decir, no se desterraron extranjeros, como nos ha querido hacer creer la historia, sino nativos, a los que arrebataron los bienes.
—¿Para cuándo crees que sea el lanzamiento de La escalera del agua en el mercado latinoamericano?
—No tengo la menor idea. Me gustaría que se lanzara ya, pero no depende de mí.
—¿Cómo crees que ha cambiado tu vida desde que escribes?
—Es una vida completamente distinta, en la que hago lo que me gusta. Disfruto mucho visitando los lugares donde se van a desarrollar mis novelas, para impregnarme, o cuando investigo sobre norias, clepsidras, etc.; pero, al mismo tiempo soy consciente de que tengo una responsabilidad para con mis lectores.
—Sé que escribes con pluma estilográfica; te confieso que desde que descubrí el procesador de textos Word, cada vez se me hace más difícil escribir a mano. ¿Cuál es la secuencia que sigues al escribir?
—En efecto, escribo con pluma. Es un placer que no estoy dispuesto a perder. Además, me permite escribir en los márgenes de la página las ideas que se me van ocurriendo, cosa que no se puede hacer en un ordenador. Cuando ya estoy de acuerdo, sólo entonces, paso al Word lo escrito en el día y lo imprimo. Luego, después de comer, que ya me he distanciado del texto, vuelvo a leerlo, corrijo los errores y continúo. Al finalizar la novela, hago una última corrección con una amiga filóloga y la envío a la editorial. Después, ya sabes, viene la galerada.
—¿Podrías decir que se puede vivir de los libros?
—Simplemente, depende de lo que vendas.
—Sé que estás trabajando en una novela, ¿se puede saber de qué trata?
—¿Te imaginas que una sultana de Fez se enamore de un esclavo cristiano, abandone al sultán, huyan juntos y consigan vivir en un pueblo de España, en el siglo XVI? Demasiada fantasía, ¿verdad? Pues no, sucedió realmente. Algo así hay que contarlo, ¿no te parece?
—¡Por supuesto! Me parece un tema interesantísimo. Generalmente se daban las cosas al revés. Si dices que sucedió, ya me imagino lo apasionante que será tu novela. ¿Y ya tienes el título?
—No sé por qué, pero nunca tengo el título hasta el final de la novela.
—José Manuel: ha sido para mí una entrevista enriquecedora. Estoy segura de que los que no conocían tu obra empezarán a buscarla, y los que ya la han leído volverán a hacerlo, esta vez con una mirada diferente.
-Gracias a ti, Blanca. Ha sido un placer compartir contigo tiempo y té.
Me acompaña a la salida y con el gesto al que ya me he habituado, aparezco frente a mi pantalla. Queda en mi recuerdo su rostro de facciones atractivas, y su sonrisa siempre a flor de piel. Definitivamente, José Manuel García Marín es un escritor con mucho carisma. Le agradezco desde estas líneas finales haber tenido la deferencia de hacerme conocer su casa, ojalá la experiencia se repita.
José Manuel García Marín nació en diciembre de 1954 en Málaga, donde reside. Ha compatibilizado su labor profesional, en el mundo de la empresa, con el estudio y la investigación sobre las claves de al-Ándalus, de la que es un apasionado. Ha colaborado, ocasionalmente, con artículos en la revista de la Fundación «El legado andalusí», «Criaturas Saturnianas» y «EntreRíos» y en los diarios «Ideal», de Granada y «SUR», de Málaga. Ha dado conferencias en torno a la mística en al-Ándalus y a la novela histórica y participado en coloquios y jornadas tales como: «I Seminario de Creación Literaria Ciudad Ducal de Loeches» (Sept. 2005), Coloquio «Al-Ándalus: el refugio de la luz», patrocinado por el Aula de Cultura del Diario «SUR» (Sept. 2006), en las «II Jornadas de Historia y Novela Histórica de Almuñécar» (Feb. 2007) y en el «IV Simposium de Historia. Los moriscos: una minoría en la España moderna» (Oct. 2008), patrocinadas ambas por el Excmo. Ayto. de Almuñécar. Fue invitado a tomar parte en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (México) por la Junta de Andalucía. Ha publicado: «Al-Hamrá» en el 2003, un ensayo sobre la simbología de la Alhambra; «Azafrán» en el 2005, en Roca Editorial, una novela histórica ambientada en el al-Ándalus del siglo XIII. Tras la 5ª edición de ésta, ha tenido dos ediciones en bolsillo, ha sido transcrita al braille y, en el 2008, en la colección «Lo mejor de la nueva novela histórica», de Planeta DeAgostini, editorial que ha propuesto una nueva edición para Argentina y Chile. En 2008 se traduce al ruso.Con el cuento «La lámpara de plata», que recrea la Málaga musulmana del siglo XIV, quedó finalista del III Certamen de Relato Breve «Gerald Brenan». En febrero del 2008, también en Roca Editorial, se publica «La escalera del agua», una novela histórica sobre la expulsión de los moriscos que, en abril del mismo año, alcanzó la segunda edición y que acaba de salir en bolsillo. En la actualidad escribe una nueva novela histórica.